Sociedad
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“Estoy maldito”

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Una temporada en el verificentro de Jiutepec.

Maintenant je suis maudit, j'ai horreur de la patrie. Le meilleur, c'est un sommeil bien ivre, sur la grève.

Arthur Rimbaud

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO

Nada tan traumatizante como llevar el coche a un verificentro operado por inútiles. Nadie está preparado para ello, menos para que te digan que el auto no pasó y te obliguen a sacar otra cita y a ser víctima del mismo castigo, como Sísifo, condenado por los tiempos de los tiempos a empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo o como al gigante Titio, echado en el suelo, donde ocupaba nueve yugadas;  dos buitres, uno de cada lado, le roían el hígado, penetrando con el pico en sus entrañas, sin que pudiera rechazarlos con las manos.

Tengo un Volkswagen Sedan 1993, la terminación de la placa es 3 y debo verificar en septiembre u octubre. En Morelos, los lugares autorizados son muy pocos para la gran cantidad de autos y había leído reportes en redes sociales de lo pésimo del servicio y de la falta de puntualidad en la recepción y en el servicio; esto aunado a que no cumplen las medidas sanitarias por el covid-19: sana distancia, uso de cubreboca, etcétera.

En la fecha que solicité mi cita ya no había posibilidad de un turno en Cuernavaca, el programa me mandaba a Cuautla o a Jiutepec y me decidí por el lugar más cercano. Perra suerte.

La cita era el lunes 19 de octubre a las 14.20 horas, EN el centro de verificación ubicado en Yautepec de Zaragoza no. 17, Jiutepec, Morelos, C.P. 62574, o carretera Cuernavaca-Yautepec, cerca de la entrada a Cañón de Lobos.

En condiciones distintas a la pandemia por el coronavirus uno llega y esperas su turno hasta media hora y pasa, 20 minutos más y se obtiene la verificación. No debería ser distinto porque uno está pagando el servicio.

Llegué al centro de verificación ubicado en Yautepec de Zaragoza una hora antes. Aunque el catalizador del vocho tiene apenas un año y medio debe estar caliente para que pase, me informó el mecánico que, dos semanas antes, lo había afinado.

Al lado de la carretera Yautepec-Cuernavaca, una fila de decenas de autos tenía las intermitentes encendidas; me puse en el último lugar y en segundos ya había más autos detrás de mí.

Avanzamos cada tres o cuatro minutos por un camino de terracería. Una hora después dimos la vuelta en un lugar que parecía tiradero de cadáveres y luego regresamos a la orilla de la carretera. Los tráilers, pipas y camiones pasaba a toda velocidad y nuestros coches se movían; no faltaba el que hacía sonar el poderoso claxon para insultarnos o burlarse de nosotros.

Después de hacer cola por dos horas llegué a la entrada del negocio, bajé del auto y me lo recibió un acomodador, que me pidió hacer turno para revisión de documentos y luego para pagar.

Cerca de treinta personas esperábamos que nos atendieran. La mayoría no pudo hacer el trámite en la capital de Morelos y tuvo que buscar en otros municipios; algunos llegaron de la Ciudad de México y otros, aunque parezca increíble, de Guerrero.

Me revisaron mis documentos y pagué. Dos horas después, viendo que no me entregaban el auto pregunté y me dijeron que tenían problemas con dos máquinas, que se habían descompuesto; mi coche estaba en el lugar nueve o diez.

Cerca de ocho personas movían los autos de una fila a otra, tratando de desahogar el espacio, que se habían convertido en un cuello de botella. Una hora después (17:30 horas) pasaron mi auto por una máquina que estaba descompuesta (según me había dicho uno de los empleados) y un sujeto me entregó una hoja con resultados:

-No pasó su coche, pero puede llevarlo con el mecánico, sacar una cita y volver a intentar.

-El vocho está recién afinado y lo pasaste por una máquina que no servía, eso me lo dijo uno de tus compañeros.

El empleado se dio la vuelta y corrió hacia otro auto que esperaba en la fila.

“Estoy maldito”, dije entre mí.

 

SEGUNDO ASALTO

-Tu carro está bien, no debe tener ningún problema para pasar. El catalizador debe estar caliente, así que debes correrlo a unos setenta kilómetros por hora unos veinte minutos, después, ve a hacer cola y no lo apagues -sentenció el mecánico que lo afina cada seis meses.

La nueva cita era para el lunes 26 de octubre, a las 20:30 horas.

 

DOS DE DOS

Siguiendo las indicaciones del mecánico, llegué una hora antes de mi cita y volví a ponerme detrás de uno de los quince autos, que esperaban estacionados a la orilla de la carretera y avanzaban cada cinco o diez minutos.

Estaba muy oscuro y los pesados camiones pasaban a gran velocidad a pesar de que en ese sitio hay un semáforo.

La frustración de la primera cita no se me quitó ni con la pelea de box del viernes 23 en la que Juan Francisco el “Gallo” Estrada ganó por nocaut técnico en el round 11 de la pelea de revancha a Carlos el “Príncipe” Cuadras, y retuvo su título supermosca del Consejo Mundial de Boxeo. Yo fui el Gallo y Cuadras fueron todos los que me hicieron perder tiempo y dinero y me negaron la autorización para que el Toponeitor siguiera circulando.

A las 20:20 horas llegué a la entrada de un callejón que lleva hacia el negocio. Frente a una gasolinera, un hombre se me acercó y me pidió la hoja con mi cita. Me puso una anotación con un bolígrafo y me indicó:

-Estamos retrasados una hora. Ven a las 9:15

Mientras le mentaba la madre diez veces en mi mente, le dije:

-No me chingues, una hora haciendo cola para que me digas que venga en una hora…

Salí de la fila y me perfilé rumbo a Cuernavaca. Metros más adelante me estacioné frente a un almacén cerrado y le marqué al mecánico para preguntarle qué podía hacer para que el catalizador no se enfriara. El me respondió que apagará el carro y media hora antes lo corriera a setenta kilómetros por hora antes de entregarlo para verificar.

Fui a una gasolinera a orinar y compré un café y unas galletas en un OXXO y, como me ordenó el mecánico, anduve dando vueltas por los retornos como loco hasta que, pasados los 30 minutos, me puse detrás de un auto; en pocos minutos había cerca de 10 coches atrás de mí.

Esperé más de una hora. Un sujeto con un auto compacto se metió en la fila a fuerza y aunque hubo protestas no pudieron sacarlo. Todos le mentamos la madre. El inútil que cuidaba el orden escuchó nuestros reclamos, pero sólo repetía: "Él se metió y no respetó".

A las 22:40 horas dejé mi coche en la entrada y le pedí al receptor que no lo apagara para que no se enfriara el catalizador. Él sólo bajó la cabeza y metió el vocho.

Dentro del local, los autos estaban alineados en varias filas. No cabía un solo carro. El orden en que van conduciendo los autos hacia las máquinas verificadoras no es aleatorio, ellos saben qué coches saldrán primero

En la entrada hay cuatro estaciones de servicio, esas son las rápidas, mi auto fue colocado en la última fila, la más tardada, igual que la primera vez. Delante del Volkswagen había ocho vehículos esperando pasar el procedimiento de verificación. “Si bien me va saldré antes de las 12 de la noche”, pensé.

Una fila de hombres y mujeres, víctimas de este centro de verificación vehicular, esperaban con documentos en la mano. Estaban visiblemente enojados. Debíamos pasar a revisión de documentos y luego esperaríamos a que el automotor fuera revisado por alguno de las seis máquinas operadas por empleados.

Desde la salida del verificentro observaba cómo el Toponeitor era sometido al mismo procedimiento en la misma máquina.

Tuve que esperar, de nuevo, un tiempo que se me hizo eterno; pero por fin el auto fue checado y me lo llevaron a la salida.

Un muchacho que parecía adolescente me entregó mis papeles:

-No pasó su coche.

-¿Qué hago si estoy inconforme con este resultado? ¿Por qué me hicieron esperar tanto tiempo? ¿Quién es el responsable de este lugar?

El joven sostenía, cansado y como con miedo, los documentos en la mano, extendiéndomelos.

Tomé los papeles de rechazo, me subí al vocho y me enfilé hacía mi casa; iba muy enojado pero traté de controlarme porque era de noche y había poca visibilidad en la avenida.

 

LA PATRIA ME HORRORIZA

Perdí más de 10 horas de mi vida y más dinero de lo que gano en una semana. Hubiera querido pasar ese tiempo durmiendo o estar con mis hijas, hubiera querido platicar todo ese tiempo con mi padre enfermo que siempre me recuerda que debe uno tener todos los trámites en regla y que debe uno cumplir para poder exigir; o ver dos o tres películas de mi larga lista de espera, o revisar mis poemas inéditos y continuar escribiendo eso que no he podido sacar y que me duele tanto.

¿Qué sentiría el dueño de este lugar si lo hubieran torturado como a cualquiera de nosotros? ¿Cómo reaccionaría la autoridad responsable de darle la concesión o fiscalizar este negocio si lo trataran de la manera en que me trataron a mí? ¿Es normal esto? ¿Debe uno soportarlo sin decir nada? ¿Hay algún castigo para los culpables?

Llegué a casa poco antes de las 12 de la noche, casi noqueado por la espera y la frustración, me bañé y me acosté. En poco tiempo el veneno del sueño inundó mi cuerpo, y yo, que no recuerdo lo que sueño, soné con el poema El barco ebrio, escrito por Arthur Rimbaud.

Me sentí maldito, horrorizado por la Patria y me vi tirado, ebrio sobre el extenso lodo de la impotencia.

 

 

 

 

 

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Máximo Cerdio

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