Esta es la hipótesis de Jorge Medina Palomino, en el libro de su autoría “Yo, fotógrafo”.
Yo, fotógrafo, Testimonios de seis fotoperiodistas de Morelos, es un libro de Jorge Medina Palomino en el que recopila y selecciona testimonios y fotografías de seis fotoperiodistas sobre los momentos más conmovedores en el ejercicio de su profesión.
El ejemplar aparece bajo el sello de Uriel Editorial; Cuernavaca, Morelos, México; 2020, y el editor se reservó el número de ejemplares, pero dijo que es limitado.
José Antonio Rivera Valdivia, Tony Rivera, Rafael Bahena Cardoso, Jorge Medina Palomino, Fernando Soto, Luis Flores Escobedo, El Niño y Máximo Cerdio confiesan, desde lo más recóndito de su ser, en juicio y en pleno ejercicio de sus facultades físicas y mentales, el lugar, la fecha y circunstancias en las que sintieron en peligro su vida o fueron conmovidos por algo que jamás habían sentido.
En la presentación del libro el maestro Medina explica: “para ser fotógrafo de prensa, reportero gráfico o fotoperiodista, como hoy nos identifican; es decir, para ejercer tal oficio o profesión, se requiere ser culero [frase del fotoperiodista Germán Canseco] y pertenecer a la raza culera…
“De la misma manera, según la versión formal del diccionario “ser culero” ser miedoso o cobarde, como también en el caló barriobajero de las ciudades México, ‘el culero’ es un tipo gandalla, entrón pa’ los madrazos. Un ‘vale-madres’ al que no le importa casi nada, empezando por él mismo”.
Y las confesiones de estos fotorreporteros sirven de prueba a Jorge Medina para enseñar que “esos culeros”, entre los que también se encentra él mismo, están unidos por el delgadísimo hilo que sostiene a todos los seres vivos.
No es nada placentero recordar aquello que puso en riesgo nuestras vidas porque tocó algo en nuestro ser que cuando trabajamos parece estar bloqueado o muy en lo profundo de nuestra conciencia; la libramos y sólo lo contamos cuando la ocasión lo amerita y entre personas de confianza, porque está vivo el recuerdo, porque no lo superamos del todo y se nos sigue erizando la piel.
La cercanía de Jorge Medina con nosotros (o la empatía, como le llaman algunos y que nos permite llegar hasta “el culo del diablo” y salir apestosos a pólvora pero completos) posibilitó que le contáramos, como si fuera un ejercicio de catarsis, al maestro Medina aquello que nos conmovió en el tiempo que llevamos apretando el obturador.
Cuando se está en una desgracia el instinto de conservación se activa y la mayoría de las personas buscan donde resguardarse; sucede lo contrario con el fotorreportero: debe estar ahí, sabiendo a lo que va y lo que puede ocurrir, despierto con todos sus sentidos, esperando que ocurra en el momento preciso ese hecho que representa o abarca una sucesión, para capturar ese instante y se pueda dimensionar la importancia del mismo en el tiempo y las consecuencias en las personas, en las cosas y en la sociedad.
Una buena imagen es el resultado de una buena técnica, de los libros, de los maestros, de la experiencia diaria en las calles; además de la conciencia: saber dónde se está y la importancia de los que se está documentando.
En los últimos años, en Morelos, las desgracias se han sucedido una tras otra. La ola de violencia y sangre tras el asesinato de Arturo Betrán Leyva, la apertura de las fosas de Tetelcingo en Cuautla y Jojutla; el terremoto de 19 septiembre de 2017, la balacera del 8 de mayo de 2019 en el centro de Cuernavaca; la pandemia del covid-19.
En los periódicos o portales de internet, en las redes sociales o en los discos de las computadoras de los fotorreporteros, los hechos más significativos son testigos vivos de una realidad que pocos conocen pero cuyas consecuencias padecemos todos.
El maestro Medina ha dicho, en corto, que Yo, fotógrafo es su legado, para que las generaciones venideras sepan de los profesionistas y de una profesión que están por desaparecer.