Escuché varios comentarios sobre la vida laboral en México. Eso me llevó a reflexionar sobre mi condición de trabajador del arte en nuestro país. Y me di cuenta de que hay algunas ventajas.
En primer lugar, nadie puede correrme de mi trabajo de escritor. Porque es algo mío, lo que yo hago, es decir, porque creo (invento) algo a partir de la nada (en términos generales), por lo que nadie puede negarme esa nada desde la que hago todo lo que hago.
Además, el mío no es un trabajo determinado a un lugar en especial, lo mismo ando en eventos públicos, que escribo solo en mi casa o en un cafecito. Con ello, evito la nostalgia, el estrés, la frustración y otros males de una oficina fija y establecida bajo los criterios de alguien más.
Nunca me voy a jubilar. Esto parece contradictorio como ventaja o beneficio, pero no hay tal. Desde niño pensé que era terrible eso de no hacer nada, cuando sabía de alguien a quien ya le habían dado su jubilación o pensión y ahora se dedicaba —según decían— a disfrutar de la vida. En general, veía a esa gente algo decrépita y cascada como para conjugarla con los verbos disfrutar o descansar (se la pasaban en el médico).
La cosa empeoraba cuando me enteraba que esa gente había pasado la vida trabajando en algo que no le gustaba, por 25 o más años, solo para alcanzar la anhelada jubilación. ¿Entonces qué hizo en su vida, cuáles eran sus aspiraciones y gustos?, me preguntaba. Luego me contesté que aquello no era asunto mío, y en realidad no me interesaba, pero que —volteando al espejo— lo único que tenía en mis manos era mi propia vida. Y esa vida es la que quiero dedicar a hacer lo que hago hasta el final, porque lo amo. No veo cómo podría dejar de crear para dedicarme a descansar, si lo que hago cuando descanso es justo escribir.
Como artista no tengo un jefe. Y esto quizás lo he repetido o no, pero en un principio yo no escribo para un público, es decir, cuando me planteo una obra pienso en la obra misma y lo que tengo que hacer para lograrla. Cuando trabajo en mis obras, me esfuerzo, sin duda, para que si algún día llega a tener lectores, estos lo reciban con la mejor calidad de la que soy posible. Pero no hay un jefe como tal, que me diga “Vas a escribir esto o lo otro”. Incluso en esta columna que lees, hablo con libertad los temas que me interesan.
(En mi trabajo como editor tengo clientes y proveedores, pero tampoco tengo un jefe que me diga qué hacer. Suelo hacer yo mismo mi planeación, mi publicidad y mis trabajos sin consultar a nadie).
La autodisciplina es indispensable para escribir ampliamente, es por ello una obligación, pero también es un derecho que se alcanza. Debo aclarar que la gran ventaja es que uno establece su propia disciplina, con base en sus necesidades y principios.
Un tema más polémico es el prestigio social. Hay que decirlo, existe, es una realidad. El universo social mexicano aún reconoce en los artistas a alguien especial (creativo, inteligente, crítico, sensible…), aunque no puedo aclarar lo que especial significa para cada persona que me lo ha dicho en relación con mi oficio. Es interesante, siempre y cuando no se la crea uno tanto que piense que es tan especial que merezca recibir más de lo que trabaja.
A la par de ello, existe algo que muy bonito y que —cuando menos yo— suelo recibir con frecuencia: el agradecimiento. Me apena, pero he aprendido a recibirlo. Tampoco estoy seguro de por qué sucede, pero mi sociedad suele agradecerme por hacer arte y ofrecerlo con los medios que puedo a las personas a mi alrededor.
Por todas estas razones, agradezco a mi vez ser artista y poder serlo hasta morir. No hablaré de desventajas hoy, pero claro que las hay.
Además, los invito a sumarse a mi “Taller literario matutino y a distancia”, todos los viernes de 10 a 1 horas, tú desde tu casa o trabajo y yo desde la mía. Inscripción permanente. Informes: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.