Estaba frente a la casa de mi padre, en la colonia Rivera de Cerro Hueco, en Tuxtla Gutiérrez Chiapas. A pesar de que en el retrato que me hizo mi hija Fernanda aparezco con un chaleco de lana coleto, sin camisa, apenas me estaba reponiendo de una infección y gripa que dos días antes me había contagiado y que llegó directamente de Xochimilco, de la Ciudad de México, encapsulado en el cuerpo de un niño de cuatro años.
Horas antes mi hermana Fabricia había llegado a cenar con su familia. Comimos un pollo muy rico, mi papá Felícitos y su esposa nos acompañaron, pero a eso de las 10:15 terminamos. Mi padres y su compañera se fueron a acostar, mi hermana y su familia fueron a cenar con la mamá de mi cuñado, mis hijas y mi nieto se quedaron en la calle y yo subí a mi recamara a leer un rato.
En la calle, los vecinos ponían su música a todo volumen, los niños jugaban con luces de bengala y quemaban cohetes; los perros ladraban.
Mis hijas Fernanda y Aurora y mi nieto Matías el Rayo, fueron a comprar cohetes y se pusieron a quemarlos en la calle como los demás niños.
Salí cuando escuché a mi familia en la calle y participé con ellos, vigilando.
Mi padre se levantó con la bulla y desde la ventana observaba a su hijo, a sus nietas y a su bisnieto. El año 2019 boqueaba.
Yo vi a mi padre desde afuera, tenía más de tres años que no lo visitaba; minutos después comenzaron las explosiones de fuegos artificiales en la ciudad y me pareció un bombardeo a una de las poblaciones en zonas de conflicto del medio oriente.
EL VIRUS DEL RAYO
Nosotros salimos de Cuernavaca el sábado 21 de diciembre, como a las 2 de la tarde y llegamos en la madrugada del día siguiente a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: el traslado fue tardado, más de lo normal, filas grandísimas de camiones con doble remolque y contenedores avanzaban lento hacia algunas casetas de cobro. Viajamos en una camioneta que a mi cuñado Omar les prestaron, veníamos Yesenia mi compañera, Lyah su hija, Fernanda mi hija, Fabricia mi hermana; Omar, manejó.
Para mí y para Fernanda el viaje fue doloroso, el espacio era muy pequeño y no nos pudimos acomodar. Pero llegamos, y el hecho de ver a mi padre y que él nos viera juntos valió la pena. Yo me había hecho el propósito durante el año de ahorrar para que mi familia pudiera visitar a mi padre, que este año y el anterior había tenido problemas fuertes de salud.
De inicio también viajarían Aurora mi hija y mi nieto Matías, de cuatro años, pero a última hora decidieron salir de la Ciudad de México dos días después, en autobús.
Aurora y el Rayo (apodo de Matías) llegaron como a las 10 de la mañana, el 24 de diciembre, en una línea de autobuses de las que ahora abundan en Tuxtla Gutiérrez. Fuimos por ellos con mi hermana y mi cuñado.
El Rayo llegó de la mano de su mamá. Venía con un trajecito del Hombre Araña. Cuando nos reconocimos, me abrazó por órdenes de su mamá. No sabía que portaba un virus que contagiaría a todo el grupo y nos iría diezmando uno a uno como en las películas futuristas de zombis.
Desde que me dio el primer beso con moco, me comencé a sentir mal. Yo sería el primer infectado.
El último día de 2019 todavía lo observé abrazando a una perrita minúscula que vive en la calle y a la que mi familia le da de comer. “Caballo”, le puso Matías al animal, muy inteligente, cariñosa y hasta encimosa.
LA REUNIÓN CON LOS COMPAÑEROS DE SECUNDARIA
Uno de los sectores más felices de Chiapas es el de los bolos (borrachos). Las cantinas son un orgullo estatal, digno de presumir. Sirven comida regional: cochito, carraca, tasajo, caldo de camarón, totopo con queso y camarón seco, chalupas tacos de ubre, chuti (caracol de río) y un largo etcétera de botanas. Si en la cantina, con rockola incluida, atiende un mampito juche (gay de Juchitán, Oaxaca), ésta se vuelve legendaria.
Los negocios (la mayoría) trabajan de 8 a 2 de la tarde, y vuelven a abrir de 4 a 8 de la tarde. Esas dos horas se dan a los trabajadores para comer con su familia, pero ellos las ocupan para ir a las cantinas a echarse “las de rigor” y el “desempance”, comer alimentos sabrosos y regresar a trabajar el resto de la jornada con bastante ánimo.
El lunes 23 de diciembre por la tarde me encontré con algunos compañeros de la secundaria en La Lety, en el centro de la ciudad.
Nos vimos a eso de las 4 de la tarde. De los 15 que se comprometieron a ir, sólo llegaron cuatro: Félix, Rosendo, Jesús y José María. No nos veíamos desde hace más de 40 años, Comimos, platicamos y bebimos por espacio de dos horas o más. Yo les había prometido, meses antes, leer un relato de una anécdota que vivimos varios compañeros de salón: nos escapamos de la escuela para ir a la zona de tolerancia.
El texto lo termine horas antes y ese día lo leí para mis amigos, en honor a los muchachos que fallecieron años antes y para recordar cómo era Tuxtla hace más de cuatro décadas.
Todos se identificaron con los personajes. Yo había cumplido mi palabra.
Salí de allí y me reuní con mi familia, que paseó por el centro de Tuxtla; luego, regresamos a casa de mi padre en la Rivera de Cerro Hueco.
EL VIAJE A CHIAPA DE CORZO
El paseo por el Cañón del Sumidero, localizado en Chiapa de Corzo, lo hicimos el miércoles 25 de diciembre, sólo mis hijas, el Rayo y yo. Yesenia y Lyah se fueron a visitar tiendas de artesanías. Mis hijas habían estado en este recorrido cuando Rosa María, mamá de Fernanda, aún vivía.
Aunque hay fotografías del paseo, ellas no recordaban nada y disfrutaron la travesía tanto como yo, que no me canso de hacerla una y otra vez: me recuerda mi niñez, mi adolescencia, pescando en la orilla del río Grijalva, bañándome; me recuerda a mis amigos con los que nos escapábamos para jugar en las márgenes de ese río que lo conocimos caudaloso y luego inundado por las cortinas de la planta hidroeléctrica Manuel Moreno Torres en el poblado de Chicoasén, en donde trabajé varios meses como obrero, cuando era muchacho.
Desde luego, tomamos pozol y comimos mango verde.
Yo tenía algo de tos y ardor de garganta. El Rayo, que moqueaba discretamente, no se quiso ir conmigo, estaba en la fila nuestra, pero en el asiento de atrás. Y gritaba cuando veía cocodrilos o changos o aves.
A SAN CRISTÓBAL
San Cristóbal de las Casas es uno de los lugares más bonitos de Chiapas, es muy visitado por su clima (frío), sus calles y construcciones (colonial, muchos conventos), venta de ámbar y un mercado de artesanías. Está a una hora de la capital y se llega por autobús, combi o camionetitas.
Íbamos mis dos hijas, el Rayo (seguía moqueando con más frecuencia), Yesenia y Lyah y nos acompañaron mi hermana y mi cuñado.
Fernanda reservó por 200 pesos una habitación por un día y siete personas: céntrica, con agua caliente, cobijas, Wi-Fi, etcétera, que finalmente no existía: fuimos a buscarla pero nunca dimos con ella ni con nuestro contacto. Un alma caritativa nos vio perdidos y nos preguntó que nos ocurría, Fernanda le contó y esta alma nos echó un raid en una camioneta al hotel Candelaria, recién construido, en donde nos hospedamos finalmente.
NO FOTOS
No recuerdo haber tomado una fotografía “a fuerzas” con la cámara análoga. En San Cristóbal de las Casas no tomé una sola. La gripa, la infección en la garganta y mi imposibilidad para conciliar intereses encontrados y reclamos de un grupo donde me nombré coordinador supremo y que no reconoció mi grado, me vencieron.
El sábado 28 de diciembre a las 5:45 nos concentramos en el parque central y mi amigo Gonzalo González y un poeta llegaron por nosotros para llevarnos cuadras arriba a un centro cultural llamado La Antigua; ahí yo leería textos del libro “Crónicas surianas”, que preparo para que se publique en 2020.
Si no fuera por Gonzalo, los últimos diez años nadie sabría de los libros que he escrito en esta década. Tenemos comunicación y cuando voy a Chiapas a ver a mi familia me consigue espacios para presentar mis libros. Chalo es mi amigo desde que estábamos en la prepa, sabe mucho de política y le gusta la literatura.
El recibimiento del colectivo Adasolos en La Antigua estuvo muy calurosa, me acompañó parte de mi familia y varias personas a quienes no conocía, pero que se rieron y se mostraron interesados en mi trabajo.
Antes de iniciar mi presentación de las crónicas leí un poema casi acabado “Canción para Chalino Sánchez el Rey del corrido”, casi prosa. Quería leerlo y escucharme leerlo en voz alta y ver la reacción de la gente; lo aplaudieron.
Pasadas las nueve de la noche nos fuimos a nuestro hotel en las afueras del pueblo.
El Rayo seguía moqueando y yo me sentía cada vez más enfermo. Un día después el virus llegaría a su etapa madura.
El día 29 de diciembre fue de compras y de un malestar enorme por la gripa y la infección en la garganta. Mi familia fue al mercado de artesanías de Santo Domingo y ahí estuvieron por más de tres horas, yo me vi de nuevo con Gonzalo y también con otro amigo de la preparatoria Homelino Ovando, en una de las cafeterías de este último. A eso de la 1 de la tarde fui por mi gente al mercado y los llevé a la cafetería, en donde presenté a mis amigos y media hora después nos fuimos a la terminal de autobuses y regresamos a Tuxtla, a la casa de mi padre. El Rayo tuvo fiebre y Aurora comenzaba con malestares propios de la gripa.
El 30 de diciembre Aurora cayó enferma de gripa, Fernanda y Yesenia comenzaron a tener síntomas de ese virus y Lyah estaba tosiendo mucho también.
Yesenia y Lyah tuvieron que regresar a Morelos desde la noche, para estar allá el 31. Yesenia iba muy mal de la gripa y el Rayo, que a estas alturas ya había salido de la infección pero no de la tos, le estornudó en la cara a Yesenia y le dio un beso de despedida con moco incluido.
EL HOMBRE QUE ARRASTRABA UN CUERO VIEJO
El 31 de enero por la mañana mi padre se levantó y corrió la cortina del ventanal que da a la calle. Le dije buenos días y me contestó. Le ofrecí café y aceptó.
-Soñé bien feo. Soñé que un hombre o algo pasó acá, frente a la casa, arrastrando con una cadena un cuero grande, pero bien grande, seco, de animal.
-Qué bueno que pasó frente a la casa; malo hubiera sido que se hubiera querido meter –le respondí mientras le daba su café.
DERRUMBE EN EL CAÑÓN DEL SUMIDERO
Gonzalo me mandó un video de un lanchero en donde se observa un deslave de una de las paredes del Cañón del Sumidero. La lancha va con turistas y de pronto comienzan a ver cómo una parte de la pared se desgaja y echan reversa cuando ven el polvo de la tierra inundando la superficie del agua.
Protección Civil de Chiapa de Corzo suspendería las excursiones del 2 de enero y revisaría el deslave. No se reportaban víctimas.
EL REGRESO
Salimos de Tuxtla Gutiérrez a las 5 de la madrugada el jueves 2 de enero de 2020, en la camioneta que nos llevó, manejó mi cuñado y de nuevo nos acompañó mi hermana Fabricia y mi sobrino Gonzalo, Aurora, Fernanda, el Rayo y yo; las cosas las pusimos en una canastilla en la parte de arriba: maletas y varios quesos, café, totopos y chiles habanero encurtidos y en salsa.
Yo quise que mi padre, de 77 años, nos viera a todos juntos, que supiera que estábamos sanos, que tenemos trabajo. Él insistió en que quería conocer a Matías y abrazar a sus nietas Aurora y Fernanda, a las cuales no veía hacía más de 10 años, con las que platicó y de quienes les quedó la impresión de que eran muy bonitas pero muy rebeldes.
En la fotografía grupal del 28 de diciembre que nos tomamos en casa estamos casi todos, falta mi hermano Javier que ese día tuvo turno en la Policía, también falta mi sobrino Haerum, que no quiso ir ese día a visitarnos, Yesenia y Lyah también, mi cuñado Omar, aunque en otras fotos ellos sí aparecen. Mi madre no está, ella murió hace muchos años y es una ausencia que ha pesado en todos de una manera constante; la recordamos con amor.