Sociedad
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Recomiéndame un libro

TXT Daniel Zetina
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Decía Borges que se alegraba más de los libros que leyó que de los por él escritos. Esto es cierto en Borges, pero fuera de él es casi una fanfarronería trivial o un pretexto para quienes pudiendo hacerlo no escriben ni publican.

Ya he dicho que para mí escribir proviene principalmente de la experiencia y de la observación, pero que leer también es algo óptimo en este oficio. Pero no quiero caer en el aburrimiento de presumir mis lecturas con todo el mundo, como hacen muchos escritores porque para mí no se trata de eso. Leo por placer, no para presumirle a nadie… Y mucho menos para dar clases de literatura gratis en reuniones familiares o tertulias ocasionales.

Como lector tengo anécdotas maravillosas. Hacia 2010 en Cuernavaca tenía mucho tiempo para leer y suficiente recurso para comprar varios libros cada semana sin fijarme en el precio, lo cual es simplemente orgásmico.

Entraba a la Librería Torre de Babel en la calle de Leyva (entre Las Casas y Degollado), donde atendía (no sé si aún esté abierto su local) su dueño, el maestro José del Carmen, un bibliófilo consumado mucho más mayor que yo.

Platicábamos un poco y luego salía de mi boca aquella frase que tantas alegrías me dio: “Recomiéndame un libro”. El maestro lo pensaba un poco, me preguntaba si conocía algunos autores, buscaba en un librero u otro y volvía a su mesa con algunas cosas.

No había algo así como una recomendación en forma, no me los vendía, solo los ponía en la mesa y quizás mencionaba algo más mientras yo los revisaba. Comentábamos, eso sí, los aspectos editoriales: versión, traducción, editor, año, impresión… Luego de pensarlo un poco, sin un criterio establecido, elegía algunos y los pagaba. Salí de ahí y leía ipso facto, a veces caminando hacia mi auto.

A veces me acompañaba mi querida hija, entonces una niña pequeña que no había alcanzado aún la lectoescritura (yo mismo le enseñé a leer y escribir solo hasta que cumplió los siete años), y ella también salía con un libro entre sus manos, que leíamos juntos en algún jardín o en casa. Debo agradecer que varios de los libros infantiles en realidad no me los cobraba ni me los recomendaba, simplemente mi hija los tomaba por afinidad y nos los llevábamos.

Gracias a esa librería (que es más una experiencia de vida que un local comercial) descubrí o conocí mejor a autores que me fascinaron, como Mario Bellatin (El gran vidrio, Instrucciones para una liebre muerta, en Anagrama versión México), pero también leí a otros que de plano no me gustan nada, como Boris Vian y su Lobo hombre (Tusquets de España).

Una verdadera revelación llegó cuando leía autores orientares, como japoneses (Kyoichi Katayama, Banana Yashimoto, Haruki Murakami…), coreanos (Jeong-Saeng Kwon, Sok-Yong Hwang, Seung-U Lee) y algunos chinos de los que he olvidado las referencias. Lo más increíble que compré ahí y leí fue el libro Kappa y Los engranajes de Ryunosuke Akutagawa, en una extraña edición mexicana (sello École, colección Textos de me cayó el veinte). El libro apenas contiene un par de cuentos, pero de un rigor creativo inimaginable para mí y que cruzaba todas las fronteras conocidas hasta ese momento de mi vida como lector. Me explotaba el cerebro. Akutagawa reveló para mí uno de los puntos más elevados de la literatura que haya podido conocer.

Poco después leí el cuento La perla de Yukio Mishima, en una edición económica de Alianza y eso me mantuvo en la cumbre de la lectura, por así decirlo. Fueron tardes inolvidables entre las líneas de aquellos genios.

Recuerdo haber comprado también (pero la memoria es arbitraria, inexacta) El rumor de la montaña de Yasunari Kawabata en Emecé Argentina; algún Anagrama de Kenzaburo Oé; y un ejemplar de La personalidad neurótica de Karen Horney en Paidós, una rareza, además de otros libros de pedagogía y literatura. Seguí yendo a Torre de Babel hasta 2012 que me mudé fuera de Cuernavaca, siempre con gran éxito.

Suelo agradecer mucho a mis lectores, pero en este caso también debo hacerlo a mis libreros, como José y su hermano Beto, que han ayudado a hacer de nosotros mejores personas, de eso no hay duda. Beto sigue atendiendo en El Callejón del Libro en el centro de Cuernavaca los fines de semana, aunque, repito, ignoro si aún tengan abierto su local.

Para 2020 te deseo, además, que encuentres buenos libreros y excelentes lecturas. Abrazos de papel.

 

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@DanieloZetina

 

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