Ocuilan de Arteaga, Estado de México. El viejo llevaba colgado del pescuezo un violín despintado que parecía una iguana o algún reptil muerto, tan o más antiguo que el dueño. Los dos eran casi del mismo color, los dos eran flacos.
Estaba parado al inicio de los escalones de la capilla localizada frente al ahuehuete sagrado. Hombres, mujeres, ancianos, niños, perros, pasaban junto a él y no lo escuchaban, su voz era un susurro:
–Si quieren danzar al señor del Ahuehuete aquí es, frente a mí. Si viene a cumplir su manda, dígame, yo le toco para que cumpla su manda, su devoción. Si quieren bailar, allá está el baile, con aparatos de sonido, en la plaza, aquí no.
Dos muchachos, se acercaron al músico, uno llevaba en la cabeza una corona de flores. Les señaló con la punta del arco de su violín que ahí, frente a él bailaran. También se acercó una niña como de nueve años con su papá y le dijo que allí también.
El hombre se llevó el instrumento al hombro, puso las cintas del arco sobre las cuerdas y comenzó a frotar. Era un sonido apagado, casi una queja de un objeto muy pero muy viejo, cansado de tocar, obligado a tocar aquello que no se parecía a son alguno. Como un trozo de madera arrojado hacia una escalera, como un zumbido de algo a punto de quebrarse…
Los danzantes daban brincos arrítmicos, que duraron menos de un minuto, y el músico decidió en qué momento parar.
–¡Hasta aquí! –gritó, más para su violín que para los danzantes.
-Ahora que tu “padrino” pague la pieza –le dijo al muchacho que no llevaba corona, mientras recibía unas monedas del padre de la niña.
-Adiós –le dijeron los chicos después de que le dieron monedas de a peso. El viejo no respondió.
Su nombre: Arnulfo Linares, de 94 años de edad, originario de Ocuilan, y con 80 años tocando su música en el mismo sitio.
Más allá abajo, en la explanada del manantial, un tumulto miraba cómo algunas personas bailaban al ritmo de una canción, de unas bocinas con reproductor, donde predominaban guitarras rústicas.
Desde allí observa el Ahuehuete sagrado.
Esto sucedió el viernes de crucifixión, el 19 de abril de 2019.
El ahuehuete y el manantial
Este árbol, Taxodíum mucronaturn, cuyo nombre en castellano es “viejo del agua” (del náhuatl, compuesta por atl agua y huehue viejo), según Aurora Montúfar López, quizá por la apariencia de anciano canoso que le confieren las epífitas que viven y cuelgan de sus ramas, tiene una edad aproximada de 230 años y mide 40 metros de altura.
De acuerdo con la tradición, el Ahuehuete es un paso obligado. Es costumbre bañarse en el manantial que brota de sus raíces o refrescarse con ellas, la gente le atribuye propiedades curativas y simbólicas: supone que con esto se llega limpio y con energías renovadas para presentarse ante el Señor de Chalma.
Al pie del ahuehuete hay una plazoleta en donde las personas que llegan por primera vez son coronados con flores de colores (nardo, crisantemos, bugambilia o clavel, según la tradición) confeccionadas por amas de casa de las comunidades cercanas; ahí, el primerizo debe danzar. Esta corona será depositada en un sitio especial para ello, como ofrenda, antes de entrar a la iglesia, en donde está el Santísimo Señor de Chalma.
Danza o baile
De acuerdo con esta costumbre, cuyos orígenes van más allá de la conquista española, quien pide para sí o para otra persona debe danzar o bailar. En uno u otro caso, esta acción tiene fines rituales, de ofrenda al señor de Chalma (o a Oxtotéotl, Tezcatlipoca y Tlazoltéotl), según los propios creyentes.
Según el viejo Arnulfo Linares, se trata de una danza y se realiza al pie de la capilla, detrás de Ahuehuete, pero el espacio es muy pequeño, y hace ya mucho tiempo se mandó abril un espacio para que la gente puede realizar allí el ritual de la danza o baile, ahora con bocinas y un reproductor y música compuesta por lugareños.
Ni yendo a bailar a Chalma
Nadie sabe cómo se originó este dicho: “Ni yendo a bailar a Chalma”, que refiere a que hay hechos irremediables que es imposible revertir, pero que aluden a la danza o baile de este lugar sagrado en donde se puede encontrar al Santísimo Señor de Chalma, que lo puede todo, o casi todo…