A las 20:30 el avión se encontraba descendiendo sobre una de las pistas del aeropuerto internacional de Chicago-O'Hare, de la ciudad de Chicago, Illinois, Estados Unidos, el domingo 9 de septiembre de 2018, pero de pronto la aeronave se enderezó y comenzó a subir hasta alcanzar la altura calculada por el capitán.
Por el sonido ambiente, la sobrecargo informó que tardaríamos media hora en aterrizar, porque en la pista se había observado un animal.
Éste no fue el primer obstáculo que los 32 ancianos tuvieron que vencer para, después de más de diez años, reunirse con sus hijos y, algunos, conocer a sus nietos y bisnietos; el primero ocurrió en Temixco, desde donde salieron pasadas las 10 de la mañana.
A las 9:23 horas, en un crucero ubicado a unos metros del balneario de la ex hacienda de Temixco, un auto blanco impactó a otro rojo, el golpe seco fue en la puerta del copiloto, atrás, en el asiento para pasajeros viajaba Eusebia Sánchez M., mujer de sesenta y dos años de edad, con problemas de presión arterial y diabetes.
El choque fue aparatoso, pero los ocupantes de ambos vehículos nomás resultaron con golpes leves, de acuerdo con los paramédicos que atendieron el incidente.
El problema se presentó cuando el policía vial informó que Eusebia tendría que ir a la agencia del Ministerio Público porque se podría estar en presencia de varios delitos, entre otros, lesiones y daño en propiedad ajena.
Después que la coordinadora del viaje y directora en México de la Federación de Migrantes Morelenses, Míriam García Silva, explicó al agente sobre la urgencia de Eusebia de subirla autobús que la llevaría a Chicago a reunirse con sus hijos que hacía más de 10 años no veía, y de que el policía, como raramente sucede, comprendió lo excepcional de la situación. La anciana pudo subir al autobús, junto como las los demás pasajeros y acompañantes, con rumbo al aeropuerto internacional de la Ciudad de México "Benito Juárez".
“Me duelen las costillas”, decía la mujer, tocándose el costado derecho, justo donde el coche en el que viajaba recibió el madrazo del automóvil.
Sus familiares involucrados en el percance automovilístico se quedaron, arreglando el asunto.
Nadie, más que dos o tres personas que viajaban en el autobús sabía la situación por la que había pasado Eusebia, ni siquiera sus familiares en Chicago, para no "angustiarlos".
Entre plática y bromas el autobús avanzó sin contratiempo hasta su destino.
A las 11:38 horas del día los ancianos y sus acompañantes descendieron y se dirigieron a la sala internacional de United Airline; algunos tuvieron que ser transportados en sillas de ruedas.
Fue un éxodo de quejas. El dolor en las rodillas y caderas herían con huesos astillados las extremidades de los hombres y las mujeres que caminaban despacio y con dificultad por las larguísimas e interminables salas del aeropuerto. Esto y la urgencia del cuerpo por los sanitarios alentaron el viaje y disminuyeron en el contingente de más de 224 años los alegres ánimos con los que habían iniciado el camino hacia los brazos de sus seres amados.
"Más mejor en actobús, ahí hasta en la orilla de la carretera puede uno pararse si le agarra a uno las ganas de orinar", dijo una de las mujeres que llevaba una mochila de mezclilla que no apartaba del sobaco.
En este trayecto que duró cerca de media hora, hubo descanso de 10 minutos y algunos consumieron sus medicamentos para el dolor y esos males de gente grande.
Abordar el avión fue lo más sencillo, aunque el temor era evidente en los rostros de los pasajeros de Morelos: nadie en su montón de años se había subido a una aeronave. Pero la necesidad de ver a sus familiares fue más poderosa y el grupo subió y se acomodó en sus respectivos asientos.
Los ancianos se encomendaron a los santos de su devoción para que cuidaran sus vidas mientras el animal que transportaba a más de 110 personas y cientos de toneladas de equipaje se elevaba por los cielos rumbo a Estados Unidos.
Media hora después de lo programado (por el incidente del animal en la pista) el gigantesco avión aterrizó como una gallina en algún patio de una casa de Temixco.
El descenso del avión y la entrada al país vecino fue, contrario a cualquier pronóstico, muy sencillo. El aeropuerto estaba vacío y los trámites no duraron ni media hora. Un camión estaba esperando, en suelo americano, a los ancianos que “se morían” de hambre y de ganas de ir al baño.
En 20 minutos el grupo llegó a un salón donde sus familiares los esperaban. Los 32 entraron por la parte trasera y los formaron en fila india en la oscuridad. Detrás de una puerta se escuchaban sones de chinelo, después “Amor de amores”, con los Ángeles Azules. Detrás Juan Seiva, el presidente de la Federación de Clubes Morelenses (FCM), por el sonido local, pedía al público que guardara compostura y que iban a ir nombrado a los familiares para que lo fueran a recibir.
Alfonso Seiva, vicepresidente de la FCM, agradeció a la secretaria de Desarrollo Social del Gobierno de Morelos, Blanca Estela Almazo Rogel su apoyo en el trámite, acompañamiento y traslado de los familiares de los migrantes, y ésta reconoció a la federación por hacer posible el reencuentro, y explico que más de mil familias de Morelos se habían podido reunir gracias al apoyo que el gobierno estatal habían brindado.
Los primeros nombres se escucharon por todo el salón y la puerta se abrió. Una pareja de ancianos trataba de distinguir entre el público a sus hijos. Allá, de frente se acercaba una pareja con jovencitos. Hubo gritos de emoción, llantos, la espera había concluido. Uno tras uno los ancianos y ancianas fueron pasando, los recibían sus familiares con amor y lágrimas.
A la una de la madrugada el salón quedó solo y vacío; los familiares de Eusebia Sánchez se la habían llevado caminando despacito, con mucho amor.
Esa noche, la noche de Chicago, los abrazos duraron horas, días, años, tantos como el tiempo de no tocarse; sobre todo entre aquellos que llegaron a pensar que ya jamás podrían volver a ver a sus seres amados.