Desde el último piso de la Torre Latino se divisa el lugar donde vivo: la orilla de la barranca. También se puede observar el Puente 2000, que el 19 de septiembre de 2017 tronó como la columna vertebral de una culebra gigante ante los 7.1 grados Richter, a las 13:14 horas. También se puede observar la torre de la catedral de esta ciudad: rota, sin la cruz.
Los obreros rompen el cemento y cortan los fierros que aún están como dedos de una mano epiléptica: cuatro pisos se vinieron abajo y a un año del siniestro sólo la mitad de los desechos ha sido removida, parte por falta de dinero y parte por desinterés de las autoridades del Ayuntamiento, según nos cuenta José Antonio Gómez Vieyra, tesorero de la mesa directiva y administrador del edificio.
En las habitaciones aún quedan muebles, papeles, trastes, fotografías y cuadros rotos. Una muñeca de alguna niña que no se ha movido en casi 12 meses, un teléfono con la caja por un lado y el auricular por el otro.
Esto es inhabitable, pero, momentos antes del sismo, aquí vivían 62 familias, aquí en este colchón dormían personas, confiadas en que estaban bajo un lugar seguro.
Los obreros arrojan trozos enormes de cemento y vigas. Y las cosas en su descenso rompen con todo y hacen un ruido muy parecido a una queja, pero no de humano sino de cosas.
En estos pisos, el 19 de septiembre, estaba Ámbar, la hija de un amigo, una chica de 18 años. Pudieron sacarla con vida. La llevaban acostada en la camilla, ensangrentada y cubierta de polvo, y pasaba sobre las cabezas, de mano en mano, hasta una ambulancia que la esperaba. Ámbar se salvó de milagro.
También se pudo rescatar a la mujer que quedó atrapada en el autobús que aplastó la barda de la parte baja de este inmueble. La sacaron los ciudadanos, los obreros que en ese momento trabajaban en el edificio que se localiza a unos metros y que hoy está acabado.
Los obreros hienden la barreta de metal sobre un pedazo de cemento y varilla, luego empujan y el cemento cede y rechina y el fierro suelta chispas. Ahora no huele a gas, pero el día del terremoto el olor era penetrante, la muerte andaba en el aire.
Desde la parte más alta que quedó de la Torre Latino la mirada desciende hacia el escombro. Todo se derrumba, la tristeza, el sudor de los voluntarios que salvaron a las personas, el llanto, la sangre que aun pintan algunas piedras y muebles; todo se sigue derrumbando, también nuestra memoria, por el mal tiempo y por todas las vidas y las esperanzas que aquí quedaron sepultadas.