Sociedad
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El eslabón perdido de los diablos

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Desde que llegué al puesto del tianguis de Chamilpa, en Cuernavaca, me le quedé viendo: estaba erguido, entre una barra con discos y un anuncio de cerveza. Era realmente viejo. Medía como un metro setenta centímetros de abajo hasta los cuernos. Me acerqué para observarlo mejor y Rodrigo me dijo que lo habían sacado de un almacén, de entre un chingo de cosas viejas.

Sus mangos y soporte eran de madera, tenía armazón de metal, sus ruedas de baleros, muy viejas, como zapatos de mendigo; el soporte del lado izquierdo estaba roto y le colgaban los alambres como si fueran tripas.

Le platiqué a Rodrigo que ese diablo debía tener como cincuenta años, porque no era totalmente de metal.

De acuerdo con Francisco Aguirre, Sebastián Herrera González y Paulino Bahena Chávez, estibadores (“diableros”) del mercado Adolfo López Mateos, cincuenta años atrás o más, los diablos eran tablas de madera con baleros de metal como ruedas; también se usaban cajas de madera con ruedas de baleros de metal o carretones de ruedas de madera y suela obtenida de las llantas de automóvil.

José Salas, un hombre que trabajó como cargador en el mercado municipal de Cuernavaca -cuando éste aún se encontraba en Clavijero (antes de 1964)- me contó que años después, esos carretones de madera se sustituyeron por estructuras hechizas de metal y después éstas fueron cambiadas por los montacarga de metal o “diablos” que conocemos en la actualidad.

De acuerdo con Sebastián Herrera González “había unos que cargaban con mecapal, otros tenían un tipo tarima, pero con sus llantas, pero esos venían desde el mercado viejo. Había un mercado viejo allá por Clavijero, ya cuando se vinieron para acá hubo unos que los ocuparon, pero con el tiempo ya puro diablo, aunque los diablos de antes eran flacos y cargaban menos que los de ahora”.

El diablo que estaba en el puesto de Rodrigo era como el eslabón perdido de los diablos, porque estaba en la transición de madera a metal.

-¿Cuánto? -Le pregunté, sabiendo que después de la información que le acababa de dar lo querría vender como si estuviera hecho de oro.

-¡Quinientos! –me contestó, sabiendo que yo lo compraría sólo si tuviera un Museo del Diablo.


Radiografía del diablo

Los diablos son, por lo común, de color rojo, aunque hay azules y amarillos, raramente blancos. Están hechos de metal y miden un metro con 50 centímetros. En la base tienen dos ruedas de baleros de metal y goma para desplazarse, soportes de metal y dos “agarraderas” o tubos que se extiende a la parte alta y que sirven para maniobrarlos: parecen cuernos; de ahí y del color rojo les viene el nombre de “diablos” y al estibador “diablero” (“si no tienen cuernos son cualquier cosa menos diablos, y nosotros no seríamos diableros sino simples cargadores”). También tienen triángulos de metal, uno en cada lado, que le sirven como soporte o “patas”, cuando los diableros los acuestan y depositan allí la mercancía. Los diableros también llevan sogas para atar y aseguran la mercancía transportada, y a veces una tabla de madera, para que la superficie donde se colocará la mercancía sea más estable.

Muchos estibadores mandar reforzar sus diablos con barras de metal soldadas porque saben que van a cargar grandes pesos y valiosas mercancías: “Ahoy un diablo puede cargar hasta 500 kilos por viaje”, aseguran.


Los otros diablos

Después de este gran paso evolutivo que dio el diablo de la madera al metal, se han observado muchas transformaciones, todas sirven para lo mismo: transportar cosas. Entre las modificaciones más curiosas están los diablos pequeños y anorexicos que los testigos de Jehová utilizan para cargar sus revistas Despertares y Atalaya (el mal y el bien unidos en un solo instrumento) o la imagen que se crea cuando los vendedores de hielo cargan el agua sólida en los diablos y que fue descrito por Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, conocido como Francisco de Quevedo, a mediados del siglo XIV, en el poema de amor más bello que se ha escrito en lengua española: Amor constante más allá de la muerte, en el verso que dice ”Nadar sabe mi llama la agua fría/ y perder el respeto a ley severa”.


La Diabólica

El último diablo modificado que vi hace apenas unos días es rojo (como deberían ser todos los diablos) convertido en una cafetería ambulante, resultado de la idea creativa de Sócrates Márquez, consultor de empresas.

De acuerdo con Sócrates, la idea es que aún en la calle se pueda disfrutar de un rico café orgánico gourmet, de Morelos, recién preparado.

“Es un proyecto ecológico y sustentable, utilizamos vasos biodegradables y sustituimos el azúcar por estevia”, explicó.

La Diabólica Cafetería, es un diablo de carga adaptado como cafetería móvil. Cuenta con soporte para una hornilla, garrafón de agua, molino de café manual y se utilizan cafeteras italiana o tipo moka; también está equipado con cajoncitos para guardar trastes y condimentos.

Sócrates Márquez, autor del libro “Como darle en la madre en tu competencia de manera creativa”, dio a conocer que La Diabólica es un prototipo, y que pronto estará la versión final.

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Máximo Cerdio

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