Sociedad
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Leonardo Martínez, El León corridista de Tlaquiltenango

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Tlaquiltenango. Mientras se cambia una playera por una camisa negra, con líneas leves blancas, de manga larga, Leonardo Martínez, El León del acordeón, relata que hace algunos años fue a tocar a Guadalajara con un grupo:

–Nos recogieron en un lugar, llegó una camioneta y nos dijeron que entráramos y así lo hicimos, ya adentro salimos a las afueras de la ciudad y nos dijeron que nos podrían una bolsa en la cabeza y así lo hicieron, nosotros no pudimos hacer nada, porque esa gente iba armada. Así nos fuimos hasta que llegamos a una casa, adentro nos quitaron las bolsas y ya pudimos ver. Nos bajamos y esperamos amontonados junto a la camioneta. A los pocos minutos llego el patrón de todos ellos y con una sonrisa nos dio la bienvenida, nos preguntó si se habían portado mal con nosotros y pidió disculpas porque sus “muchachos” nos habían llevado con los ojos tapados: “Yo les dije que no, que los trajeran así nomás, que sólo venían a tocar, a alegrarnos, pero ellos insisten que es por seguridad. Adelante muchachos”, nos dijo, y nosotros pasamos a tocar a esa casa muy grande y muy lujosa.

Profesional con pocos recursos

Después de las 7:30 de la mañana, habíamos salido del Oxxo de la avenida Morelos, rumbo al mirador de Tlaqui, en un coche y en una camioneta en donde llevaban la batería y el bajo, también la vestimenta para la grabación. En el auto pequeño iba el bajo sexto.

El viaje duró poco más de 15 minutos. Apenas comenzó el tiempo de lluvia y en aquel espacio de extensiones de tierra donde en tiempo de seca todo es café o gris ahora las franjas verdes de los sembradíos alegraban la mirada.

Al pie del mirador, los músicos subieron su vestimenta y los instrumentos: batería Alfonso Rosas, bajo sexto Martín Piña y bajo eléctrico Tino Barrios. En un estuche como de muñeco de ventrílocuo Leonardo, o El Chino, como le dicen en el barrio a este hombre de 37 años, llevaba su acordeón marca Giovanni.

El León del Acordeón mide un poco más de 1.60, es robusto, moreno, su pelo es negro, ensortijado, y lo trae largo, con unas patillas al estilo de Ramón Ayala, acordeonista a quien admira y de quien ha aprendido mucho, tanto como de los acordeonistas Juan Villareal, Amador Lozano, el Centavito:

–Yo no estudié música, lo aprendí de mi familia. Desde que tenía yo siete años, comencé en la música, primero con el bajo sexto, el bajo, el tololoche. Como a los diecisiete comencé a tocar el acordeón, y con este instrumento me siento bien, me gusta, además de que no hay mucho acordeonista por esta región.

Durante el trayecto hacia el mirador, relató que había compuesto cuarenta corridos y que lleva en su haber más de ocho videoclips bien producidos. También dijo que no hacía guiones, que todo lo llevaba en su cabeza, la historia lo da la propia letra del corrido y él se encarga de ilústrarlo con imágenes que le van surgiendo dentro de su cabeza.

La banda se instala al centro del lugar. Hay una pequeña barda y atrás se pueden observar un verde que se extravía más allá de los cerros, el centro de Jojutla, el estadio de futbol Agustín “Coruco” Díaz, que se levanta como una corona verde para la reina cañera que luce ahora triste, porque el sismo convirtió al ingenio en un eunuco.

En una bocina inalámbrica conectada con su celular Leonardo pone la música. Los primeros acordes del acordeón suenan y los cuatro músicos comienzan a pulsar sus instrumentos como si en verdad tocaran el “Corrido a Enrique Alonso”:

“Me di cuenta por el feis/ y me dio mucha tristeza. / Aprehendieron al amigo Enrique Alonso Plascencia/ que se encuentras tras las rejas/ así lo dijo la prensa...”

Leonardo interrumpe de vez en cuando y da instrucciones a Marco Antonio Rivera, quien se encarga del levantamiento de la imagen: le indica las clases de toma, los encuadres, los planos. De lo general a lo particular; de abajo hacia arriba, de arriba abajo…

En menos de veinte minutos la filmación acaba.

Sorprende que resuelven sus necesidades con los pocos recursos que tienen, con toda la seriedad que amerita el trabajo. Dirige como si estuviera en una superproducción y trata a los muchachos con mucho respeto, como actores profesionales.

Leonardo ya tiene los otros fragmentos de imágenes y el corrido bien grabado para que el editor “le eche los kilos” y el video se suba “a la de ya”.

Los músicos vuelven ponerse su ropa de calle y bajamos al centro de Tlaquiltenango. Ellos se vuelven pueblo cuando se meten al mercado a comer unas gorditas.

 

 

 

 

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