Fue Andrés Remis quien le ofreció poner la Discoteca Juárez 4 para hacer una noche de música de los años ochenta y todas las entradas se le entregarán a Francisco José Helguera Díaz, conocido como Pactú el mimo.
En días pasados Pactú sufrió derrame cerebral (“accidente vascular cerebral isquémico”), que lo tiró en cama por algunos días, pero después se levantó y regresó su trabajo diario: “practicar la mímica para que ésta no desaparezca”.
De acuerdo con el empresario Remis, el viernes 9 de marzo se abrirán las puertas de la discoteca, desde las 9 de la noche “hasta que el cuerpo aguante”. Por cada entrada, que costará 100 pesos, se dará una copa de cortesía.
Sin maquillaje
Para quien no conoce bien al señor del silencio, aquí hay algunos datos consignados en La Unión de Morelos el 4 diciembre de 2014:
Francisco José Helguera Díaz nació el 6 de enero de 1960 en el Distrito Federal; después se fue a vivir a Tijuana 30 años –emigró a esa ciudad porque allá tiene un amigo de nombre Martín Sandoval, que es chef y tiene un restaurante– y de ahí vino a radicar a Cuernavaca durante el sexenio de Lauro Ortega; después anduvo en el Distrito Federal y en Tijuana, y desde hace más de cinco años ya radica en Cuernavaca. Su hermana Inés le dio alojamiento y pernocta en la casa de ella.
Pactú –en náhuatl Piedra que arrastra– nació cuando Francisco José tenía 15 años.
Siempre quiso ser mimo, no quiso ser otra cosa. El 6 de enero de 1975 se pintó como mimo y salió a la calle a trabajar en Coyoacán, Ciudad de México. También trabajó como mensajero en los bancos, pero nunca ha dejado de ser mimo, eso es lo que ha sido.
“Trabajé mucho tiempo como mimo en Televisa, ahí andaba. Conocí a Fernando Arau, Sergio Corona, a Carlos Ancira y a Marcel Marceau”.
Eugenio Derbez hizo una alcancía con su rostro. Una vez Emmanuel iba a dar un show en El Casino de la Selva y se le hizo tarde, entonces contrataron a Pactú para entretener a la gente y estuvo hora y media hasta que llegó el cantante.
El día más alegre de su vida fue hace mucho tiempo, una vez que su hermana lo llevó a un casino y con 200 pesos él ganó 50 mil pesos. Con ese dinero regresó a Tijuana y allá volvió a ir a otro casino y con dos mil pesos ganó 200 mil pesos.
“Mi día más triste fue cuando murió mi padre de un infarto. Estaba en Tijuana y le avisaron, le pagaron su boleto de avión, su padre estaba en el Distrito Federal y murió”.
Pactú, el maquillaje
La ciudad, que es una gigantesca madre, ama a sus hijos; los abraza a todos, pero pone especial atención en los que necesitan más cariño y cuidados, como el mimo Pactú, que es su consentido porque al nacer le faltó aire en el cerebro y el destino lo arrojó al mundo con un engranaje algo distinto dentro del cráneo.
Por ello tiene un montón de amigos que valoran su enorme trabajo de hacer mímica, para que ésta no muera, y cuando está enfermo lo ayudan para que se reponga rápido y salga a dar su espectáculo en las plazas, las calles del centro de la ciudad y en los negocios.
El mimo es la colilla de un cigarro sin huella de bilé, una hoja que cae de un laurel de la india y nadie la ve, el último recuerdo de un suicida antes de jalar el gatillo, una paloma con las alas rotas, el más pobre de los números, un punto ciego, un sollozo en un hotel de paso en un día de lluvia, la raya más en el lomo del tigre.
Es pedestre, transita por las venas de la ciudad, algunas veces como un fantasma o como un ladrante que se pierden entre la cotidianidad de las horas laborables con su cola en forma de signo de interrogación.
El mimo sabe que la ciudad es una entidad viva y su rostro de urbe es nomás una apariencia; vio, cuando fue dipsómano, la hora en que la luz es una rebanadora de penumbras, cuando los vendedores van arrastrando sus carritos rumbo al primer cuadro o ya en la oscuridad cuando los hombres transformados en mujer seducen las esquinas de la noche.
También conoce el hombre de las manos mudas a los enfermos, locos, drogadictos que se hacen bola y se vuelven sombras arrinconadas sobre las banquetas, cubiertos bajo el techo de algún edificio público o negocio porque tienen miedo a que las estrellas desciendan como avispas, los piquen y los envenenen de luz.
La ciudad de ojos azules es para el mimo, que camina de lado, arrastrando una herida, antes, mucho antes que el sismo del 19 de septiembre quebrara los huesos a varios edificios de Cuernavaca.
El mimo es el aguilucho que no pudo volar como los otros; que repitió el segundo año cinco años seguidos porque le gustó; que lleva algunos engranes rotos en la choya; que a fuerza de producir mímica todos los días del mundo, se va quedando poco a poco con las palabras dentro del cogote.