Sociedad
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Sonata para Margarita

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Primer movimiento

Margarita subió, bañada en luz, por la avenida Morelos. A las 8:55 entró por la oscura entrada del Centro Cultural Universitario (CCU). La guiaba su mamá Imelda. Ascendieron por las escaleras a una oscuridad todavía más intensa hasta que entraron a las oficinas administrativas iluminadas; después, su mamá se adelantó y Margarita y su bastón tentalearon las escaleras y las paredes laberínticas de un estrecho pasillo en descenso que los llevó hacia el salón número 12, donde la esperaba el chelista Gustavo de Jesús Chimil Moreno y un breve público que había ido a escucharla. Era un viernes 22 de junio de 2017.

Segundo movimiento

El profesor Alberto Pérez Flores tomó la palabra y expuso que en ese momento iniciaría un examen en la modalidad de música de cámara.

Isaura Margarita Porras Cruz se posicionó (con la ayuda de su padre) frente al piano y con una voz enfática anunció:

–Buenos días. Mi compañero Gustavo y yo vamos a tocar la Sonata en Mi menor para piano y cello y bajo continuo, de Antonio Vivaldi. Gracias por haber venido.

Los dedos de Margarita se desplazaban por las teclas del piano como extremidades de una mano con ojos. Caminaban armónicos entre la claridad y la penumbra por sendas de sonoras ondas, de suavidades y asperezas barrocas, de espacios en blanco como la ocular membrana de la luna.

Desde la introducción, pasando por los dos temas contrapuestos y una codetta, navegó por el olor y la amargura de la tinta negra de la partitura del compositor, violinista, profesor y sacerdote católico Antonio Lucio Vivaldi hasta Venecia, atravesó las notas, los siglos ya de números vestidos, giró en mecanismo de martinete de un clavicímbalo y regresó en un desarrollo, una reexposición y una coda final.

Los cuatro movimientos duraron 11 minutos con 41 segundos, y los ocho espectadores aplaudieron a los ejecutantes.

El maestro pidió al público que abandonara el salón para deliberar.

“La sonata clásica (del italiano sonare, sonar) consta de tres o cuatro tipos de tonos, y se componía para uno, dos o tres instrumentos musicales. Predominaron las formas de tres movimientos, especialmente en la época clásica, pero se popularizaron las de cuatro, conforme aumentaba su complejidad y duración. En la época barroca (antes de 1750) el término se utilizó para describir obras reducidas de carácter instrumental, por oposición a la cantata, que incluía voces”.

Cinco minutos después salió Margarita del salón. Iba con su bastón por delante y sus papás la recibieron como lo han hecho después de varios exámenes que ha presentado en los tres semestres que lleva en la carrera de Licenciatura en Música (con terminal piano) en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM).

–¿Qué calificación crees que mereces?

–¡Diez! –contestó –y ella y sus padres se quedaron a platicar con el maestro Alberto Pérez Flores.

Tercer movimiento

Isaura Margarita Porras Cruz nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas en 1985, con ceguera y Trisomía 21. De acuerdo con el psicólogo J. Enrique Álvarez Alcántara (El Regional del Sur 28-04-2016) “los cuerpos de médicos que le atendieron, tanto en la Ciudad de México, como en la de Cuautla, dieron a la madre y padre de Isaura, como pronóstico inequívoco, la muerte antes de cumplir los tres años… También dijeron a sus padres que no hablaría, no caminaría y no aprendería nada”.

Se equivocaron. Con un gigantesco esfuerzo de ella y sus padres Imelda Cruz Ovando y César Leonardo Porras Ruiz, logró terminar la primaria, la secundaria, la preparatoria y en la actualidad está por finalizar el tercer semestre (de nueve) de la licenciatura.

Imelda cuenta que Margarita estaba muy pequeña cuando su papá le regaló un tecladito y la niña empezó a tocar con dos dedos y vieron que le gustaba. Tenía como ocho años de edad cuando conocieron a una jovencita de Cuautla, ahora maestra, Nadia Arce Moreno:

“Nadie quería darle clases, ella fue la única que se atrevió. Habíamos buscado a muchos profesores para que le dieran clases de piano, y ella la aceptó. Ahora es maestra esta chica, así fue cómo empezó, como con juego”.

Nunca imaginó que su niña llegaría hasta donde está, deseaba que aprendiera a leer y a escribir, había una idea muy lejana de que entrara a la universidad y de que escogiera una carrera como la licenciatura en Derecho o algo similar, pero nunca le pasó por la cabeza que estudiaría piano.

El trabajo que tiene que hacer es mayor al que hace una persona que no tiene las discapacidades que ella. No ve y todo tiene que hacerlo de manera auditiva; tienen que buscar su propio material (partituras en braille). Como viven en Cuautla tienen que ir a Cuernavaca y regresar, eso le resta tiempo para estudiar y practicar:

“Mira hija: cuando tú me digas hasta aquí llego, yo me sentiré feliz. Porque has hecho algo que sentiste, que buscaste y lo lograste, hasta ahí está bien. Si me dices ‘no quiero regresar’ bien; eso es lo que yo le he dicho. Ahorita está feliz, yo siento que sí regresa el próximo semestre, sus calificaciones están hablando por ella, no lleva diez, pero tampoco seis”.

Reconoció y agradeció el trabajo y la paciencia que han tenido los maestros con su hija y dijo que sin el apoyo de ellos no se hubiera podido llegar a ningún sitio.

Cuarto movimiento

Alberto Pérez Flores tiene 34 años de edad, es violoncelista y ha trabajado ejerciendo su profesión desde hace más de 17 años.

Platicó que ser profesor de Margarita ha resultado todo un reto:

“Al principio yo tenía mucho temor porque no sabía cómo abordar el desafío, pero poco a poco he encontrado maneras, técnicas, para que ella pueda aprender. Yo me he convertido en un alumno, se puede decir así. La música que se conoce comúnmente como ‘clásica’ está escrita en partituras y ella no puede ver. Se trabaja todo de memoria, de por sí los músicos se lo tienen que aprender de memoria, pero ella no tiene un registro escrito donde apoyarse, saber lo que tiene que tocar. Yo se las tengo que ir diciendo, ese es el método más práctico que he encontrado hasta ahora y poco a poco voy encontrando formas para que ella pueda asumir una conciencia sobre la música. Pero no todo se queda en memorizar las notas y ejecutarlas, hay que hacer arte con las notas, con la música”.

Explicó que van de menos a más y que los desafíos con su alumna apenas comienzan:

“Ha sido relativamente fácil abordar la música barroca, porque no tiene tantos tecnicismos. Por ejemplo, en el periodo barroco el piano no existía como tal, había clavecines. Mucho se dejaba a la interpretación. En los siglos posteriores se comienza a formar un repertorio en el que el intérprete deber tocar exactamente lo que la partitura le ordena, en los tiempos y en el volumen preciso. Ludwig van Beethoven, Johannes Brahms, Robert Schumann, Dmitri Dmítrievich Shostakóvich, son músicos que tienen composiciones especialmente complicadas y a los que habrá que ‘enfrentarse’”.

Alberto Pérez Flores también dijo que trabajar con personas con discapacidad es muy difícil y requiere un trabajo constante:

“Margarita es constante y comprometida, me ha demostrado que tiene agallas. Me ha impresionado bastante, ella tiene un súper oído musical que había que encaminarlo para que se diera cuenta de detalles que pasaba por alto; poco a poco debe ampliar su conciencia sobre la música, es un camino que nunca se acaba, la música continúa más allá de la universidad”.

Coda

–Margarita: dice el maestro Alberto que el grado de dificultad va a aumentar conforme vayas avanzando en los semestres. Uno de los compositores más complicados es Beethoven. ¿Vas a poder con él?

–Sí. Pónganme a Beethoven.

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Máximo Cerdio

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