Sociedad
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El gigante de San Antón

El guerrero de más de cuatro metros se distinguía a los lejos entre las cabezas de los danzantes y algunos sombreros de chinelo: todos brincaban al son morelense de la banda de viento.

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Los chamacos de San Antón no bailaban, observaban al muñeco cómo se mira un rascacielos: sus ojos se llenaban con cartón, carrizo y pintura. En lo alto, los colmillos y la cabeza de animal, adentro, un guerrero con una piel de jaguar y su cachiporra; también tenía un collar hecho con cráneos de sus enemigos, y en la mano izquierda un escudo con Tonatiuh.

Lo que comenzó con cincuenta asistentes se volvió una muchedumbre brincando por la avenida Jesús H. Preciado, reducida a menos de dos metros por los juegos mecánicos y los puestos por la feria anual del pueblo, que cumple 492 años de fundado.

Allí estaban la gente que había salido de las privadas, de la colonia Sacatierra, de la Lagunilla, de la Carolina, todos avanzando por esa avenida que es una de las más transitadas de Cuernavaca.

De la privada Las Flores salió un Batman grande, también un toro enano embistiendo, un marcianito verde, una especie de mariposa y un Gokú. Sobresalía por su altura el Guerrero Lobo-Jaguar.

Los dueños de los muñecos huecos por dentro metían y sacaban a los pequeños que se deban vuelo bailándolos.

Los adultos se metían en los más grandes, por el peso, y su ritmo era más pausado.

La gente que conoce de estas tradiciones se mueve desde sus casas o acompaña a la muchedumbre y se vuelve parte del festejo: no es todos los días.

La multitud llego al puente 2000 y regresó guiada por la banda de viento. Frente a la iglesia la fiesta continuaba con los chinelos brincando y las mojigangas saltando hasta la última luz del día.

Los pobladores relataron que algunos papás ayudaron a los chicos a hacer sus monos para que se metieran dentro de ellos y los bailaran al son del chinelo. Dos o tres meses antes comenzaron a hacerlos y poco a poco le fueron dando forma hasta acabarlos.

A estos muñecos les llaman mojigangas y los estudiosos dicen que el término tiene su origen en la boxiganga o compañías de bojiganga del teatro ambulante de los siglos XVI y XVII.

En San Antón los fabrican de carrizos, hilo con chapopote, papel o tela, y pintura; se puede portar y acompañan las procesiones.

Jairo Alarcón Tovar tiene 23 años y está por terminar la licenciatura en criminalística. Nació en la Ciudad de México pero desde niño vive en El Salto (en donde se ha ido perdiendo esta tradición de elaborar estas estructuras) y disfruta de las tradiciones; además, desde hace ocho años elabora mojigangas para bailarlas en la feria de San Antón. Este año hizo, junto con su amigo David el Guerrero Lobo-Jaguar.

“Empezamos desde abril a cortar los carrizos, mayo y junio, apenas lo terminamos. La primera fue un marcianito, después un chinelo verde, después chinelos, hice también personajes de videojuegos. Hace un año hice un chinelo de calavera, me robaron ese, después un chinelo esqueleto y éste de este año, el Guerrero”.

Jairo dice que las fiestas de San Antón sin las mojigangas serían menos alegres, porque éstas le imprimen alegría, además de que es una diversión para los niños y muchachos.

También afirmó que él va a continuar haciendo mojigangas y le enseñará a sus hijos porque es una tradición muy bonita y muy divertida:

“A mí nadie me enseñó, yo aprendí viendo, solo; pero, ahora que sé, cuando tenga mis hijos le enseñaré para que hagan sus propias mojigangas y las saquen a bailar a la calle”.

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