Sociedad
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Tizoc, la soledad

A Xólotl le tocó en suerte ser el hermano gemelo de Quetzalcóatl y de Tlahuizcalpantecuhtli, Señor de la Estrella del Alba, a pesar de ser considerado el Dios de la Mala Suerte, pues Xólotl personificaba el lado maligno de Venus y se le identificaba con la enfermedad y las deformidades físicas.

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Sonia Iglesias y Cabrera, en Xólotl, el divino perro bermejo

El animal sacaba la cabeza por los tubos que bloquean la entrada principal del lugar, abría y cerraba sus orificios nasales como ventanas y por ellos entraban miles de olores. No encontró el que buscaba.

“Así como lo ves vale miles de pesos. Se puede salir a la calle, pero no se atreve, no sabe vivir afuera. Está solo, creo que le falta una compañera”, aseguró un vigilante aburrido, de la Zona Protegida para el Aprendizaje y Cuidado del Medio Ambiente, antes Parque Chapultepec.

Tizoc (“agujerado con esmeraldas”) bajó la cabeza y caminó entre el silencio de los andadores: era un minotauro en un laberinto, un astronauta solo en un planeta arrasado.

Apenas hace dos años tenía una jaula y un collar con una plaquita de metal. El xoloitzcuintle (del náhuatl xólotl, extraño, deforme, esclavo, bufón, y itzcuintli, perro) era una de las atracciones de lo que fue el parque, aunque no tanto como los monos araña. No estaba encerrado, la puertecilla de la jaula donde le metían comida estaba abierta para cuando quisiera salir, pero él prefería estar adentro porque tenía sombra, comida y agua.

Yo lo conocí hace más de seis años, pero la foto más antigua de él es de apenas 2015, bueno, de él encerrado en una jaula. Si no mal recuerdo había dos perros de su raza, aunque después sólo quedo él: negro, con algunos pelos en la cabeza y en la cola, con un color de piel semejante al del acero templado. Muy, pero muy parecido a los perros callejeros que se han quedado pelones por la sarna, pero sin ésta.

Nunca le he sonreído porque sé que si lo hago y no me conoce puede interpretar que le estoy mostrando mi dentadura para atacarlo. Él, por su parte, nunca me ha mirado directamente a los ojos como cuando me ven los perros.

Me comía la palma de la mano por pasarla sobre su lomo. Hace un mes pude hacerlo: su piel era caliente pero no pensé que fuera tan blanda. Mientras yo lo acariciaba, él no me miraba a los ojos, seguía expectante, no hacia los andadores o hacia la poca gente que ahora visita el lugar, ni siquiera hacia los árboles, sino como esperando algo.

Cuando los españoles llegaron a nuestro país lo confundieron con un caballo enano. Incluso, algunos estudiosos afirman que nuestros antepasados los utilizaban para tratar malestares reumáticos dejándolos dormir en la zona afectada; también que se los comían con chile.

También leí en una revista que Xólotl era el dios de la transformación, de los gemelos o lo doble, la oscuridad nocturna, lo desconocido, lo monstruoso y la muerte; era considerado el hermano gemelo y contraparte del dios Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.

El perro de los aztecas acompañaba a su dueño siempre, incluso después de su muerte, y le ayudaba a cruzar el río Chiconahuapan, Nueve Ríos, para llegar a Chiconaumictlan o el Mictlán o el inframundo, el lugar de los muertos, como también lo hacía en la mitología griega Caronte o Carón, el barquero de Hades, responsable de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte.

Un trabajador de limpieza me contó que, por las noches, Tizoc sale a recorrer, oscuro, los andadores y le gruñe y le ladraba a algo, después aúlla, regresa y se arrincona en el lugar que usa para dormir.

Él siempre esperaba algo que sólo él sabe, por eso lo vemos así, extraño en un sitio que nunca ha sido el suyo. Yo he pensado que alguien lo está esperando en algún lugar o en algún tiempo para que crucen juntos el río sagrado.

 

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