Sociedad
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Bardomiano: amor por las maderas que cantan

El hombre en “El arte de Paracho”, de dos por cuatro metros, se mueve con soltura, despacio, aunque vacila cuando toma las guitarras. Sus dedos son como diez narices de un sabueso: conocen todos los olores de las maderas, sienten las texturas, las curvaturas, las líneas imaginarias infinitas, el metal del diapasón, las incrustaciones.

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Le queda la mitad de su oído, pero eso es suficiente para saber cuándo un instrumento está enfermo de la voz y en dónde está la falla.

Se llama Bardomiano Olguín Bravo, es laudero y aún cuando tiene 92 años de edad, trabaja de lunes a viernes de 9:00 a 18:00 horas en su tallercito ubicado en la avenida Morelos 1103, colonia Carolina.

Relató, con voz cansada, que desde hace 47 años vive y trabaja en Cuernavaca.

“Toda la vida he hecho esto. Yo soy de Puebla. Mi padre me enseñó este oficio y trabajé mucho tiempo en Michoacán, en Paracho, pero allá todos se dedican a hacer guitarras, y hay gente de dinero que nomás hace maquila. Entonces llega alguien y dice, 'a cómo pagas la maquila', a tanto, yo te trabajo a tanto. Uno entrega la maquila a la semana y luego le dice que no va a haber madera para el lunes y no hay trabajo o le quieren pagar más barato. Por eso tuve que salir de allá para buscar trabajo”, platicó.

Hace muchos años hacía guitarras finas y económicas; también realizaba incrustaciones de concha nácar o de maderas preciosas. Y criticó que en la actualidad a la circunferencia de las guitarras y mandolinas les ponen calcomanías.

No todas las maderas cantan para Bardomiano. Hace unos tres años entregó una de palo de rosa, bonita, olorosa. El cliente se fue muy contento con la guitarra, pero para él, entre las de cedro, caoba, paloescrito, las que mejor suenan son las de ciprés, porque no tiene “amarres”:

“Es una madera no muy cara, suena muy bien, pero tiene un gran defecto: es muy delicada y con cualquier golpecito se rompe”.

Palpando el cuerpo de una que se encuentra en el banco, mete los dedos en la boca del instrumento y asegura: “esto es el alma y si no se hace con precisión no suena. La vista ya no me ayuda”.

En la actualidad Olguín Bravo tiene poco trabajo, efectúa principalmente barnizado de guitarras y reparaciones menores.

“Hace como unos treinta años se vendía mucho la guitarra. En las secundarias y preparatorias tenían una materia que se llamaba música y entonces de ahí se formaban rondallas y estudiantinas y los muchachos compraban guitarras y mandolinas, pero después que quitaron la materia de música comenzó a bajar la venta y ahora se vende poco”, memora.

Los motores de los autos y camiones revientan cualquier melodía de los negocios abiertos en la avenida Morelos. Bardomiano, inmune al ruido, acaricia la curvatura de las maderas que le cantan en silencio, sólo, en su recuerdo, cuando Cuernavaca era otra.

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Máximo Cerdio

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