Sacó de la bolsa de su camisa de manga larga una cajetilla de cigarros y un encendedor; luego prendió un cigarro con gran facilidad. Me sorprendió porque este hombre no tenía manos ni parte de sus antebrazos.
Meses después me pareció volverlo a ver conduciendo una camioneta repartidora de gas. No creí que fuera el mismo, porque una persona con esa discapacidad estaría en imposibilidad de maniobrar el volante y la palanca de velocidades. Pero sí, era él, según lo pude constatar hace unos días que lo encontré en Aragón y León esquina con Matamoros, en el centro de la ciudad.
Salió del asiento del conductor de la camioneta repartidora de gas, subió a la redila y empujó uno de los tanques de veinte kilos hacia la puertecilla de la camioneta, brincó al suelo y subió el tanque en sus hombros. Posteriormente atravesó la calle y se metió por la puerta de una casa hasta la cocina, enseguida bajó el cilindro, luego desconectó el cilindro vacío de las conexiones de gas y conectó el tanque lleno. Todo esto con una velocidad inusual. Después cobró el monto y se llevó el tanque vacío sobre sus hombros hasta la redila de la camioneta repartidora. Subió a la cabina, prendió el vehículo y se marchó a atender otro pedido.
Ángel Manuel Alarcón Rufino tiene 40 años de edad y le dicen el “Manis”. Trabaja como gasero desde que era menor de edad, ya que ayudaba a su padre en este mismo oficio.
Vivió en la Ciudad de México y desde el año 2000 es chofer y repartidor en una de las empresas distribuidoras de gas en la entidad.
Relata que a los 14 años tuvo un accidente que casi le cuesta la vida: se electrocutó, pero la muerte sólo se llevó sus manos y le dejó la vida.
En un principio le costaba mucho trabajo realizar sus actividades diarias sin su manos y antebrazos, necesitaba que todos le ayudaran, pero poco a poco fue independizándose hasta que logró valerse por sí mismo.
Cuando sufrió el accidente fue a terapias y un psicólogo le dijo que la discapacidad no está en el cuerpo sino en la mente: “desde entonces yo he llevado esa idea y nadie ni nada me ha detenido”.
“Soñaba con mis manos y me sentía mal, yo quería hacer muchas cosas pero no podía… gracias a Dios, (que) me dio fortaleza, y he superado todo, ya no sueño con mis manos, porque puedo hacer todo, no la extraño, pero si no pudiera hacer nada y estuviera tirado quizá sí soñaría con mis manos, pero ahorita ya no”.
Ángel vive en Yautepec. Se levanta desde las cuatro y media de la madrugada y regresa a su casa como a las cuatro o cinco de la tarde, y llega a hacer trabajos pendientes y a descansar.
Forma parte del equipo de fútbol de la empresa donde labora, como delantero, y tiene muchos amigos.
Tiene esposa y dos hijas, una tiene 21 y otra 16, a quienes ha dado educación y ha mantenido con el esfuerzo de su trabajo. Ha hecho su casa y ha sobrevivido a la crisis sin la ayuda de nadie.
“Mis hijas son muy orgullosas, mis familia está orgullosa de mi y mis amigos también, de contar con una amistad, saben que puedo hacer todo, que no ando dependiente de nadie, mi familia”.
Siempre lleva una pequeña bolsa colgada en el cuello. El día que permitió que se documentara parte de su trabajo diario recibió una llamada de uno de sus clientes. Con sus pequeñas extremidades abrió la bolsita y sacó su celular; con su lengua desplazó el indicador del teléfono y contestó. Enseguida, con la punta de su lengua marcó a uno de sus compañeros para que surtiera el cilindro de gas que a él se le había acabado.
“Lo único que me cuesta un poco es abrocharme los pantalones, los botones de la camisa, amarrarme los zapatos, pero después de eso, nada; me baño solo, me cambio solo”.
A Ángel Manuel Alarcón Rufino le llama la atención todo lo que las personas hacen con sus manos, en particular artesanías de diferentes materiales: “yo no sé cómo es posible que las personas utilicen sus manos para hacer cosas malas, como matar o robar. Sólo cuando algo nos hace falta valoramos lo que podemos hacer con ello”, concluye.