Sociedad
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Kika y el potasio

Desde hace dos años, Kika se traga un plátano mediano por las mañanas, todos los días, de lunes a sábado. “Este perro nunca va a sufrir calambres”, dice el abuelo.

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 Cuando paso a dejar a casa de los abuelos, rumbo al trabajo, entra corriendo a la cocina, se instala como se sientan los perros y comienza a ladrar pidiendo su plátano.

Yo desnudo la fruta, cojo pedazos pequeños y se los arrojo.  El animal pega da un breve brinco sin despegar las patas traseras del suelo, abre la boca, recibe el alimento, cierra el cogote, lo abre, y se traga el trozo blando de guineo.

Su técnica para recibir el pedazo es impecable, precisa. Muy pocas veces se le han caído algo al piso, a pesar de que está medio ciega, no escucha bien ni huele bien y ha perdido algunos dientes: tiene quince años de edad u 87 años humanos, según los veterinarios.

Una vez que termino de darle el plátano le sobo la cabeza y ella busca un sillón pequeño al cual se sube y toma una posición de “esfinge” para esperar el desayuno que le prepararán en una o dos horas más.

Este vicio de Kika por el plátano comenzó hace veinticuatro meses. El médico recetó al abuelo comerse plátano en ayunas: “te hace falta potasio; con uno en las mañana se te van a quitar los calambres de las manos y de los brazos”.

Entonces el abuelo compraba una penca. Se comía casi toda la fruta y lo que le sobraba se lo arrojaba a la Kika, que la miraba desde su pequeñez de Schnauzer miniatura y desde esa misma pequeñez abría el hocico como un pozo para recibir la punta del potasio blando.

Los trozos que el abuelo arrojaba al estómago del animal fueron cada vez más grandes: “apenas era un trocito y no creí que eso le bastara para calmar su hambre”, acotó.

En dos semanas desparecieron los calambres del cuerpo de 71 años del abuelo, pero cuando bajaba a desayunar la perra lo estaba esperando en el mismo sitio en que le arrojaba la fruta y lo miraba como lo hacen los perros: como si nunca en su vida hubiera probado un trozo de esa comida. Si en la cabeza del perro hubiera habido un globo de diálogo, quizá diría: “Dame ese plátano: yo ya estoy muy vieja y quisiera probar eso que tú comes con tanto placer”.

El abuelo, que tiene un corazón de pollo para los animales, cedió y desde ese día ordenó que a la perra se le diera un plátano completo, fresco y en buen estado.

 

“Se incendia la cocina. Te digo que se incendia”

Después de la muerte de Chaak, un pastor alemán de cerca de cincuenta kilos de peso, los abuelos no quería más mascotas.

Hace más de seis años comencé a encargar a Kika en casa de los abuelos porque no quería que se quedara sola en casa; ellos aceptaron de no muy buena gana: no querían encariñarse con ella y después perderla.

Una vez que dejaba a la Kika en casa de los abuelos ésta permanecería muy tranquila. Comía y bebía en horarios normales y me pedía que la sacara a la calle a hacer sus necesidades por la mañana, antes de dejarla, y por la tarde, cuando yo pasaba por ella y me llevaba a casa. Pero durante el día no recibía mucha atención: era un animal que estaba ahí en casa, como muchos perros. Pero esto cambio de manera drástica, tanto que a partir de ahí, el animal es también muy atendido por los abuelos y por Fer.

Hace aproximadamente cuatro años la abuela estaba en la planta alta de su casa acomodando algunas toallas y escuchó a Kika ladrar. Supuso que era algún vendedor o algún gato que merodeaba y no le hizo caso. Sin dejar de hacer ruido, subió al piso de arriba y se paró frente a ella y le ladró con más fuerza, y bajó por las escaleras. La abuela siguió acomodando las toallas, pero vio que el animal subía nuevamente, le ladraba y bajaba de prisa y volvía a subir, entonces bajó con ella y vio que se metía a la cocina y la siguió. Cuando la abuela quiso entrar a la cocina, se llevó una sorpresa que casi le cuesta la vida: ¡la cocina estaba envuelta en llamas!

Como pudo, después de varios minutos y arriesgando su vida, apagó el fuego. A los pocos minutos llegó el abuelo y la ayudó a limpiar todo el espacio. Las llamas habían consumido cosas de plástico, especias, trapos y otros aparatos: la abuela había dejado una sartén con aceite en la hornilla encendida y se había olvidado de apagarla, eso fue lo que provocó el siniestro.

Desde ese día la Kika dejó de ser algo así como un mueble peludo más, se ganó un espacio muy especial y logró que todos le dirigieran la palabra y platicaran con ella, como se platica con cada miembro de la familia.

Todos amamos a Kika. Durante 15 años nos ha alegrado la vida con sus gracias y su modo especial de ser; nosotros hemos correspondido a su perrez proporcionándole lo que ella necesita. La tratamos como un miembro más, ella lo sabe, no es una mascota, es el perro de la casa.

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Máximo Cerdio

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