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Cuando todo sale bien
La semana pasada conté sobre cómo me dejaron plantado en una presentación. Pero no todo es drama y abandono. Ahora les compartiré lo contrario, una anécdota en que las cosas marcharon de maravilla, porque de ambos extremos se aprende.
Fui a un colegio particular de mucho prestigio en Cuernavaca. Fue por recomendación de alguien y así. Llegué y ya conocía a varios maestros que ahí laboraban. Platiqué con ellos y les expuse las opciones que tenía para ofrecerles. Fue una grata experiencia, porque eran maestros con mucha vocación y talento.
En primer lugar, me encargaron un tiraje especial de 100 ejemplares de mi libro El colchón, cuentos de la cotidianidad, con un diseño de portada especial, que incluía el sello del colegio. Una vez que los estudiantes —secundaria o preparatoria— leyeron el libro, volví a la escuela a ofrecer la conferencia El arte de contar un cuento, que fue una exposición de 30 minutos, para luego pasar a la sección de preguntas y respuestas.
Fue un diálogo enriquecedor, los estudiantes eran buenos lectores y hacían unas preguntas puntuales sobre las historias contenidas en mi libro, que en general les gustó y les generó algunas interrogantes. Adolescentes al fin, luego pasaron a hacer preguntas más personales, que contesté con menos fortuna.
Me pagaron la exposición y me dieron un bonito reconocimiento, además de que dediqué varios ejemplares. Aún no existía la fiebre de las selfies ni redes sociales como Instagram.
Otro día volví y platiqué con una maestra en su hermosa biblioteca con muebles de madera y miles de libros perfectamente catalogados. Un espacio que siempre que fui tenía estudiantes y maestros trabajando. Una joya. Ahí acordé con una maestra la edición de la antología de su taller literario. Fue un proyecto colectivo, con los alumnos, la maestra y la institución. Diseñé e imprimí un tiraje breve, que se presentó en la escuela como un evento literario con toda la organización necesaria. La maestra quedó contenta y yo igual.
El siguiente paso fue más complejo, pero también era parte de mi propuesta inicial. Volví a trabajar con varios maestros, para desarrollar manuales de trabajo por materia y antologías de lectura. Fueron cerca de 20 títulos. El plus era que cada maestro sería el autor del material con el que trabajarían el siguiente ciclo escolar. Y cada libro fue diseñado de forma especial según el uso que se le fuera a dar. Lo mismo que antes, todo salió perfecto, les entregué los cientos de libros, y hasta donde supe, se trabajó bien con ellos.
Comparto esto como un caso se éxito, un trato con una escuela importante y maestros preparados y vanguardistas, estudiantes felices. Y porque, como decía, no todo son fracasos. Aún sigo en contacto con algunos maestros de allá.
La experiencia de las antologías no se repitió el siguiente año, pues, como pasó en muchos lugares, la tecnología nos alcanzó y nada que hacer. La escuela comenzó a trabajar con tablets y softwares, lo que, a su modo, también benefició mucho a los estudiantes.
Debo decir que eso pasó en varias escuelas, y no me refiero solo a aquellas con las que yo trabajaba, sino en general. Y así es la vida, nada de qué quejarse. También debo agregar que con el paso de los años —de lo que cuento ya pasó una década— las escuelas han vuelto a buscar libros impresos… además de las tablets, es decir, que ahora conviven en las aulas dos tecnologías complementarias: el libro y el gadget.
Por esto y muchas cosas más, el estado de Morelos —Cuernavaca en particular— fue mi mejor escuela no solo como escritor, también como hacedor de libros y vendedor.
Los espero mañana sábado 30 de noviembre en la Casona Spencer, a las 7:30 pm, para la presentación de 20 libros míos, de cuento, novela, poesía, minificción, ensayo y antologías, claro. Habrá mezcal para el brindis.
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@DanieloZetina
Me dejaron plantado
Hace unos años, como siempre, buscaba lugares para presentar mi obra y promover la lectura. Estaba por terminar la nueva edición de una novela, así que estaba entusiasmado. Justo esa semana me llamó el bibliotecario de una importante y grande escuela privada. Me invitó a vender en su feria del libro en unos 20 días, pero también a presentar alguna novedad mía, pues sabía de mi trabajo y le había gustado alguno de mis libros.
Le agradecí y le mandé mi información. Poco después se confirmaba la presentación de mi novela Óleo sobre ketamina en un auditorio con un público conformado por varios grupos de estudiantes de preparatoria, unos 200 tal vez. Ya antes había presentado un libro mío allá y todo había salido genial, así que pensaba en un éxito total.
Por esos días, terminé la edición de la novela y mandé imprimir unos ejemplares, pues pensaba garantizada una venta, que aunque fuera mínima, me alcanzaría para tres objetivos: a) dejar un buen sabor de boca y que me volvieran a invitar, b) tener varios lectores nuevos y seguidores en redes sociales, c) vender a la larga algunos otros de mis libros a esos lectores, como suelo hacer.
Al acercarse la fecha, confirmé mi participación y compartir mi novela con los estudiantes. Todo bien. Varios amigos libreros de acá de Querétaro me dijeron que asistirían y me comentaban con buenos deseos mi presentación.
Los libros llegaron unos días antes, hermosos como siempre, como cada producto que después de salir de mi mente llega materializado como libro a mis manos. Es algo que disfruto de una manera que no puedo explicar ahora, pero que quizás valdría la pena un día desarrollar, pues no es menor y tal vez pueda ser interesante para alguien.
Comenzó la feria, en lunes, para terminar el viernes. Mi participación sería el miércoles a medio día, pues ahí las clases solo eran por la mañana, cuando menos en prepa. Sí había muchos alumnos que llegaban cada día a sus clases y se veían sonrientes y entusiastas en sus pláticas en los recesos… pero no se acercaban mucho a las mesas de libros.
Yo llegaba muy temprano y me ponía a escribir en una lap top que podía conectar ahí mismo, lo que era una ventaja adicional. El lunes no hubo ventas.
El martes la cosa no cambió, pero me consolaba pensando en mi evento del miércoles y en la manera de comentar mi obra con los adolescentes que corrían por ahí. Además de escribir y no vender nada, leí algunos libros en esos dos días de la feria.
El miércoles llegué lo mismo muy temprano y el bibliotecario me indicó la hora exacta y el lugar de mi presentación, un auditorio amplio, bien iluminado y con buena acústica. Probé sonido y todo estaba en orden, incluidos los silloncitos azules en donde me sentaría para contestar las preguntas de los estudiantes, a quienes ya ansiaba conocer.
Poco después, el amigo me comentó que la presentación se aplazaría una hora. No pasa nada, pensé, pues aquí está el público. Una hora más tarde fueron por mí para entrar a auditorio. Coloqué mis libros en una mesa, la novela y alguno otro y respiré profundo como siempre hago. Luego me senté a esperar, mientras los organizadores de la feria, mi amigo y otra bibliotecaria iban por mi público. Pasaron muchos minutos de mi espera, así que consulté la hora y me di cuenta de que algo ya no estaba bien por ahí.
Casi 40 minutos más tarde volvió el bibliotecario, algo enfadado, y me comentó con pena que un directivo de la escuela había decidido, de último momento, prohibir que los alumnos bajaran a reunirse con nosotros y vivir una experiencia literaria, a pesar de las gestiones que para ello se había realizado en tiempo y forma semanas antes.
Yo no me enojé, sino que traté de solucionarlo. Pero incluso, el directivo en cuestión se negó a recibirme, diciendo que estaba ocupado y que podía atenderme una semana después. Ahora sí salí algo indignado, pero no grosero. Volví a mi puesto de no venta y recalculé… tenía que hacer algo para vender libros y recuperar la inversión que había hecho. Y ahí no se había vendido prácticamente nada.
Tomé mis cosas a la hora de la salida y me marché. Me despedí cortés del bibliotecario y le comenté que ya sería para otra ocasión. Y estoy seguro de que habrá una nueva chance de volver ahí, quizás hayan cambiado la directiva o simplemente pueda lograr entrar ahí y hacer lo que no puede hace un par de años. Cada tropiezo puede ser una nueva anécdota o aprendizaje. Abrazos.
Y recuerden que los espero el sábado 30 de noviembre en la Casona Spencer, a las 7:30 pm, para la presentación no de uno sino de 20 libros, míos. No sean gachos, no me dejen plantado.
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@DanieloZetina
Te vendo un libro
Acérquese, señor, señora, jovencitos, acá está lo bueno. Pásele, le voy a contar cómo vender libros en esta época tan posmoderna, cuando el internet ha potenciado la lectura, proliferan las ofertas literarias y los artistas tienen (o pueden tener) más libertad que nunca.
Dicho de otro modo: “¿Daniel, ¿cómo vendes tus libros?”
Antes de contestar, diré que comencé vendiendo libros usados y remates cuando era estudiante y seguí haciendo eso por casi una década. También vendí las novedades de otros autores, ya fuera con sellos de gobierno o de forma autónoma, y desde hace 15 años vendo los propios.
Para vender
—De mano en mano: Como juglar, ir por ahí ofreciendo en cualquier lugar donde se pueda: salas de espera, filas del banco, cafeterías, oficinas, en los camiones. El único punto es cargar siempre ejemplares en la mochila.
—En redes sociales: Se ofrecen, se describen, se impulsa la venta con mensajes y publicaciones, se atiende a los interesados, se cobra y se mandan por correo o se entregan en un punto de la ciudad.
—En presentaciones: Buena estrategia que vive un auge importante. En especial, me refiero a aquellas que se organizan en lugares públicos, como centros culturales, instituciones públicas o plazas. Es una de mis estrategias más efectivas.
—En ferias: Es muy variable lo que puede venderse en ellas y la afluencia y perfil del público depende sobre todo de lo que gestionen (o no) los organizadores, pero siempre hay sorpresas. En la plaza principal de una ciudad pequeña puede venderse mucho, mientras que en un recinto oficial puede no haber tanta respuesta. Son cansadas, pues casi siempre duran todo el día, pero una de sus grandes ventajas es que el contacto con el público deja buenas enseñanzas.
—En escuelas: Esto incluye el cambaceo, colegio por colegio. Hay que llegar con directivos y establecer contacto con los maestros de las materias adecuadas (español, redacción, literatura, derecho, cívica, psicología…), de acuerdo con el perfil del libro. Esto da buenas ventas y permite un contacto maravilloso con los lectores in situ, digamos. Casi siempre voy a ofrecer una charla o conferencia con la compra de varios ejemplares, así conozco la opinión de mis lectores y a veces vendo un poco más.
—En empresas: Ofrecerlos como regalo para fechas especiales, vacaciones, año nuevo, fin de ciclos, día de la madre-padre-familia, etcétera. Es una gran oportunidad venderle a empresas, negocios y empresarios, pues además se fomenta la lectura en un sector menos atendido, mientras que ellos obtienen y ofrecen para sus empleados o colaboradores un producto cuyo precio no es alto, pero su valor agregado es excelente.
—La familia: Agradezco a mis tías, primos y otros parientes que compraron mis libros por años, fueron cientos. Ya compran menos, pero es comprensible. Han sido críticos y excelentes lectores que han acompañado mi crecimiento o evolución como escritor. Muy recomendable venderle libros a la familia.
—Los amigos y conocidos: Hay que aprovechar para compartir lo que uno hace, como quien es dentista y te da su tarjeta para una cita, o el abogado que te ofrece ayuda en un trámite. La amistad genera buenos lazos y que los amigos sean lectores resulta óptimo para todos.
—Librerías y distribuidoras: En una menor medida, pero sobre todo, como parte de una estrategia bien planeada. Hay que buscar a los buenos vendedores, que se sumen al proyecto personal con respeto y entusiasmo.
—En mis conferencias y talleres: Como una forma de que perdure la experiencia en el asistente o participante.
—En cualquier lugar: Un viaje en Blablacar, una reunión familiar, cuando vas a comprar otra cosa, al hacer trámites…
Por último, hace 23 años le dije a mi padre: “Yo voy a vivir de vender libros… aunque sean de otros”, pero ahora mi objetivo es vender más de lo que yo escribo. Ahora, dime, querido/a lector/a, ¿qué libro te vendo, tengo cuento, novela, poesía, ensayo, minificción y antologías?
Para eso, te espero el siguiente sábado 30 de noviembre en la Casona Spencer de Cuernavaca, a las 7:30 pm, para la presentación de los 20 libros que publico como una celebración por mis primeros 20 años de carrera literaria, entrada libre. Besos.
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@DanieloZetina
Autopromoción
Envidia Del lat. invidia. Tristeza o pesar del bien ajeno (rae).
Otro aspecto criticado por muchos escritores, es cuando un autor trabaja en su autopromoción, ignoro por qué se gasta tanta saliva y tinta en denostar dicha práctica, así que me enfocaré en el fenómeno mismo.
Para ello me valgo de un falso aforismo, más bien de una divagación: un escritor es un artista; un artista es una persona que puede ser productiva en la sociedad; un artista puede ganar dinero por su trabajo, por todos los medios que tenga a la mano; una persona productiva es útil en la sociedad; con ello, un escritor puede ser productivo y útil mientras sublima la vida por medio de sus letras; asimismo, quien produce, puede valerse de cualquier estrategia legal para promover su trabajo y hacer efectiva su vida laboral, recibiendo una remuneración digna por ello…
Ahora me concentro: la promoción permite que la gente conozca algo, por lo que podrá llegar de mejor manera al consumidor (en nuestro caso, los lectores), quien contará con más elementos para decidir si lo consume o no.
La promoción tiene mucho de comunicación, también de marketing, pero incluye otros conceptos, como producto, agenda, medios y redes sociales, que puestos a trabajar en conjunto permiten que la promoción se desarrolle de la mejor manera, en un tiempo y un espacio determinados. Esto comienza a sonar complicado, ¿no?
En el caso que analizo, hay un autor, que tiene una obra y quizás otros productos (conferencias, talleres), que desea vender en un contexto específico. Quiere ser conocido porque así se dará a conocer su trabajo, como obra y producto de arte. Aquí hay que tomar en cuenta que el escritor es, o puede ser, el producto mismo.
(Casi) todos los escritores quieren ser leídos y conocidos, incluso reconocidos. El ego nos gobierna en gran medida, y es comprensible, porque con contra desde ante para por el ego hacemos literatura. Así parece, ahora sí, lógico que un autor sea promocionado para alcanzar su propósito, con lo que, si nos ponemos elevados, el arte alcanza su propio fin, que es (o empieza o pasa por) conmover a los lectores.
Hasta aquí todo claro, a pesar de lo barroco que me está saliendo este texto. En fin, un autor y sus ganas de trascender… y lo que necesita para ser conocido: promoción. Estoy obviando que tiene una obra, que, si es buena o mala, eso lo dirá el público, cuando pueda conocerla. Esto, porque opino que en México prácticamente no existen los críticos literarios, o son tan pocos y publican en medios marginales (o académicos, peor aún), que no resultan nunca determinantes en que un libro tenga o no éxito. Se oye feo, pero en una sociedad como la nuestra, donde el lector es su propia medida, los críticos literarios salen sobrando. No digo que estorben, solo los veo como algo inocuo.
Lo que sí vale muchas veces para llamar la atención del público son los comentarios de otros escritores sobre un libro nuevo. Son una estrategia conocida, incluso en textos que el tiempo determina que no valieron la pena. Y ojo, porque un buen escritor nunca es un buen crítico literario, ¿o conoce usted algún buen caso?
La promoción no solo es lícita, válida y necesaria, es incluso recomendable. Las editoriales comerciales invierten mucho dinero en publicidad. Las agencias literarias son especialistas en promoción, así como todos los publirrelacionistas (pr, por sus siglas en snob) que contratan. Muchos grandes o medianos autores pagan para que los promocionen otros, dando la finta de que la promoción es espontánea… cuando es una estrategia. Quizás la fama es una ilusión, pero la promoción no lo es, porque se trata de algo indispensable en cualquier área de nuestra sociedad y de un arduo trabajo también.
¿Entonces por qué criticar a los escritores que se autopromueven?
Vale más aprender a hacerlo bien, porque yo, que la practico y supongo que lo haré siempre, he aprendido a desarrollarla mediante muchos errores, pérdida de tiempo y esfuerzos inútiles. Aprendí por el espinoso camino del autodidacta, pero lo he hecho. Licenciado en Letras al fin, y apasionado de hacer libros, he aprendido a promocionarme y, créanme o no, eso me ha permitido en gran medida vivir del arte, vender miles de libros y llegar a los lectores, quienes me complacen con su diálogo. Gracias por leer.
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@DanieloZetina
Autopublicación
Esta semana puse a la venta los 20 títulos con los que celebro 20 años de carrera y 40 de vida. Por eso el tema de hoy. Porque después de que muchos de esos libros se publicaran en diferentes sellos, decidí retomarlos yo, revisarlos, corregirlos, aumentarlos en cada caso con textos nuevos y ponerlos a la venta. Luego hablaré de estrategias para vender ejemplares de forma personal, ahora me enfoco en el asunto de publicarse uno mismo.
Comencé haciendo mis propios libros por dos razones. Primero, porque en Cuernavaca del 2003 no había editoriales para publicar nuevos talentos, por lo que no podía aspirar a encontrar un editor cerca. Además, mis textos eran breves y estaba seguro de que en general sería difícil publicar en otros lados un libro.
Debo añadir que siempre tuve la inquietud de saber lo que decía el público, enfrentarme a él con mi obra. Como una especie de confrontación del ego, pero también una manera de reafirmarme como autor, incluso como persona, pues crecí como la verdolaga y no tuve grandes tutores literarios (ni los quise cuando pudieron llegar). Quizás por eso respeto y admiro tanto a los lectores.
Entonces, un primer argumento es que autopublicarme me sirvió de forma importante para mi formación. La autopublicación es inmediata, es decir, que no es un mal, sino una característica de nuestra época, digamos desde el posmodernismo hacia el siglo XXI con todos sus nuevos ismos.
Por otro lado, siempre me he mantenido económicamente gracias a mi trabajo. Viví por mi cuenta desde los 17 años y no concibo la vida sin trabajar, aunque mis labores económicas hayan variado abismalmente desde que lavaba autos o vendía en tianguis de pulgas a ahora que me dedico a tiempo completo a mis pasiones.
Con esto de publicarme, me daba yo mismo un producto que vender para obtener un recurso directo. Entre otras mercancías, antes de los libros, vendí alcohol de curación, tamarindo, perfumes y cinturones, desde los 12 años. Es decir, ya tenía experiencia vendiendo y ofrecer algo que yo elaboraba no era para mí ajeno, pues también hice collares y playeras teñidas. O sea, que ahora que mientras escribo lo pienso, vender mis libros es solo una continuación congruente de mis ganas de salir adelante, aunque esto suene ególatra, ni hablar.
De la sociedad en general siempre he recibido una buena respuesta con mis libros en mano. No porque fueran los mejores libros ni las más logradas obras literarias, sino porque, frente a quien trabaja, la gente común y no corriente, suele tener una buena actitud. Incluso, andar por ahí vendiendo mis libros me levantó el ánimo en muchas ocasiones.
La ganancia por vender mis libros ha sido mayor a cuando otros los han comercializado, aun el gobierno. En términos generales, de una edición yo podría cobrar el 10% de regalías, con efectivo o ejemplares. Lo que gano por vender lo mío es superior a ello, además de que el control de la producción está en mis manos; y si necesito más ejemplares, puedo invertir y ver de vuelta una ganancia digna.
Ignoro por qué en el ámbito literario hay tanta gente envidiosa con quien hace sus libros y los vende, aunque comprendo que la mayoría ignoran por completo cómo se edita un libro, mucho menos cómo se vende. Y aquí tampoco presumo, porque aprendí a hacer libros con estudio y muchos años y a venderlos del mismo modo.
Insisto, los únicos que critican a quien se autopublica son otros autores, en especial aquellos que solo publican en sellos de gobierno o mediante subvención oficial, o quienes de plano casi nunca publican. Los pocos escritores grandes que he conocido no ven mal la autopublicación y reconocen el gran trabajo que representa. Por ejemplo, Mario Bellatin, de indiscutible talento, ha decidido imprimir por su cuenta y riesgo decenas de sus títulos. Habrá que preguntarles cómo les ha ido. No conozco otra área en la que autoproducir y vender sean mal vistos.
Autopublicarse es una opción real y efectiva en la actualidad, aunque, insisto, muchos pretendan vivir en la nostalgia de un pasado en que los editores correteaban a los intelectuales para publicar sus libros y venderlos por miles… si es que eso algún día ocurrió. Aunque no hay que confundir la parte con el todo. La autopublicación es solo una de las muchas opciones que tenemos los escritores para diversificar la edición de nuestras obras. Y hay que hacerlo con la mayor dignidad posible, con los riesgos que conlleva, pero también con cierto entusiasmo. Ya hablaré de otras opciones modernas para publicar. Gracias.
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@DanieloZetina
Las polémicas becas
Siempre se ha criticado que el gobierno dé becas económicas a los artistas, es decir, dinero en efectivo por dedicarse a lo suyo durante un periodo de tiempo que varía según la beca, a la que también se le llama estímulo.
Me parece imposible que no haya polémica. Por un lado, es como que el artista estirara la mano para que el gobierno, con dinero de los impuestos, le diera de comer. Puede verse así, como una limosna. O puede leerse que de este modo el poder compra al artista y le roba su creatividad, obligándolo a hacer arte gubernamental, alineado con el sistema, nada crítico y poco profesional. Creo que de estos dos enfoques podríamos encontrar kilómetros de información y en efecto ambos casos se cumplen en muchos artistas becados. Puede incluso verse como un premio a la obediencia del artista frente a quien le da el dinero como una dádiva.
En el otro lado del ring están quienes (artistas o no) opinan que es una obligación del gobierno dar becas, que en muchos países del primer mundo existen y que la responsabilidad del gobierno ES fomentar así las diferentes artes. Por ello, lo ven como algo saludable, pues quizás el gobierno no censure el arte que se hace con becas, ni castigue a quienes lo hacen, especialmente porque a lo gobernantes (políticos) no les importa nada lo que hagan los artistas y muchas veces son incluso muy incultos.
Ahí no para la cosa. Están también las llamadas mafias literarias, a quienes se les acusa de (bajo la sombra del poder nuevamente) otorgar las becas a sus fieles seguidores, a aquellos artistas malos que saben cargar sus portafolios, aplaudir sus discursos y obedecer sus órdenes. Aquí también hay mucha tela de dónde cortar y no precisamente de la seda más fina. En cualquier resultado de becas habrá los acusados de hacer mafia o de manipular las cosas o de crear grupos cerrados para llevar a cabo sus favoritismos. Corrupción, pues, de la más vil y que es necesario decirlo, sí es cierto que se da, aunque no en todos los casos. El problema es que todo es sutil, muy fino y elegante este acto de repartir las tortas en el país de las manadas de artistas hambrientos.
Sería casi imposible (y bastante ocioso) comprobar que en efecto hay grupos sindicales charros, por hacer una comparación, en la distribución de las becas para creadores en México. Bajo dicha impunidad burocrática se esconden aquellos a quienes justo les sirve el anonimato, el bajo perfil para continuar con su modus vivendi (lo digo así, porque se ha comprobado, eso sí, que algunos escritores, por cierto muchos de ellos siempre desconocidos para el gran público, han vivido de becas por décadas).
Parece que escribo con envidia, pero igual he sido un privilegiado, he tenido dos becas locales como escritor, con las que escribí dos de mis libros más vendidos hasta ahora. En mi caso, también se me acusó de mafioso en Morelos, caray, pero al tratarse de mí, les confieso que no, nunca fui así ni me comporté de ese modo. Y eso no quiere decir que no me hayan invitado a formar parte de grupos con dichos fines. Caray y más caray.
En esta última ocasión de las becas nacionales del Fonca, se acusa a un artista de ser un agresor sexual, muy ventilado ya en el #MeeToo y que ha sido de nuevo señalado por grupos de feministas, mujeres artistas y distintos medios. En ese caso, estoy de acuerdo en que se le retire la beca, porque recibir más de 30 mil pesos al mes durante tres años (poco más de un millón en total) debería estar prohibido para agresores sexuales. Por el principio de que un artista debe ser, si no intachable, por lo menos una persona con cierta probidad. Y ser un agresor sexual es justo lo contrario de eso.
Por último, opino que un escritor debe escribir con o sin beca, que la mayoría de lo que se escribe con beca es un poco más de basura y que lo mejor es no preocuparse por la becas, pero seguir buscándolas en alguna nueva convocatoria. Así de paradójico y quizás contradictorio el tema. Ya les decía, mucha polémica barata, casi chisme de lavandero. Caray.
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@DanieloZetina
Ferias de libros
De entre todas las estrategias para vender libros, las ferias son una de las más importantes en la actualidad. Cuando yo era niño apenas había alguna, con poca difusión y una asistencia que estaba más bien enfocada a clase media alta, intelectuales, hijos de científicos o académicos.
A lo largo de mi vida como escritor he visto cómo cada vez hay más y muy diversas. Las tenemos en especial en las plazas públicas, en centros culturales, museos y otros recintos, pero también dentro de escuelas, públicas y privadas, de todos los grados académicos y niveles socioeconómicos y culturales.
Los hay en la capital del país y en provincia y se posicionan cada día más en el gusto del público y de las instituciones gubernamentales y asociaciones de editores y libreros, según mi punto de vista, por varias razones.
En primer lugar, porque se basan en el principio de que la gente choque con los libros en la calle o en los pasillos. Esto ya es un éxito, porque el lector ve los libros y se puede acercar a ellos sin necesidad de cruzar el umbral de una librería (o un Sanborns).
Luego es importante que quien venda, tenga la paciencia y la mejor actitud para atender a un público muchas veces lego pero realmente interesado en comprar y consumir la cosa esa llamada el libro. De verdad que aún hay vendedores de libros que alejan a los posibles compradores con su actitud, pero muchos han comprendido la importancia de su trabajo para promover la lectura de la mejor manera que puede ser hecho, por medio de la compra de ejemplares.
Un lector en una feria es una persona que puede pasar largas horas observando, tocando, conociendo libros, charlando acerca de ellos, preguntando, leyendo, comprando. Es decir, que ejerce sus derechos como lector ampliamente.
A las ferias vamos libreros, distribuidores, editores, impresores, autores… Y en general creo que la pasamos muy bien. Es un ambiente natural para los bibliófilos. Ahí vendemos, convivimos, conocemos opiniones y necesidades de los lectores, nos damos cuenta de los errores y aciertos, dialogamos, debatimos, compramos también.
Las ferias de libros son una especie de salones itinerantes para aprender sobre libros y literatura. Aprende desde el más pequeño hasta el más viejo, las amas y los amos de casa, los maestros, los policías, los barrenderos, los vagabundos, los intelectuales petulantes, los funcionarios públicos soberbios, los clérigos y las monjas, hasta los que ejercen el miserable oficio de robar libros.
Hoy 11 de octubre comienza la Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México y dura hasta el domingo 20. Es una de las más importantes, comenzando por el lugar en donde ocurre, la ciudad, las fechas. Pero también porque vamos muchos de los mal llamados editores y autores independientes. Desde hace años ha habido un pabellón de esto, que ahora se extiende por varios pasillos.
Dicha sección ha ganado prestigio por varias razones, ente las que destaco las propuestas buenas y nuevas que hay cada año, el diálogo y los precios asequibles. Para quien quiere novedades diferentes a las de las grandes cadenas, hay mucho por ver y leer.
Es un espacio para vivir la vida loca del lector, entre pilas de libros, remates, oportunidades y buen café. Los invito a que acudan, yo estaré en el local 67 de los independientes, junto con Cascarón Artesanal (de Rocato) y Svarti (de Jorge Plata). Tendremos muy buenos libros y mejor plática, allá nos vemos.
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@DanieloZetina
Mudanzas
Hay una parte de la vida en que no se es escritor, más bien persona. Trajines cotidianos que hacen olvidar por momentos lo sublime del arte, la gracia de las palabras y los chismes de otros escritores en Facebook (fans de Paz, aduladores de Rulfo, rescatadoras de plumas femeninas). Entre todas las vicisitudes cotidianas, una de las más complejas es la mudanza.
Sí hay puntos de encuentro entre la vida personal como ciudadano común y la de escritor, pero eso suele darse después de que los hechos pasan, cuando uno los piensa y las reflexiones acuden a la mente como parvada en una tarde de provincia. No sé si me explico.
Por diferentes y exóticas circunstancias, desde hace 20 años me he mudado unas 20 veces o más: Morelos, Chiapas, Toluca, Querétaro y la más reciente a la Ciudad de México. Esto sin contar las 8 o 10 que tuve antes de los 20 años de edad (la numerología tendrá algo qué decir).
Las mudanzas son cansadas, tediosas, aunque uno llega a acostumbrarse en alguna medida a ellas. Un maestro gringo (en EUA) me decía que no entendía por qué los mexicanos éramos tan nostálgicos; según él, ellos se mudaban tan fácil como cambiarse los calcetines. Mmmmmm, quién sabe.
Profundizo en algo: a veces las mudanzas son obligatorias (huidas, separaciones, desalojos, siniestros, etcétera), ahí no hay mucho qué pensar ni tiempo para revisar cajas. He tenido varias y suelen ser exprés pero caóticas; desagradables en gran medida… aunque liberadoras porque se remedia un asunto, se sale del paso, se inicia de nuevo.
En cada mudanza tiro cosas, reviso, renuevo, limpio, guardo, cambio cosas de cajas, lloro un poco o me enojo o me entusiasmo. No las vivo en blanco. Dos de las más importantes fueron, una hace siete años, cuando por la violencia hui a Querétaro (adonde por años quise mudarme). Como en Cuernavaca rentaba una cabaña amueblada, solo alquilé una camioneta, cargué 70 cajas de libros y unos libreros y yo mismo manejé hasta el exilio. Poco a poco, con los diferentes cambios de domicilio en esa nueva ciudad, fueron menos las cajas, pues debido a la crisis en que caí debido a malas decisiones y a uno que otro robo, vendí varios miles de libros para irla pasando.
La otra fue a la capital del país, mi lugar de origen, en 2018. Aunque esta nueva mudanza tenía desde el inicio carácter de temporal (sin saber por cuánto) y nunca cambié mi lugar de residencia (seguía en Querétaro)… y más que vivir en la CDMX estuve de paso hacia muchos otros lugares, fue satisfactorio llegar al centro de la Ciudad de los Palacios después de vender casi todo mi menaje en tianguis de pulga. ¿Por qué salí del Bajío por un tiempo? Porque se me dio la gana y quería vivir mi ciudad como nunca lo había hecho. Quería ser de nuevo un provinciano en Chilangolandia, así como siempre he sido un chilango en las benditas provincias. Y ahora, siempre podré asegurar que fue una gran decisión.
Ahora estoy por volver a Querétaro, con unas cuantas cajas más de libros, por fortuna. Esta vez, nada me obliga, es una decisión consciente. Lo he dicho en varias conversaciones, la CDMX es un lugar para no aburrirse, para aprender y experimentar, para observar y dejarse amar por la ciudad y ser recíproco con ella. Sueno cursi, pero en la “ciudad de las transas y el smog”, como la definiera Alex Lora, se vive con una intensidad que no puede verse en ningún otro lado. Además, la provincia se mueve a otro ritmo. Los días en Querétaro duran 35 horas. Me voy a allá a escribir, con la paz y la tranquilidad que le caracteriza y que me permite concentrarme, en especial ahora que tengo varios proyectos en proceso. Ignoro cuánto tiempo dure esta ocasión, espero que sean varios años (y de seguro nuevas mudanzas). Ya les avisaré cómo me fue.
Por último, les comparto que ayer se fueron a la imprenta los 20 libros con los que celebro 20 años de carrera y 40 de vida: poesía, cuento, novela, ensayo, minificción y más. Me siento feliz por eso. Estarán a la venta en la Feria del Libro del Zócalo del 11 al 20 de octubre. Allá los veo. Gracias de nuevo.
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@DanieloZetina
Escribir o enviar a concursos
Con frecuencia me preguntan si mando mis textos o mis libros a concursos, antes de ver otras opciones de publicación. En términos generales, me obsesiona más escribir que ganar premios. Por eso, me enfoco en escribir. Como ahora que estoy terminando la revisión de 20 obras y organizo mi vida para terminar otras tantas que pretendo cerrar en los próximos meses.
¿He ganado concursos? Sí, en especial con textos que ya tenía, y que por alguna razón se adaptaron a las bases de la institución que lo convocaba. Son tres casos así en particular: un texto sobre Elena Garro en Cuernavaca, que ganó el segundo lugar en los Juegos Florales de Cuernavaca y que es parte de mi tesis de licenciatura.
Otro caso fue el libro Mentiras piadosas, una recopilación de brevedades narrativas que publicó el Gobierno de Morelos por ganar el primer lugar del concurso para publicar obra literaria inédita. Ese libro, por casualidad, lo había terminado de escribir un par de meses antes de que cerrara la convocatoria. Uno de los beneficios de ganar, fue poder trabajar o afinar mi libro con el escritor Juan Tovar, a quien tuve la oportunidad de conocer en su casa. Fue una grata experiencia. El libro se publicó y obtuvo algunos lectores, aunque sigue siendo de mis libros menos conocidos.
El tercer caso fue el libro de cuentos Sexo por placer, que muy a mi ya más afinado estilo, después de terminado, decidí dejar guardado un par de años. Entonces, apareció una convocatoria que según yo se adecuaba a lo que había escrito, lo envié y gané el III Premio Bitácora de Vuelos 2019, para publicarse como e-book, el primero en mi cuenta.
Otros libros míos se publicaron mediante convocatorias, en diferentes editoriales pequeñas, con mejores o peores resultados.
En cuanto a revistas, pasa lo mismo, no suelo revisar las convocatorias mientras estoy desarrollando un proyecto. Prefiero esperar hasta el final o, dicho de otro modo, dejar que los textos reposen lo necesario, para luego revisarlos de nuevo y por fin darles punto final. Entonces ya busco las convocatorias y envío mis textos.
De este modo, mi estilo para administrar mi obra es primero escribir y luego publicar. Me gusta lo que ha sucedido hasta ahora, digamos, los resultados de este método. He publicado casi todo lo que he escrito en revistas, antologías, libros y otros medios. En cuanto a publicaciones periódicas, he publicado quizás unos 300 textos, de los cuales he tenido muchos comentarios, que me han ayudado a ser mejor escritor.
Ahora me enfoco en la escritura de un libro de minificciones, otro de cuento y varios proyectos más, ya iniciados, que quiero terminar antes del 31 de diciembre. Mi plan para 2020 es desarrollar una novela de larga extensión, para lo cual, estoy seguro, me beneficiará la paz y tranquilidad de la ciudad de Querétaro, a donde me mudaré pronto.
Ahora recuerdo solo un caso en el que he escrito textos ex profeso para publicar: en antologías temáticas. No en todas, solo para algunas. De unas 30 antologías, quizás lo hice en unas tres.
Seguiré esta metodología, si puede llamarse así. Me parece bueno publicar, de hecho, creo que el objetivo de escribir (luego de la sublimación-catarsis de la vida personal) es llegar a un lector. Digo lector, porque me interesa no solo que compren, sino también que lean lo que yo escribo. Entonces, sí quiero publicar y una forma de hacerlo es revisar convocatorias (y cada quien puede hacer lo que le plazca), pero a mí me funciona mejor enfocarme en la escritura.
He conocido a quien le resulta más ver convocatorias y escribir en función de ello. No le veo nada de malo, incluso los admiro. Yo simplemente o puedo hacerlo así. En la fauna de los artistas hay de todo un poco, esta solo es mi postura, y esta mi columna, donde me gusta divagar respecto de los temas que están en el aire, todos los días, en esta vida de escritor. ¿Usted qué opina? Gracias.
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@DanieloZetina
¿Por qué no soy un Godínez?
Para Arielle Melgar
Una amiga me preguntó a qué me dedicaba además de ser escritor. Le contesté que solo me dedicaba a esto. Es decir, a las artes relacionadas con ser escritor. Hago muchas cosas, como ya he contado, pero siempre desde el mismo enfoque: soy un escritor que promueve la lectura (no un promotor que escribe), soy un escritor que da clases (no un profesor que publica), soy un escritor que publica una columna (no un periodista que hace literatura), son un artista de la palabra que busca y diversifica desde lo que sabe y ama.
No siempre fue así. Cuando era joven, tuve trabajos de oficina, en escuelas, en un centro de investigación, en la universidad donde estudié y luego trabajé tanto edición como asuntos administrativos y en otro instituto de cultura donde hacía de todo un poco, casi todo de forma oficinista. También trabajé como corrector en un periódico y como coordinador académico en la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.
Fueron trabajos en los que aprendí bastante, pero también reafirmé que no es algo a lo que yo me quiero dedicar ni un estilo de vida que pueda llevar. Es la misma razón por la que hasta ahora he huido de la investigación académica. Porque trabajos implican una gran burocracia y el mundo de lo que se conoce como Godinato: el universo de los oficinistas, que checan tarjeta, comen en tópers, cobran quincenas y esperan las vacaciones con impaciencia.
No veo nada de malo ni reprochable en que alguien se dedique a eso. Pero yo no soy feliz en ambientes así. Mi último trabajo de este tipo fue hace unos nueve años. Los giros que da la vida son impredecibles, pero por lo pronto hago todo lo posible, no por no volver a esa vida, sino por construir otro estilo de dinámica laboral, apegada siempre a lo que me gusta y hago mejor.
Conozco muchos amigos escritores, de hecho la mayoría, que tienen un trabajo normal, y en sus tiempos libres se dedica a escribir. ¿Por qué lo hacen? Lo ignoro o son simplemente demasiados motivos… Y yo no lo hago, así que o respeto. Lo mío es más bien al revés: me dedico a lo que me gusta y en mis tiempos muertos (los que uso de forma obligada para ciertos asuntos) hago vida de oficina.
No es que no trabaje en un escritorio —mi estudio incluye una oficina donde paso horas—, sino que no es lo oficinil lo que llena mis días. Trabajar por mi cuenta implica procesos administrativos, como atender clientes, hacer pagos, contestar correos, enviar presupuestos, hacer las cuentas y llevar los impuestos. Pero es no es lo principal.
Lo más importante de mi trabajo es lo creativo, que en mi caso, no se trata de un hobbie, un entretenimiento, una manía, sino de una profesión u oficio, de acuerdo con el enfoque con que quiera verse. Me dedico 100% a la literatura y gracias a ello mis días son todo menos monótonos y aburridos, en muchos sentidos.
No tengo otro trabajo que el mío propio. Mi visión no es tampoco la de quien trabaja free lance —igual respetables—, porque yo casi nunca maquilo a destajo, sino que trabajo directamente con mis clientes y proveedores o vendo mis productos. Mis servicios son de lo más variados —y raros—, desde asesorías que son como pláticas, hasta conferencias sobre los temas de mis libros.
¿Hay otra forma de hacer esto de trabajar como escritor? Seguramente sí, pero esta es la que yo he creado, la que he aprendido y construido con los años. ¿Es perfecta? No lo creo, por eso busco mejorar o perfeccionar o ya de plano cambiar lo que sea necesario para ello.
Por último, ¿es algo que recomiendo? Sí, lo recomiendo. Hacer lo que uno quiere tiene grandes satisfacciones. Quizás no tenga las llamadas prestaciones laborales de otros, pero, como le decía a mi amigo Pepe, lo material puedo conseguirlo, pero hasta ahora creo haber hecho lo importante en mi vida, aquello que me hará trascender. Gracias.
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@DanieloZetina
Escribir para sanar heridas
Hace dos semanas hablé sobre escritura y depresión y una lectora me sugirió este nuevo tema, que está muy relacionado con el anterior. Las emociones que se desbordan a veces dan mucho para escribir, pero cuando uno ejercita la literatura también se dan cambios en la vida personal. Y uno, antes que escritor, es una persona que vive en sociedad, va a la tienda, comparte espacios, camina en la calle, sube fotos bobas en Facebook.
“Yo escribo, yo sano”, podría ser una frase de superación personal exitosa. Pero más que eso, es una ¿triste?, ¿alegre? realidad. Se me ocurren algunas variables: “Escribo, ergo, sano mis heridas”, “Escribo para sanar, sano para escribir”, etcétera (me encanta esta palabra cuando la escribimos completa y no cuando la abreviamos). Hasta podría escribir una canción tipo Ricardo Arjona y me han dado ganas para ver si con eso gano unas buenas regalías. Pero no lo voy a hacer.
Mejor les cuento mis reflexiones al respecto. Hace como diez años asistí como funcionario del gobierno a un taller que se titulaba algo así como “Poesía sanadora” o “Poesía que sana”, de una poeta de Estados Unidos de América. Fue en Cuernavaca y representó una de las más extrañas experiencias que he vivido. En especial por tres razones: a) la poeta-tallerista estaba realmente convencida de que la poesía curaba cualquier enfermedad, incluidos el cáncer y el sida; b) la gente que la seguía creía lo mismo que ella; y c) yo no sabía nada de inglés en ese entonces. La poeta no hablaba español.
¿Puede la poesía curar cualquier dolencia? Aún lo ignoro. ¿Sirve la literatura para curar algo en el cuerpo de las personas? Creo que sí. Pero solo si lo delimita uno a lo que escribe. Es decir, estoy convencido de que la literatura —que ha estado presente veinticinco años de mi vida— puede ayudarme a trabajar temas pendientes o ser un elemento dentro de un proceso de sanación o crecimiento personal o permitirme hacer catarsis por lo menos… pero solo cuando lo ejerzo, no de otro modo.
De chicos jugábamos a la bibliomancia —la práctica de que un libro, cualquiera, ayude a la adivinación de futuro de una persona— pero eso más que una práctica terapéutica me parece un juego, un divertimiento de bibliófilos nerds relegados. Hay otros similares.
Otra cosa fue comprender que la literatura leída servía para reflejarse en las historias, vivencias, anécdotas o fantasías de otras personas y eso también ayuda para tratar de resolver problemas, pero sobre todo en cuanto la literatura misma fomenta el pensamiento crítico, en especial cuando se conecta uno con el texto y a partir de él reflexiona y eso ayuda a resolver temas pendientes.
No puedo afirmar hasta ahora que ninguna técnica de escritura sirva para sanar nada directamente. Y lo digo, a pesar de que he dado talleres de creación durante más de quince años en muchos lugares. No pretendo engañar a nadie y no prometo algo parecido en mis sesiones.
Yo he sanado mis heridas, sí, pero estoy hablando de un trabajo constante de más de dos décadas de práctica del arte de escribir y publicar. A mí sí me ha ayudado, pero el verbo ayudar es confuso, porque nunca lo hice por ayudarme, sino, digamos, por vivir simplemente, porque, como lo he dicho ya antes, a veces es difícil distinguir entre el escritor y la persona en uno mismo.
Pero tampoco seamos ingenuos. Y aquí otra frase matona: “Yo escribo, yo ayudo a reflexionar”. En esto hay más referentes y valores para comentar: si he vendido hasta ahora unos diez mil ejemplares de mis libros publicados y he recibido ya miles de comentarios de lo más variado; si me he enfrentado a cientos de públicos en vivo —en especial aquellos que compran o leen mis libros— y siempre he recibido preguntas o retos interesantes; si lo que he escrito representa para alguien una historia o una idea inspiradora, entonces no puedo negarme a ello. Creo que sí he escrito algo que puede ayudarle a alguien a sanar su propia herida, en la medida en que ha decidido que así suceda o que ha sido sorprendido por mis propias obsesiones, que cuando menos, trato de escribir de forma honesta, o cuando se refleja en ellas como en un espejo.
Queridos lectores, una vez más, gracias.
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@DanieloZetina
Nos detiene la policía
Esta historia ya es parte de mis memorias, empiezo a envejecer. Ja. Cursaba los últimos semestres de la Licenciatura en Letras (así, Letras nomás, como si fuera rotulista) y me la pasaba bien con los amigos cada semana. Trabajaba aún como músico callejero, pero me dedicaba a estudiar lo mejor que podía. No fui un alumno de calidad iso-9000 pero me defendía.
La semana la pasaba entre la universidad y en la calle cantando. Miraba la ciudad y me maravillaba como hasta ahora de la realidad. Compartía mis andanzas con dos amigos en especial, uno de filosofía y otro de letras, que como yo quería ser escritor. Omito su nombre por pudor. Este escritor y yo la pasábamos muy bien los fines de semana. De bar en bar, haciendo eventos, buscando recursos, leyendo poesía.
Un fin de semana, ambos vestíamos de traje o por lo menos con saco, pero elegantes. Yo cargaba mi guitarra. Y llevábamos nuestras mochilas. Asistimos creo que a una graduación y de ahí fuimos a comer y luego a comenzar la fiesta. De entrada fuimos a un bar, luego a un par de fiestas, pero cuando menguaron, unos amigos nos invitaron a seguirla a Tepoztlán. Allá fuimos y la pasamos muy bien. Una fiesta de gente nice, quizás en la casa del hijo del algún político.
El punto es que mi cuate y yo ya andábamos bien jarras y bastante irreverentes. Criticábamos todo y a todos por igual. No teníamos formas que guardar ni apariencias que cuidar. Al final, nos corrieron de la fiesta por lo mismo y allá vamos de vuelta a Cuernavaca en el auto de los cuates.
Ya en Cuernavaca, hartos de nosotros dos, nos bajaron en una avenida como a las 4 de la mañana. Caminamos dos cuadras y llegamos a la librería Gandhi, otra coincidencia. Enfrente había un pradito y nos sentamos, con ganas de seguir bebiendo pero también bastante cansados de la jornada. Pensaba cómo movernos de ahí cuando pasó una patrulla, que se echó en reversa hasta donde estábamos.
Se bajaron un mando y dos elementos. Nos preguntaron qué hacíamos ahí. Le dije que obviamente estábamos ebrios y que nos habían dejado unos amigos para acercarnos a nuestra casa. Era una colonia muy fresa, que hasta en el día y sobrios desentonábamos por nuestra apariencia de barrio. El comandante no sabía qué hacer, nos quería llevar pero igual sacaría poco de nosotros. Quién sabe.
Intentaba hablar con él cuando mi amigo comenzó a pelear con un poli, alegando que le quería quitar la cartera. El poli lo revisaba y mi cuate ya tenía su cartera en la mano. El poli lo jaloneaba y mi cuate le tiraba de golpes (era bueno para pelear). El comandante nos detuvo y pensó un momento qué hacer con dos enclenques borrachines.
Las cosas se pusieron tensas y nos revisaron de arriba abajo. A mí solo me encontraron bastante morralla, producto de un par de horas de trabajo. Dábamos pena, pero ellos no tenían justificación para detenernos.
El comandante me dijo que podía llevarnos o dejarnos ir, pero tenía que decirle quiénes éramos y a qué nos dedicábamos. Mi amigo se tranquilizó más por el alcohol en su sangre que por prudente. Mi mente se serenó y con la mayor tranquilidad que pude le dije: “No nos puede llevar, somos escritores”. Se sacó de onda e indagó al respecto. Le dije, ya envalentonado, que en efecto, éramos escritores y trabajábamos en prensa… y que no hacíamos nada malo.
Luego le eché un choro mareador, que era mitad real y mitad invento, de que publicábamos en tal o cual diario y que ese día habíamos estado en un evento con varios periodistas de diferentes medios y que de ahí veníamos. Me miró con desconfianza aún, me preguntó si conocía a uno u otro periodista, a lo que contesté en afirmativo.
Por fin le dijo a su oficial que nos dejara y se retiraron sin decir más. Me acerqué a la patrulla y le pregunté que si podía darnos un aventón y me dijo que no jugara con mi suerte ni con su paciencia. “Bueno, pues”, contesté y volví al prado, donde mi amigo ya dormitaba. No recuerdo cómo llegamos a casa, pero lo hicimos sanos y salvos. Éramos solo un par de jóvenes escritores.
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@DanieloZetina
Escritura y depresión
Es un cliché relacionar la depresión con quien se dedica a escribir. Puede ser una pose para que al escritor lo tachen de sensible y quizás eso le sirva para otros fines, como ligar o que lo apoyen económicamente.
Fuera de eso, entre la escritura y la depresión sí hay una relación cercana. No puedo dar una respuesta definitiva, ensayaré algunos argumentos.
La depresión ya ha sido más estudiada, en diferentes edades, grupos sociales y circunstancias. A pesar de ello, es un fenómeno de lo más extraño y poco comprendido socialmente. En general, la depresión es una enfermedad mental, de la cual existen diferentes grados, desde la más leve, por así decirla, hasta la más crónica.
En sus inicios, o cuando no es tan violenta, la depresión no tiene tantas formas de ser reconocida. Conforme avanza, se ven síntomas como dificultad para dormir, tristeza, falta de interés, conflictos de personalidad y pérdida de las ganas de vivir. La depresión muchas veces termina en muerte, en alguna variable del suicidio. Pero no siempre, y se puede vivir por años con un cuadro depresivo.
¿Se escribe por depresión o todo depresivo escribe? Sí y no. Quien se deprime, por lo general tiene una sensibilidad superior a la media. Es más sensible y perceptivo de su realidad. Eso lo hace inclinarse, o bien a lo positivo de la vida (equilibrio), o a lo negativo (depresión). Cómo y por qué se inclina alguien hacia uno u otro lado, lo ignoro también.
La depresión sí puede ser un gran detonante para escribir, porque se pretende con ello expresar lo que sucede en el interior de la persona, como en mi caso, que no entendía por qué desde niño fui melancólico y sensible, algo llorón y muy tímido. Entonces, la escritura, como cualquier arte, permiten la autoexpresión, lo que en sí mismo es liberador por tratarse de un proceso de catarsis, es decir, de liberación.
¿Qué me hizo depresivo de niño y adolescente? En primer lugar, la profunda tristeza que había en mi madre cuando me concibió y al parirme. Luego, una casa llena de violencia intrafamiliar y un contexto con violencia social en abundancia (esas grises suburbanías). No entendía lo que pasaba en mí, pero tampoco fuera. Crecí con frustraciones y carencias, golpes y humillaciones constantes, pero también reflexionando siempre sobre las causas de aquello.
La escritura en un principio fue un intento por entender y expresar mi tristeza, mis dudas. Cuando estuve de verdad deprimido, que incluso fui al psicólogo (de adolescente) comencé a comprender muchas cosas, especialmente a través de la lectura y el diálogo. Salí de esa depresión años después, gracias a procesos de terapia y me concentré aún en comprender la vida, pero también en escribir a diestra y siniestra.
Cuando una vez más me sentí en depresión, ahora sin un diagnóstico como tal, pero nuevamente en terapia, me di cuenta de que estar así puede ser muy tentador, porque desde las sombras propias, uno puede escribir miles de cosas, incluso bastante lúcidas, debido quizás a que en ese momento no importa mucho lo exterior ni las formalidades y las letras fluyen libremente hacia la página. Podría ser depresivo y escribir así toda la vida… pero resulta que esa no es una buena forma de vivir.
Por eso, y por otras razones personales y familiares, dejé la depresión atrás, me enfoqué en comprender mejor mi propio ser y enfrenté mis temas y asuntos pendientes hasta sanar y llegar a lo que he construido de mí mismo. Es decir, me he enfocado en mejorar como persona.
Hace años que no siento vivir en depresión ni creo que eso vuelva a mi vida de nuevo. No por casualidad, sino porque me he encargado de que no suceda. Pero, felizmente, mi escritura sigue fluyendo y trabajo día a día para poder seguir expresando lo que siento y pienso, porque quiero hacerlo y porque quizás a alguien más le beneficie algún día.
La relación entre escritura y depresión, como un matrimonio indisoluble, es más un mito, una ficción que una realidad. Son cosas que marchan de forma paralela, más que unidas. Puede escribirse bajo el influjo de la melancolía, pero no es la melancolía un arte la vida misma. Se puede salir de las sombras y crear muchas cosas interesantes, incluso se puede hablar de depresión sin padecerlo.
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@DanieloZetina
Evolución de mi escritura
¿En qué género se comienza a escribir? ¿Hay que escribir lo que sale del corazón o solo aquello que pueda dejar un beneficio? ¿Uno solo es poeta o narrador o novelista o ensayista? ¿Quién dicta la ruta de un autor? ¿Cómo saber en qué género es uno mejor? No puedo responderlo a cabalidad, así que les contaré brevemente cómo comencé y en qué momento me encuentro como escritor.
Comencé escribiendo poesía o algo parecido. Lo hacía en las calles, los jardines, la escuela, las escaleras, hasta en casa. Como un día escribí un poema que le gustó a quienes lo conocieron, seguí con eso durante un tiempo. Luego pensé que ser poeta era todo lo que haría en mi vida, quizás durante unos seis años. Pero vino un giro, puedo decir inesperado, hacia la narrativa.
Antes de escribir, desde que yo era pequeño, más que historias, lo mío era recrear ideas en la mente. Podía darle vueltas a algo en mi cabeza durante meses y casi nunca sabía qué hacer con ello. A veces solo lo platicaba con mi mejor amigo o con quien pudiera dialogar. Con frecuencia me trataban de loco, sobre todo de idealista, lo que no ha dejado de sucederme. La poesía era un camino mágico para expresar mis pensamientos. La metáfora es la clave para conectar el mundo interior con la realidad exterior.
La narrativa vino mucho después. Surgió como una estructura que a su vez le daba trama a mis pensamientos, que de este modo se transformaban en acciones, con personajes y circunstancias. El primer cuento (El toro Pernot) lo escribí gracias a una epifanía de madrugada, a inicios de la década de los 2000, mientras vivía en un cuarto de vecindad en Cuernavaca.
Por aquellos días comencé a leer a Borges, Cortázar, Monterroso, Donoso, Revueltas y todas las obras de teatro del siglo de oro que podía. Especialmente Borges influyó en mi visión de la literatura, pero también de la vida. Fue la primera y una de las pocas figuras que admiré hasta el plagio. Por suerte, mis ejercicios narrativos tipo borgiano no vieron la luz o se publicaron en suplementos impresos que pueden olvidarse con facilidad.
Así entré a la escritura del cuento, como una experimentación personal y mental, y como una forma de conectar mi mente con mi contexto, algo así como poner un espejo de 360 grados desde mi perspectiva. La narrativa comenzó a fluir y en 2009 vio la luz la primera edición de El colchón, cuentos de la cotidianidad. Con mi aprendizaje en la construcción de historias, también perfeccioné herramientas como la observación, la escucha activa y la anotación de anécdotas o detalles que podrían ser raíz de un cuento.
Luego escribí una novela, algo experimental, pero breve, Cuarto en renta. Con ello comencé a dar pasos en la narrativa de mayor aliento. A la fecha, tengo terminadas tres novelas y trabajo en varias más (en especial, me propuse enfocarme en una novela extensa, que quizás logre varios tomos en una saga o colección en 2020). Podría decir que la novela es lo más disfrutable de escribir, es casi erótico el gusto de hacerlo. De los 40 años que me quedan por vivir, con gusto pasaría 30 años haciendo novelas.
La minificción llegó a mi vida no recuerdo cómo, aunque sí me emocionó bastante, en especial, por tres cosas: es un género inmediato (más para el lector que para quien la escribe), tiene una carga fuerte de humor y es experimental. Tengo ya cerca de 350 minificciones publicadas y es un género que me interesa seguir ejerciendo. Trabajo en dos libros más por ahora.
Por último, he llegado al ensayo, un género generoso, valga la cacofonía, aunque también se trata de todo un reto. Ahora, creo tener las suficientes vivencias y lecturas como para escribir ensayos de mediano y largo aliento, pues aún tengo mucho qué cuestionar y varios temas qué debatir con mi sociedad. Para mí, el ensayo es un género mayor.
Otros géneros salidos de mi pluma son aforismos, greguerías, periquetes, columnas (como esta), entrevistas, reseñas, crónicas, incluso un crucigrama.
No puedo parar de escribir, no dejaré de hacerlo nunca, así pienso ahora. Creo, pues, que escribir es a la vez evolucionar como persona. Gracias.
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@DanieloZetina
Mi primera beca
No creo que las becas sean indispensables para escribir. Me parece más importante tener algo que decir, ser crítico y desarrollar la propia creatividad de forma libre. Sin embargo, las becas sí me parecen un buen estímulo, en especial por dos razones: son un reconocimiento al trabajo de uno y ayudan a pagar algunas cuentas para concentrarse en la escritura.
Recientemente se dio un debate (por no decir escándalo) en la literatura nacional. Quizás decir “literatura nacional” sea mucho, digamos pues entre algunos escritores, que han reclamado becas para ellos y para algunos de sus colegas. Se argumenta que el Estado mexicano está obligado a fomentar o a apoyar o a estimular el arte. En eso concuerdo, pero… también se dio a conocer una lista de varios escritores que han recibido hasta seis becas de tres años cada una para escribir, por parte del gobierno. Eso ya me parece cuestionable, en especial porque mis dudas mayores son si dichos autores pertenecen a una élite (que forzosamente resultaría discriminatoria de otros escritores) y cuántos lectores alcanzan todos sus libros creados bajo el auspicio público.
Esto es un gran debate abierto, donde también podemos preguntarnos si un autor es realmente libre si recibe dinero de los impuestos, si puede ser crítico o se restringe a hacer obras estéticas pero sin ápice de rebeldía. ¿Un becario perpetuo hace bien o mal a la literatura mexicana? ¿Debe el país mantener de este modo a los artistas sin exigir grandes cuentas por ello? Es un debate que necesita un diálogo mayor.
Por mi parte, esto me hizo recordar la primera beca que tuve para escribir. Fue en 2005, cuando yo tenía 26 años y estaba en una época en especial creativa, pero también en un momento personal muy importante, pues estaba por ser padre e iniciaba una carrera en el mundo editorial y como maestro.
No he hecho muchos proyectos para tener una beca. Aquel fue quizás el tercero. Fue una sorpresa recibir la noticia a través de un periódico, justo el que usted lee, La Unión de Morelos. Aún lo conservo.
¿Qué hice después? Dos cosas: escribir mi proyecto (con los respectivos reportes) y ver a mi tutor, que fue el escritor Mauricio Carrera, con quien me reunía cada mes. Con Carrera aprendí varias cosas muy interesantes para mí, que supongo me han servido hasta ahora. Hace poco volví a ver a Carrera y tuvimos una plática muy amable. Es un hombre generoso.
Lo que escribí por entonces fue una serie de cuentos. Luego de seleccionarlos y corregirlos los publiqué como libro bajo el título de El colchón, cuentos de la cotidianidad, que es hasta ahora mi libro más vendido, con casi dos mil ejemplares, en varias ediciones.
A ese libro le fue muy bien y alcanzó muy diferentes públicos. A la fecha, después de diez años, sigue teniendo lectores y los seguirá teniendo, pues acabo de hacer una edición corregida y aumentada que pronto pondré a la venta de nuevo. En cada edición agradezco el apoyo recibido para escribirlo, la beca de Jóvenes Creadores local, de Morelos, que en aquel año me dio tres mil pesos, durante diez meses.
Ahora vuelvo al reconocimiento. Ser becario me confirió en su tiempo un valor agregado: ser reconocido como escritor. Es decir, ya lo era. Había publicado durante siete años en medios impresos y tenía algunos libros artesanales que circulaban por ahí, pero tener la beca sí me permitió una mayor credibilidad, aunque no pueda explicar del todo por qué. Fue como un espaldarazo, en una época en que gastaba mis tardes en trabajar y tener una familia, y en leer mucho, más que en escribir. Entonces, me permitió concentrarme en terminar un proyecto, que, como digo, ha resultado exitoso hasta ahora.
¿Eso me restó credibilidad? No. ¿La beca limitó mi creatividad? No, al contrario. ¿Dejé de ser libre como artista? Tampoco. Creo que el punto no es que las becas limiten o te hagan un lacayo del sistema, en cambio, sí pueden ser un buen estímulo, porque algo te ayuda a pagar la renta y alguna que otra cuenta, podrás escribir con mayor tranquilidad. Quizás el punto es que no se haga vicio o que sean tantas becas que eso te aleje de los lectores o te haga pensar que perteneces a una élite privilegiada en el país.
Porque más que otra cosa, yo como escritor me comprometo a ser honesto y a no perder contacto con mi público, ni a faltar a mis principios y valores. Si puedo mantener mi independencia artística e ideológica, no veo por qué no pedir una nueva beca. Lo haré, a ver qué pasa, ya les contaré.
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@DanieloZetina
Mis hábitos de escritura
Supongo que cada escritor tiene sus propios hábitos cuando se trata de escribir. En mi caso, puedo decir que casi siempre se cumplen algunas condiciones, por lo que puedo decir que son mis hábitos.
Es en cliché que los escritores —como cualquier artista— tienen manías, rituales u obsesiones a la hora de crear. Y es cierto. Si bien no conozco todas las manías de mis colegas, he visto bastantes, como para afirmar que es una constante: los escritos hacemos cosas raras para ponernos a escribir.
En mi caso, suelo escribir en las mañanas y cuando tengo un proyecto muy concreto me levanto lo más temprano posible y escribir, quizás desde las 6 de la mañana. Pero para poder hacerlo, el día anterior debo hacer varias cosas: no puedo sentarme a escribir de forma libre y creativa… si mi casa no está bien escombrada, en orden y limpia. Por ejemplo, no me siento bien si los trastes están sucios, mi habitación está desordenada o el piso sucio. Antes de escribir, suelo escombrar todo en mi casa, hacer el aseo, limpiar, incluso ordenar lo mejor que se pueda todo aquello que puedo ver mientras estoy sentado escribiendo. Esto puede llevarme todo un día.
Luego del orden y la armonía —que también se debe imponer en mi escritorio— tengo que preparar un café, especialmente preparado con leche y estevia. Como estaré sentado bastante tiempo —quizás hasta las 4 pm— debo comer alimentos ligeros, que no me provoquen trastornos estomacales ni molestias de ningún tipo. Comida con poco picante, sin irritantes, como fruta, granola con leche deslactosada, alegrías de amaranto, dulces. Además, tengo a la mano agua o preparo tés.
A veces, mientras escribo tengo antojos extraños, como papitas fritas —que por lo general no acostumbro comer—, palomitas, gomitas de dulce, pepinos con limón y sal, entre otros gustos.
Procuro no atender ningún otro asunto mientras escribo. La ventaja es que solo escribo por la mañana, entonces tengo la tarde para otras cosas. Podría escribir en la tarde y noche, pero no me concentro igual ni me siento tan fresco para hacerlo. Me gusta iniciar la escritura cuando inicia el día. Pienso que es como cuando iba a la primaria o a la secundaria, cuando estudiaba de las 7 a las 2 de la tarde y luego jugaba o descansaba.
También es importante que antes de sentarme esté bañado, peinado, bien vestido, como si fuera a salir a atender a un cliente o a presentar un libro. Esto es una formalidad que creo que tiene que ver con que escribir es mi trabajo, por lo que debo estar bien presentado para hacerlo.
La música que escucho para escribir —nunca escribo en silencio— depende del género que escriba. En mi novela No hay color, de próxima aparición, es importante la música de Juan Gabriel, así que mientras la escribía escuchaba al Divo de Juárez. Cuando escribo minificción pongo música pop, un poco de cumbia o salsa. Cuando escribo poesía solo música clásica.
Hago pausas en la escritura de unos 10 minutos, me relajo, hago estiramientos, camino un poco, brinco, hago ejercicios de respiración y luego vuelvo a la escritura. Esto me permite refrescar mi mente y volver a concentrarme en lo que estoy inventando. Como la escritura es catarsis, con frecuencia río, pero también lloro frente a la pantalla. Escribir es conmovedor, en especial en ciertos temas.
Aunque me concentro en una obra a la vez, vienen ideas de otras obras nuevas o detalles que añadir a obras en proceso, así que puedo hago un paréntesis y apunto las anotaciones necesarias al respecto.
Últimamente logro concentrarme si voy a una cafetería Starbucks, donde me siento cómodamente, me pongo mis audífonos y escribo en mi computadora portátil. Lo hago igual en horario matutino. La ventaja de estar ahí es que no me distraigo con cosas de la casa y nadie me conoce, así que no me interrumpen.
Cuando termina mi jornada de escritura tengo que hacer alguna actividad física, como ir al gimnasio, caminar, ir al supermercado. Debo distraerme y olvidarme de lo que estaba haciendo. De esta forma me conecto con la realidad y me despejo de los mundos ficticios que salen de mi imaginación.
@DanieloZetina
Mis enemigos
Ignoro si cada oficio tiene sus enemigos particulares. Como escritor los hay en dos sentidos muy concretos, según mi limitada experiencia. Y me atrevo a hablar de este tema, que aún me parece un tabú, incluso entre las plumas más liberales, a riesgo de parecer banal o supino.
El primer enfoque de los enemigos son aquellos que ni son enemigos del escritor, sino que quieren convertirse en enemigos de la persona que escribe. Voy a poner dos ejemplos (y ya estará de cada quien que en su cabeza loca se ponga el saco o quiera identificarse con alguno de ellos): un colega escritor que se hace tu amigo, pero más en tono personal que profesional. Ese que llega a tu casa sin que lo invites, que te dice que no puedes faltar a la graduación del kínder de su hijo (que ni mantiene) o a los mil años de su abuelita.
Este tipo es como un acosador, casi sicópata, del tipo caime bien y con una cultura limitada, sobre todo poca obra publicada, pero más que nada una autoestima por los suelos y una discapacidad evidente para las relaciones sociales, más allá de lo que considera su grupo selecto. Todo acaba cuando se ofenden por algo que hiciste, como publicar una columna en un periódico local (como esta), aceptar una entrevista en radio o lograr el aplauso en un evento después de hacer tu mejor trabajo posible.
El segundo ejemplo es cuando una persona de tu edad, o más bien un poco más grande, del tipo admirador de tu trabajo, se acerca a ti y te pregunta cómo le haces; tú le contestas que trabajando todos los días, y logra involucrarse en alguno de tus proyectos (o te involucra en uno suyo)… y cuando las cosas tienen que concretarse o cuando le toca trabajar de verdad o invertir tiempo o dinero… simplemente se enoja, hace berrinche, monta un pancho grande (más ahora con las redes sociales) y sale corriendo, hablando mal de ti con cualquiera (en realidad, con pocos ingenuos) que quieran escuchar sus quejidos.
Para ambas situaciones hay una fórmula infalible: no les hagas caso y se aburren, se cansan o se dan cuenta de su yerro y dejan de fastidiar. Nunca duran más de seis meses. Ternuritas. He tenido varios de estos casos en 20 años y si de ninguno se ha sabido casi nada es por algo, porque el tiempo deja a todas las cosas y a las personas en su justo y merecido lugar.
El segundo tipo de enemigos son de los que hay que cuidarse de verdad. Son los reales y a los que hay que afrontar… y no payasadas. Pese a lo que se piense o se comente en círculos literarios vanagloriados, los verdaderos enemigos del escritor no son ni el trabajo de Godínez ni la familia ni la renta ni los hijos ni la inflación ni la política ni la gasolina ni el dólar ni.
Los enemigos de quien escribe, mis enemigos más temidos son la desorganización, el desorden, la falta de estructura, la indisciplina, la ley del mínimo esfuerzo, la fatiga, la falta de concentración y la poca dedicación a la escritura.
Escribir es un arte, pero también una profesión, un oficio, un trabajo de verdad, una pasión, una actividad cotidiana. Debe honrarse ejerciéndose, nunca alejándose de él. El método de cada escritor es tan individual y original como su obra, pero debe tener uno, porque gracias a la algarabía y la bohemia nada se produce, es necesario dedicarse con amor y ahínco, con esfuerzo y administración, combatiendo a diario si es necesario estos enemigos (o cuales fueran los propios).
Por último, puedo decir que el miedo a la hoja en blanco nunca ha sido un enemigo para mí, porque nunca lo he sentido, no sé lo que es ni cómo se vive. La hoja nunca me ha causado miedo, al contrario, ha sido siempre para mí una compañera, una amplia posibilidad, una oportunidad de diálogo, una gran esperanza.
Gracias a todos, a los amigos, a las hojas en blanco, incluso a esos confundidos enemigos que gastaron en mí su valioso tiempo en vez de ponerse a escribir.
@DanieloZetina