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Teotihuacán, el asombro
Si va uno a conocer o reconocer la zona arqueológica de Teotihuacán sin otro interés más que el de un simple mortal debe uno ocupar al menos 10 horas y llevar unos mil pesos en la bolsa; ir en otro plan puede llevar años.
Nosotros salimos de Cuernavaca a las 7 de la mañana y regresamos pasadas las 7 de la tarde, nos cobraron 500 pesos por persona, íbamos 17 pasajeros en un tour que incluía transporte y explicación por guías profesionales.
Quisimos viajar en este momento para poder apreciar bien la zona arqueológica, antes de que los turistas nacionales y extranjeros invadan ese lugar por las vacaciones de verano.
Antes de llegar a visitar las mal llamadas “pirámides” del Sol y la de la Luna (quizá sean pirámides, pero truncas, porque no terminan en punta, sino en un basamento que se usaba como adoratorio) que son las atracciones principales, pasamos a un lugar donde venden artesanías. Un muchacho nos explicó varias cosas interesantes sobre el maguey, la planta sagrada de los mexicas, nos invitaron muestras aguamiel, tequila y pulque, que la mayoría de los pasajeros de la camionetita aceptó y bebió en ayunas.
(Nosotros llevábamos armas secretas: habíamos preparado hamburguesas que devoramos apenas pusimos un pie en la entrada de la zona arqueológica.)
Horacio, nuestro guía, nos dio un paseo por lo que era la zona previa a llegar a la Calzada de los Muertos, donde nos explicó el origen de esa zona arqueológica y los grupos que la poblaron, así como algunos detalles de las construcciones y algunos frescos con simbología prehispánica.
Pasamos a la zona principal y en tanto caminábamos el guía no dejaba de dar datos, de memoria: nuestro antepasados construyeron estos monumentos para representar el cosmos y a sus dioses, como un culto a ellos pero como una forma de vinculación con ellos… mientras por una esquina de una estructura se asomaba algo enorme, de piedra, simétrico, que se levantaba de una base hasta aproximadamente 43 metros hacia arriba. “¿Qué chingados es eso?” Se preguntaron algunos que por primera vez observaban de frente a esta construcción llamada la pirámide de la Luna, dedicada a la diosa del agua y la fertilidad.
Horacio dio una breve explicación y dijo que más adelante, por la Calzada de los Muertos se podía observar la pirámide del Sol, dedicada al dio del Sol y al de la lluvia.
“Porfirio Díaz dinamitó parte de la pirámide (del Sol) porque esperaba encontrar toneladas de oro, y está reconstruida, por eso no pudo entrar a formar parte de las siete maravillas del mundo”, dijo el guía y nos advirtió que teníamos hora y media para regresar a la camionetita que nos esperaba en la entrada número tres.
El grupo de 17 se separó y nosotros subimos a la pirámide de la Luna hasta donde nos permitieron los vigilantes y desde allí nuestros ojos se llenaron de grandeza y de misterios. Algo había en ese lugar que no nos permitió pensar ordenadamente, algo pasó dentro de nosotros que nos dejaba mudos y con ganas de llorar. Duramos allá arriba cerca de media hora y nos enfilamos hacia la pirámide del Sol
Por la Calzada de los Muertos había mucha gente y vendedores de baratijas y una que otra artesanía, como las ocarinas o silbatos de cerámica que imitaban el chillido del águila y el rugido del jaguar o la música de las flautas.
Teníamos una hora para subir, bajar la pirámide y llegar al transporte. Hicimos una cola de 20 minutos para entrar a la base de la estructura y nos retiramos sin subir, calculamos que no llegaríamos ni al primer nivel y nos conformamos con hacer unas fotografías. Desde abajo veíamos a los turistas pequeños, como hormigas caminando sobre alguna rama u hoja.
Todos llegamos extraordinariamente puntuales al transporte y después fuimos a comer a un restaurante grande donde el mesero quiso cobrarnos de más y se apuntó con 10 por ciento del consumo. Le rectificamos las cuentas y por pasado de lanza le dimos sólo lo que quisimos darle como propina.
Veníamos cansados. El conductor se dirigió a la Basílica de Guadalupe y allí nos dijo que teníamos hora y media para visitar a la Virgen de Guadalupe. Varios se quedaron en la camioneta durmiendo. El fervor duró sólo una hora y 30 minutos antes de lo previsto ya salíamos de la casa de la Morenita del Tepeyac rumbo a Cuernavaca, asoleados, cansados, con hambre, pero todavía con un nudo en la garganta por la impresión que trajimos de Teotihuacán, la “ciudad donde los hombres se hacen los dioses”.