El Mago
El soldado que sonreía
Amador era un muchachito provinciano que, aunque estimado por sus paisanos, era pobre candidato para tener un gran porvenir. Sin embargo, Amador quería ser soldado. Le admiraba ver aquellos gallardos hombres en sus uniformes militares pasar desfilando o simplemente caminar por las calles durante el asueto. Multitud de veces se les acercó para extenderles la mano con una sonrisa de satisfacción en los labios. Gustaba, además, de caminar hasta los cuarteles próximos a su casa para ver la forma en que los uniformados desarrollaban sus maniobras durante los simulacros. Amador creció rápidamente sin tener la oportunidad de obtener un certificado escolar. No obstante, poco le importaba: él quería ser soldado.
La oportunidad
“Díganle a su gente que la lucha no ha terminado; que requiere de más hombres y mujeres valientes que la lleve hasta el triunfo definitivo.”
Aún recordaba su apresamiento en Tezmalaca, Puebla. Aún vivía, como si acabara de suceder, aquel momento en el que Matías Carranco, antiguo militar insurgente, quien desertara en 1812 de las tropas que él mismo comandaba, lo tomara prisionero. Aún se sentía amenazado por la punta del acero de su captor, a quien espetó con la voz de trueno de un generalísimo: Señor Carranco, parece que nos conocemos.
Yo maté al profesor
Cuando el mundo era diferente
José
Lo vi llegar con su ropa sucia y maltrecha; con esos huaraches que invitaban a no traerse puestos pues seguramente lastimaban más sus pies que si los trajera descalzos. Su madre lo tomaba de la mano, e igual que él, se veía cansada y con hambre. Caminaron muchos kilómetros desde el pueblo que los vio nacer, huyendo de la pobreza extrema que los aquejaba y del padre del chamaco que era alcohólico y hombre sin oficio ni beneficio.
En sentido contrario
Mi situación económica era, como nunca, un verdadero callejón sin salida. Caminaba esa tarde con las manos en los bolsillos, la cabeza gacha e investido de una tristeza extrema. La entrevista de trabajo que tuve aquella tarde, evento del que salí hacia unas horas fue, prácticamente, la última esperanza que guardaba con respecto a una pronta recuperación.
El día que la conocí
Mi actitud era de confianza y tranquilidad. Al fin, después de mucho buscarla, me daban la oportunidad deseada.
Aquella mañana me vestí como todo un caballero y salí de casa rumbo a la que sería la entrevista que me abriría las puertas de la compañía más grande del mundo relacionada con mi profesión.