Las mujeres de Hueyapan son, sobre todo, resistentes. Por lo menos esa lección nos dejaron Margarita Torres y su abuela, habitantes de este lindo pueblo y artesanas herederas de una larga y preciosa tradición: el telar de cintura.
FOTOS: TONY RIVER
La zona fue una de las más afectadas por el sismo de septiembre de 2017. Entrar al pueblo, para quien ya no tiene tan presente este evento, es un recordatorio intenso. A donde mires hay secuelas; algunas sutiles, como las grietas en las bardas de las casas; otras tremendas, como lo que pasó con la iglesia, la presidencia y el mercado. Como en otras partes de Morelos, el mercado era fundamental para las relaciones sociales y las interacciones culturales del día a día. Hoy Hueyapan es un sitio silencioso, donde los pocos pobladores transitan de un lado a otro, sin el rumbo fijo que antes marcaba la actividad comercial.
Y aún así, en este deshilachado contexto, resisten las gabaneras, artesanas dedicadas a la fabricación de exquisitas prendas hechas con lana de borrego. Y cuando decimos “exquisitas” no exageramos. Son verdaderas joyas brillantes, donde cada hilo cuenta una historia y tiende una relación entre las artesanas y su tierra.
Encontrar a estas mujeres fue complicado, sabíamos de ellas, pero no sabíamos dónde exhiben sus productos. Algunos curiosos en el pueblo nos dieron indicaciones contradictorias; pero al final y, casi por accidente, dimos con ellas. Margarita Torres y su abuela son parte de un linaje muy antiguo que continúa dedicándose a cultivar esta forma de vida, a pesar de todo. Y es que fabricar estas prendas es un compromiso vital, no sólo una práctica o una técnica. El proceso detrás de ellas es muy complejo. Cada pieza necesita “su tiempo”.
La técnica
Margarita y las mujeres que forman parte del Colectivo “Cozamalotl”, fundado por su madre Cirila, aprenden y enseñan las técnicas que han heredado de las abuelas. Todo empieza por el hilo. Normalmente lo compran, porque el proceso para hacerlo es muy complejo. Sin embargo, se aseguraron de comprarlo de un productor confiable, conocieron a los borregos y están convencidas de que es hilo sustentable, natural.
Aunque a veces sí lo fabrican ellas: la abuelita, muy apasionada y fantástica maestra, nos mostró cómo es el proceso de hacer el hilo. La lana se espurga, para quitarle el pasto y hojas que se le pegan al borrego que pasea en el campo. Después se cepilla con una planta que llama cariñosamente “espinitas”, hasta que queda esponjosa y perfectamente limpia.
Al final, se va enredando, poco a poco, formando el hilo que se acomoda en un ovillo. Antes, por supuesto, hay que trasquilar a los borregos. Mientras la abuelita enreda el hilo, aprovecha para contarnos que su casa se dañó muchísimo con el sismo, pero ella es resiliente, se ríe y se rehúsa a vivir con la hija y la nieta. “¿Qué voy a andar haciendo allí?” Ella se quiere quedar en su casa.
Margarita nos explica que, una vez que se tienen los hilos, hay que teñirlos. Esto es un segundo proceso complejo. Los tintes se fabrican moliendo ingredientes que solo son de temporada y que recogen en el campo. Para los amarillos, flores de cempasúchil y pericón. Para los rojos, grana cochinilla. Los cafés y negros son con cáscara de nuez. El azul es muy especial: se hace de añil, un líquido misteriosamente fermentado, que se tiene que ir alimentando con agua y cuya “agua madre” se va pasando entre generaciones. Margarita lo heredó de su abuelita, quien asegura que lleva en su familia más de 100 años.
Después de mostrarnos todas las preparaciones, nos sentamos a tejer. El telar de cintura es un método mucho más complejo de lo que parece. Margarita dice “es como en todo, sólo se estira y afloja”; nos reímos, pero cuando se trata de explicarnos los pasos concretamente se detiene y dice “no tenemos nombres, ni instrucciones fijas, nos vamos copiando”; es un estira y afloja bien complicado y nosotros estamos acostumbrados a instrucciones más claras, pasos relatables, nos cuesta aprender. Nos morimos de risa tratando de hacer una fila derechita para un rebozo.
Cuando le preguntamos a Margarita cómo eligen los colores de cada pieza, nos dice que depende de la temporada, de los hilos disponibles y del humor de cada día. Ella dice:
Cuestan 1000 pesos, pero no saben lo que me costó a mí. En ese gabán se llevan mis alegrías, mis tristezas, mis enojos, por eso me cuesta trabajo que se los lleven.
Y 1000 pesos nos parece poco, después de entender lo que está detrás de las piezas y, evidentemente, no es suficiente. No quisimos preguntar cada cuánto venden. Nos contaron que antes, cuando tenían el mercado era más sencillo.
De artesanas a comerciantes…
Después de tratar de tejer un rato, nos muestra todos sus hilos. Para hacer un color más intenso lo “lava” dos o tres veces en el tinte. Menos lavadas para colores más claros. También nos cuenta de sus experimentos, pero nos pide que no los platiquemos, porque son colores especiales, mezclas realmente únicas. Nos va mostrando sus piezas, especialmente un gabán premiado en un concurso, es blanco y es el más magnífico de entre todos los que hemos visto. Nos cuenta que a veces venden en boutiques y tiendas de artesanías. El problema es que ahí no les conviene mucho, porque ellos se quedan “con la mayor parte”.
Hablamos un poco sobre las injusticias con los artesanos. Ellas están de acuerdo con nosotros: lo ideal es que ya no haya intermediarios. Pero necesitan ayuda, necesitan que otros sepan lo que vale lo que hacen. Les prometemos que vamos a escribirlo.
Con una sonrisa Margarita posó para las fotos. Era encantadora y también su pequeño mundo, a pesar de todo, aunque esté un poco “deshilachado”. Nos dijo que en el sismo les fue muy mal y que los víveres llegaron, pero se acababan pronto, la gente se los “apañaba”, no había repartos justos y a ella, muchas veces, no le tocó nada. A penas estaban en recuperación. Pero nosotros pensamos en Margarita y en la franqueza con la que vive, tranquilamente, defendiendo el proceso sustentable detrás de sus prendas: “Nos han tratado de vender tintes químicos, pero no queremos ensuciar el agua”.
Y sonreímos a Margarita, porque comprendemos que está hablando muy en serio, a cada una de estas mujeres les toca cuidar su tierra. Y así, pensamos en Margarita en los movimientos imparables de sus manos; en su risueña abuelita; en el cariño que pusieron en explicarnos cada detalle del tremendo hacer que traen entre manos. Y en otros lados el sismo ya fue olvidado.