La Tinta Insomne

¿Acaso no matan a los caballos?

Me matarán. Sé perfectamente lo que dirá el juez.

En su mirada adivino que estará satisfecho en decirlo…

H.M.

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 La industria del entretenimiento ha sabido lucrar con las necesidades y los sueños de las personas, convirtiéndolos en concursos-espectáculos cuyo juez, en la mayoría de los casos, es el público, que paga para mantener a su candidato favorito en competencia.

La televisión, a través de los reality shows, ha encontrado la fórmula para mantener a los espectadores pegados a las pantallas durante dos horas o más, en el caso de los concursos. En este sentido, los participantes directos se ven sometidos a una selección que desde el principio denigra a quienes aspiran a obtener cierto beneficio económico o para que se cristalice su deseo o necesidad.

En el proceso de selección se designa un número a cada persona: es decir, el sueño del aspirante se reduce a una cifra. De ahí se realiza el filtro y se elige a quienes, durante algunos meses, mantendrán los niveles de audiencia en un nivel que permita a la televisora hacerse de anunciantes y patrocinadores, cuyas ganancias son exorbitantes en comparación con el premio a entregar.

Esta semana mi recomendación se trata de una novela que ejemplifica lo denigrante que suelen ser algunos concursos: ¿Acaso no matan a los caballos? (Universidad Autónoma de Puebla, 1988), del estadounidense Horace McCoy (Tennessee, 1897-Beberly Hills, 1955).

Publicada originalmente en 1935, la novela relata la historia de Gloria y Víctor, dos jóvenes que se conocen en Hollywood a comienzos de la década de los años treinta, cuando la Gran Depresión golpeaba de lleno a la sociedad norteamericana en diversos aspectos.

Ante la crisis, miles de jóvenes se vieron obligados a cambiar de ciudad en busca de una mejor vida. Tal es el caso de los protagonistas de esta novela. Ambos llegaron a la meca del cine con la intención de introducirse en dicha industria para mejorar su situación de vida.

No obstante, ni Gloria ni Víctor tienen suerte: ella pretende formar parte del mundo de la actuación, mientras que él tiene el deseo de convertirse en un director. No en cualquiera, sino en el mejor director.

Las dificultades para hacerse de un empleo orillan a la pareja a participar de un concurso de resistencia baile, que se celebrará en un salón ubicado junto a la playa. El premio es de mil dólares, pero lo que lo hace atractivo para los competidores es que durante su participación, los organizadores les ofrecen comida y alojamiento de forma gratuita, además de breves descansos cada día.

Conforme avanza el certamen se narran episodios de la vida de Gloria y de Víctor y aparecen diversos personajes, todo enfrascado en un entorno violento que retrata la vida de los estadounidenses en el interior del edificio.

Sin embargo, las parejas se vuelven un espectáculo; el concurso en sí está diseñado para llamar la atención del público y, poco a poco, se dan cita actores y actrices de la época, directores de cine y otras personalidades cuya presencia atrae a más público y vuelve la competencia algo más rentable.

Para hacer que más famosos y más consumidores vuelvan los ojos a dicha competición, los organizadores buscan hacerla más atractiva. Ante ello deciden montar carreras en las que deben participar las parejas. De esta forma, la narración toma aires asfixiantes, líneas y descripciones que el lector sufre y siente la presión, la humillación a la que son expuestos los competidores. Hay cuerpos sudorosos que se desplazan por toda la pista, casi sin fuerza, de forma maquinal; algunos caen, otros se agotan.

Una de las reglas de estas carreras consiste en que si un integrante de las parejas requiere atención médica, su compañero debe dar dos vueltas a la pista para compensar la ausencia del otro. Terminan deshechos. En cada carrera, el último lugar queda descalificado del concurso.

Casi novecientas horas de baile. Durante todo este tiempo ha habido cualquier cantidad de carreras, incluso una boda. Sí, el enlace matrimonial se convierte en un gancho de los organizadores, que se acercan a las parejas para preguntar quién está dispuesto a casarse.

La atmósfera es irrespirable. Todo el ambiente emana violencia. Entre los participantes hay criminales buscados por la policía. Pobres entreteniendo a ricos. Someterse a pruebas grotescas, denigrantes, sólo porque no hay otras oportunidades…

Esto es ¿Acaso no matan a los caballos?, de la que se realizó una versión cinematográfica titulada Danzad, danzad, malditos (1969), dirigida por Sydney Pollack y protagonizada por Jane Fonda y Michael Sarrazin.

Esta cinta fue nominada a nueve categorías al Oscar, pero sólo obtuvo la de Mejor Actor de Reparto (Gig Young).

¿Acaso no matan a los caballos? es una novela breve (126 páginas en la citada edición), con una prosa muy fluida, aunque hay escenas que de pronto cortan el aliento. Se trata de una historia que nace de la esperanza y desemboca en una tragedia que no deja indiferente al lector.

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