El cuento es uno de los géneros más cultivados entre los escritores mexicanos. Hay una tradición bien arraigada que parte desde la oralidad, ya sea a través de leyendas que los viejos contaban a los niños o por historias aparentemente comunes que resultan ser joyas de la cuentística.
La lista de cuentistas mexicanos destacados es larga; sin embargo, a botepronto se pueden soltar algunos nombres de grandes exponentes del género: Juan Rulfo, José Revueltas, Juan de la Cabada, Juan Vicente Melo, Beatriz Espejo, Amparo Dávila, Inés Arredondo, por citar algunos de los más representativos del siglo XX.
La recomendación de esta semana es justamente un libro breve, pero sustancioso, escrito por uno de los escritores mexicanos más reconocidos del pasado siglo: Tres cuentos (Joaquín Mortiz, 1964), del jalisciense Agustín Yáñez (1904-1980).
Quizás las novelas Al filo del agua y Las tierras flacas son los trabajos narrativos más destacados del autor; sin embargo, Tres cuentos no es una obra menor, pues se trata de tres piezas de la mejor cuentística mexicana.
Las historias que reúne este volumen están unidas por el lenguaje coloquial, que seduce al lector desde las primeras frases.
El primer cuento, «La niña Esperanza o El monumento derrumbado», es narrado por un niño que descubre el primer acercamiento a la muerte. Esperanza es una mujer acaso enigmática del pueblo que despierta lo mismo amor que odio de parte de los vecinos.
Desde la angustia, el narrador cuenta las horas en las que el ambiente se llena de rumores acerca de la salud de Esperanza, a quien jóvenes y hombres consideran «un monumento», pero que también tiene sus detractores y son precisamente éstos los que despiertan enojo en el niño que cuenta su admiración/amor por la mujer, desde su ingenuidad.
La segunda historia, «Las avispas o La mañana de ceniza», narra cómo en un día, un hombre –director de una escuela desde hace varios años– pierde todo su reconocimiento de conducta estricta y severa.
A saber, huraño por convicción, cierto día, después del trabajo, acude al lugar de siempre para tomar su merienda. Sin embargo, es abordado por tres individuos de quienes acepta su compañía únicamente porque les debe favores y lo ensalzaron al grado de que se sintió cómodo con su presencia.
Después, ciertos actos del individuo echarán por la borda todo ese pasado ejemplar por el que tenía el respeto de los alumnos y profesores de la escuela que dirige.
Por último se encuentra «Gota serena o Las glorias del campo», otra historia narrada por un niño en la que cuenta la visita que su familia realiza a familiares del campo.
Además de la riqueza del lenguaje, destaca el flujo de creencias que había –acaso hay– entre ciertos sectores de la sociedad: «–No vean tanto la luna: les cae gota serena». Así inicia el cuento, que llevará al lector a recorrer los caminos que la familia del narrador transita desde la ciudad para llegar al pueblo donde ya es esperada, siempre rodeados de un halo de superstición.
El niño conoce el mal y la crueldad durante su viaje, pero también tiene un acercamiento a la naturaleza que lo embelesa.
A demás de ser una obra breve y accesible para todo tipo de lector, Tres cuentos es una joyita del género en nuestro país.