Somos gente deshecha –decían–. Estamos muertos por dentro, y por eso gritamos por las noches. En Memorias de la casa muerta
Se cuenta que Fiódor Mijáilovich Dostoyevski (1821-1881) estuvo a punto de ser fusilado por realizar actividades en contra del gobierno. Tenía 28 años cuando, junto con 25 condenados más, iba a recibir la descarga de pólvora que acabaría con su vida, el 22 de diciembre de 1849.
Sin embargo, una amnistía decretada por parte del zar Alejandro II permitió que aquellos hombres no murieran, instantes antes de que los encargados de las armas jalaran los gatillos.
Lo anterior parece increíble, una historia nacida de la monumental imaginación rusa. De cualquier forma, este hecho ha engrandecido aún más la de por sí gigante figura de uno de los escritores más importantes de la literatura universal.
Se dice también que luego de la amnistía, el entonces joven Fiódor fue condenado a trabajos forzados en una zona de la indomable e inhóspita Siberia, donde pasó los siguientes cinco años. Después de ese tiempo se le concedió la libertad y volvió a San Petersburgo.
En el momento en el que iba a ser fusilado, Dostoyevski apenas si había escrito unas cuatro novelas y algunos cuentos; es decir, aún se estaba gestando en aquellas tierras la figura de quien se convertiría en uno de los escritores más importantes de todos los tiempos.
Esa experiencia en Siberia le permitió a Fiódor conocer a criminales de alta peligrosidad, entre los que gozó de respeto y cierta consideración, dado el carácter del escritor y su actitud para con ellos.
Alrededor de doce años después de abandonar la prisión, Dostoyevski publicó Memorias de la casa muerta (Aguilar, 1991, Tomo I de las Obras Completas). La primera entrega apareció en abril de 1861, en la revista Vremia.
La historia es protagonizada por Aleksandr Petróvich, un hombre al que encarcelan por haber asesinado a su esposa y que va a parar a ese sitio de trabajos forzados. Si bien el personaje que presenta Dostoyevski es ficticio, no es difícil adivinar que hay en la obra buena parte de autobiografía.
En Memorias de la casa muerta encontramos a ese autor que, más de un siglo después, continúa en el sitio más alto de la literatura universal.
La obra en mención aborda las experiencias de Aleksandr Petróvich en la cárcel, ciertas tradiciones rusas. Una de las dotes del genio de Dostoyevski radica en cómo hace de un inframundo, un sitio habitable; cómo de los peores criminales obtiene su esencia y los convierte en seres profundamente humanos: en cada capítulo hay reflexiones de los presos acerca de la Navidad, se cuentan los intentos de fuga, entre otros temas que hacen de Memorias de la casa muerta una obra que permite acercarnos al pensamiento de Dostoyevski.
En la obra también encontramos momentos de buen humor, hay lugar para la ternura, para conocer un fragmento de la historia de uno de los periodos más importantes en la historia de la literatura.
Hay un hombre afable en Dostoyevski, que supo encontrar en aquel infierno, momentos de paz y de tranquilidad; que aprovechó cada experiencia para explorar el comportamiento humano –Nietzsche lo consideraba «el único psicólogo del que se podía aprender algo»– con el fin de entenderse y entender al otro.
Es verdad que se ha escrito mucho acerca de este autor y que difícilmente podría aportarse algo nuevo. Sin embargo, la experiencia de cada lector al abrir un libro del viejo Fiódor es única y, como en el caso del que esto escribe, sólo queda espacio para las impresiones que provoca un escritor de esa talla.
Existen quienes consideran que Dostoyevski es extremista en cuanto al planteamiento de las tragedias y de los dramas. No obstante, en ese sentido, el ruso hace ruborizar a quien «sufre mucho» en la actualidad.
Hay que recordar las palabras del austríaco Stefan Zweig (1881-1942), quien consideraba que Dostoyevski «es el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos». Es el padre de la novela psicológica –Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov– y uno de los precursores del existencialismo –Memorias del subsuelo–, además de que influyó en pilares del siglo XX como Thomas Mann, William Faulkner, Jean-Paul Sartre, Franz Kafka, Albert Camus, Yukio Mishima, André Gide, Ernest Hemingway, Virginia Wolf, Emil Michel Cioran, por citar algunos.
En 2011 apareció una miniserie de televisión en Rusia llamada Dostoyevski, en la que se aborda –en ocho capítulos– la vida del autor. Es un trabajo monumental para conocer la apasionante historia del gran escritor ruso.