Ciencia

El Cascabel: la canción mexicana que enviamos al espacio exterior

Hace más de cuatro décadas la humanidad envío al espacio una canción mexicana, con la esperanza de que un día alguien pueda escucharla.

Edgar Olivares
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Mientras aquí en la Tierra, en alguna remota montaña, va cabalgando un jinete buscando la muerte; en algún lugar del espacio, un cascabel adornado con una cinta morada va volando en una nave espacial. Y algún día, no sabemos cuándo, una especie extraterrestre lo encontrará flotando en el espacio infinito. Y tal vez, sólo tal vez, un viajero galáctico se lo regale a su prenda amada… si es que acaso los extraterrestres saben algo del amor.

No hablamos de un cascabel físico, pero tampoco es una metáfora. El Cascabel, huapango escrito por el veracruzano Lorenzo Barcelata, fue una de las canciones seleccionadas por Carl Sagan en 1977, como parte de los sonidos que se resguardan al interior de las sondas espaciales Voyager: los objetos humanos que más lejos han viajado lejos de nuestro planeta.

Portada del Disco de Oro que viaja en las sondas Voyager.

Las sondas Voyager son una suerte de botella lanzada al océano estelar, cuyo mensaje no se encuentra escrito en papel, sino en un disco dorado que contiene grabaciones análogas de música de diferentes épocas y culturas. Además, también se incluyen saludos en distintos idiomas, sonidos de la naturaleza, y una galería de fotos de la Tierra y de sus habitantes. La idea es que algún día alguna civilización las encuentre y sepa quiénes somos y qué lugar ocupamos en el cosmos.

Así lo describió alguna vez Ann Druyan, miembro del equipo encargado del proyecto:

“Las posibilidades de que una civilización extraterrestre encuentre a las sondas Voyager en el inmenso vacío del espacio son muy pequeñas –algunos dirían que infinitesimales– pero nosotros tomamos el trabajo muy en serio. Desde el momento en el que Carl describió el proyecto a Tim Ferris y a mí, lo percibimos como mítico.”

Un grupo de expertos de la ciencia y la cultura  ayudaron a Sagan en la selección de las piezas musicales. Concierto de Brandenburgo de Bach, La Flauta Mágica de Mozart, la Quinta Sinfonía de Beethoven y el Rito de Primavera de Stravinsky, fueron las primeras piezas seleccionadas, pues son consideradas obras maestras de la música. Sin embargo, el equipo del Voyager quería que el material que viajara al espacio reflejara “la cultura popular que estaba de moda alrededor de la época cuando el Voyager se lanzó”, como lo afirmó en una entrevista con la BBC el famoso divulgador Bill Nye, director de la Sociedad Planetaria, la mayor organización no gubernamental de interés espacial, fundada por Carl Sagan.

“Por eso [Sagan] nos preguntó cuál canción de Chuck Berry sería apropiada para incluir en el disco. Nosotros dijimos Johnny B. Goode, que es la canción más emblemática del cantante”, recordó Nye.

Así, decidieron incluir otras piezas musicales, entre las que se incluían desde éxitos comerciales como Johnny B. Goode de Chuck Berry, hasta música tradicional como gaitas de Azerbayán, una raga de la India, percusiones de Senegal, el canto de iniciación femenina de los pigmeos del Congo, o un hupango en representación de México.

Equipo del Voyager montando el Disco de Oro

Huapango Cósmico

El libro Murmullos de la Tierra, escrito por Sagan y sus colaboradores, bien podría considerarse la bitácora del proyecto Voyager. En el apartado dedicado a La Música del Voyager, Timothy Ferris, describe las razones por las que El Cascabel de Barcelata fue seleccionado para ser enviado al espacio.

“El intercambio de solos es característicamente Mediterráneo, pero la rapidez del arreglo y el encadenamiento es de procedencia africana. También es característico del jazz americano y de los blues. Su efecto en El Cascabel es intenso, La orquesta mariachi de Barcelata, a pesar de su impresionante tamaño y de la cantidad de tonos, parece tan ágil como un banco de peces voladores”, escribió el científico.

A pesar de que algunos de los datos que aparecen en el texto son incorrectos –dice que Barcelata es de Michoacán– y de que, al parecer, los científicos no entendieron la letra de la canción (la que doblemente traducida quedaría como “Qué cascabel tan bonito, querida ¿Quién te lo dio?… Si me lo quieres vender te daré un beso”); en el libro sí reconoce la influencia de que población afromexicana tuvo en la música de nuestro país.

“Después de establecer el tema con una obertura de floreo con violines y trompas, Barcelata canta con una bravura hispánica. La canción se basa en un equívoco (…) pero la letra familiar para la mayoría de los mexicanos, solo tiene importancia secundaria.

La voz de Barcelata cede el paso rápidamente al glisseado ascendente de violín lleno de variaciones rítmicas y punteado por trompetas.

Les llega el turno a los vocalistas secundarios acompañados por flautas. Entonces aparece un conjunto oscilante de violines en un glissado descendente. Guitarras y guitarrones bombean el ritmo con la misma energía con que vaciarían a paletadas el carbón de un buque para que no se hundiese. Cornetas y violines se unen en un intercambio rápido. Las voces, todas masculinas, finalizan con un corte brusco en la figura descendiente descrita por violines y las trompetas. Parace que todo se ha acabado con tanta prisa como empezó.”

Sin importar el motivo, Sagan y su equipo atinaron en enviar una pieza músical representativa de México, no por su popularidad, sino porque para llegar a la composición de un huapango como El Cascabel, tuvieron que pasar siglos de mestizaje. La mezcla de cultura náhuatl (huapango proviene de cuauhpanco, que significa “sobre el tablado”) integrada con la influencia de los llegados de África y el fandango flamenco, dio origen a la música huasteca.

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