Yo soy aquella mujer que se columpió gozosa y lujurioso, adicción no resulta, agitada y mojada; que pena hombre endeble, mi envestidura muy grande para ti.
Yo soy aquella mujer gritos afuera, quién exhibió y contó la intimidad de nuestras vidas, pedazos sueltos, sábanas manchadas, miedos violentados, espejos rotos, heridas fragmentadas. Sobre el césped, hierba muerta tú y yo.
Soy aquella mujer que en ti miró a su padre, buscando con tesón el reconocimiento, la aprobación de sus proyectos; quien se abrazó a un amor iluso y de mentiras; quien se ahogó en el trayecto y se quemó al exponerse deliberadamente al sol. La que buscó casi con miedo una mirada, esclava de una pasión que aulló cuando el viento en polvo la transformó.
Yo soy aquella mujer quién te mira con desvarío y melancolía. Hoy agradezco a Dios por tu partida, no te extraño, ya no me haces falta. Te quité la soga que llevas puesta y con ello, me ocupé de esa mujer que habitaba en mí ser y pedía a gritos ser también rescatada.
Cuenta la leyenda que todo tiene un principio y un fin, sin embargo, nosotros dos almas desprendidas, dos seres vinculados por dos astros hermosos que iluminan nuestras vidas y una perra confundida que aún se altera cuando huele tu presencia.
En su soledad
Cómo decirle que el amor también olvida,
cómo decirle que el corazón es magnánimo,
que el corazón es inteligente que aprende y se fortalece
Hoy no escucha, no me busca, la veo en su mundo, fingida sonrisa para no preocuparme
Hoy tiene 28, posee la insolente creencia de la edad
Ella no se equivoca, ella todo lo sabe, ella todo lo supera, ella no me necesita
Es verdad
Aun así, aquí estoy lista para abrazarla en su soledad
Como lo hice el primer día de su vida entre mis brazos
Lista para decirle que toda herida cierra
Que todos los días amanece
Hoy dejó un gran amor, hoy tiene un gran abismo
Déjame decirte, niña mía, que mi brazo se extiende cual soga para sostenerte
Sostente firme, cuando lo decidas trepa, que en tierra firme volveré a soltarte.