Veinticinco jóvenes de primer grado de secundaria se quedan dos horas más cada semana con el objetivo de desarrollar habilidades y talentos científicos, compartir sus experiencias, lo que observan de su entorno —que es bastante—, a cuestionarse, a contar y analizar aquello que los rodea, todo a partir de retos. Los celulares o computadoras para muchos de ellos son objetos de lujo que no llegan a casa, para algunos incluso la luz o una casa de tabique también lo son, pero felizmente comparten historias maravillosas: el búho que han visto por las noches, las aves o murciélagos que salen volando de los chacuacos, los tlacuaches, hongos y gallinas ciegas que acaban con sus fresas, las andanzas en bicicleta.Adetalle explican cómo se siembra la caña, el jitomate, las calabazas, y por supuesto, las ricas fresas que con gusto nos han compartido. Todos tienen algo que contar, se sorprenden, observan y deducen diseñando experimentos.
Hace un par de años leí en este periódico el texto de la Dra. Julia Tagüeña “La ciencia y las niñas de Los Altos de Chiapas”, en donde platicaba acerca de la labor de PAUTA para desarrollar el talento y habilidades científicas en un grupo de niñas dentro de una comunidad indígena y me pareció maravilloso poder llevar la ciencia a niños y jóvenes con tal diversidad cultural. Un año antes, había comenzado como tallerista en PAUTA Morelos, y leer esas experiencias me hacía querer seguirlas sembrando y replicando. Tres años más tarde, después de ver cómo el equipo PAUTA ha llegado a estudiantes y profesores desde diversos proyectos en Cuernavaca, Jonacatepec, Zacualpan, Moyotepec, Cuautla, Tepoztlán, Tehuixtla, Hueyapan, Zapata, Tlayecac, Amayuca, Oacalco y Tlaquiltenango, el entusiasmo crece.
En ciudad o en campo, uno nota el entusiasmo y va conociendo las diferentes motivaciones y preocupaciones que tienen los niños y jóvenes que participan en los talleres respecto a su entorno. “¿Por qué cerraron el Ingenio? ¿Por qué no lo vuelven abrir para que otra vez haya trabajo? Queremos que venga la gente, que haya más turismo, que vengan a los balnearios, los manantiales están bien bonitos, y la comida es muy rica, el pozole es bueno aquí”. Son algunas de las más recurrentes,que me han invitado a conocer más acerca de la historia del lugar y de su gente. Un par de meses después, empiezo a unir piezas sueltas del rompecabezas: Oacalco está marcado por migraciones, tras el cierre del ingenio azucarero muchos se fueron y otros llegaron, varios de los chicos tienen su origen en Guerrero y hablan mixteco, varios más tienen papá en Estados Unidos y tienen que entrarle parejo al trabajo. “Yo le digo a mi hermano que hay que ir a la escuela, para que no tengamos que trabajar en el campo”.
Pasado el 6de enero tuvimos un convivio,en donde les llegó una rosca de reyes, y un pequeño regalo acompañado de cartas de varios científicos que amablemente les compartieron sus experiencias. Ahora era el turno de los chicos: ¿qué le pedirías a un rey mago científico? Las peticiones fueron desde carros de control remoto y bicicletas, hasta telescopios para conocer el cielo, robots, maletines de “pócimas” para hacer experimentos, “un microscopio para ver las cosas pequeñas que existen a mi alrededor”, algunos más osados “un laboratorio”.Le enviaron una carta a “Carlos Dargüin” o pidieron “conocerte para ver cómo te hiciste científico y yo también aprender a ser un científico”.
¿Qué pasará ahora que sepan que existen biofungicidas y biofertilizantes desarrollados en Morelos?¿Oque con la caña también se hacen combustibles? ¿Y si documentaran toda esa flora y fauna que observan en sus campos? ¿y si se enteran que pueden aprovechar el sol que tanto les llega para obtener energía eléctrica? PAUTA no se quedóatrás, y con tantas ideas de estos jóvenes, también ya mandó su carta, con suerte y este año algunos reyes magos científicos se den una vuelta por este lugar para compartir un rato de ciencia, fresas y el valiosísimo ingenio de los chicos de Oacalco.