Desde hace más de 20 años los migrantes mexicanos han enviado, desde EUA y Canadá, gran cantidad de dólares. Su monto es igual al 82% del monto total de la Inversión Extranjera Directa (IED) y sumados, los dos, han constituido cada año, el 4% del PIB. Sin embargo, más de 50 millones de mexicanos han permanecido en la pobreza, sin que las inversiones extranjeras ni las remesas logren aliviar su situación. Aquí se trata de aclarar el porqué de este problema.
Cada día, los periódicos nos informan que la IED se va a espantar por los cambios y ajustes del nuevo régimen. Por su parte, AMLO nos anuncia todas las mañanas que no hay problema, porque los programas de becas y las inversiones públicas en el sureste van a resolver la situación y el país va a crecer al 4% anual, cuando los expertos nos dicen que sólo crecerá al 1%, si bien nos va. A su vez, la secretaria de Bienestar, María Luisa Albores González, anunció que en 2019 repartirá 24 mil millones de pesos (mmp) a 400 mil campesinos y la Secretaría del Trabajo y Prevención Social, Luisa María Alcalde Luján, indicó que pronto repartirán 43.2 mmp a un millón de jóvenes que buscan trabajo. Por otra parte, los migrantes mandaron en 2018 más de 600 mmp, repartidos en 5 millones de familias pobres y este año las remesas serán mucho mayores. Algo no está bien en los análisis económicos de “fifís” o de “chairos”. ¿No estarán olvidando las relaciones económicas entre los pobres y los ricos? ¿Acaso no estarán descuidando las condiciones de intercambio entre el campo y la ciudad? ¿No estarán ignorando las relaciones entre la economía informal, las grandes empresas y los bancos?
Las remesas se destinan principalmente para pagar: los alimentos faltantes, las deudas con los agiotistas y, en muy pequeña proporción, para iniciar nuevos negocios. En pocas palabras, los pobres, endeudados con los prestamistas y con necesidades básicas no satisfechas, esperan las remesas para pagar sus deudas y comprar los recursos elementales para sobrevivir. Además, siete millones de artesanos producen y venden más de 100 mmp de productos y se sabe que los coyotes o intermediarios se los compran muy barato para revenderlos mucho más caro. Por ejemplo: las esponjas de ixtle se compran en el Valle del Mezquital a $10 y se venden por Internet a $40. En síntesis, la productividad de la base de la pirámide está asfixiada por la intermediación desventajosa. Por lo tanto, el problema de la pobreza y del estancamiento económico nacional radica en la estrangulación de los circuitos entre la producción y el consumo, porque la intermediación ineficiente y onerosa acaba por dirigir gran parte de las remesas al sector financiero[1] y no permite dedicarlas a la inversión productiva rural, sino al consumo precario de los campesinos.
Lamentablemente, ni las secretarias Albores o Alcalde comentan la necesidad urgente de formar miles de cooperativas o PYMES de comercialización. Los programas de apoyo están orientadas a la capacitación de aprendices o a las siembras de los campesinos, pero sin referencia al mercado de las PYMES rurales, aunque los campesinos tienen grandes obstáculos para obtener el justo precio de sus productos y necesitan asistencia técnica para poder insertarse en forma ventajosa en los mercados. Para resolver este problema, se requieren programas de certificación y aseguramiento de la calidad para que los productos puedan venderse bien mediante el comercio electrónico. Y para ese fin, es necesario colocar el conocimiento en manos de los interesados, sin esperar que las empresas internacionales se apiaden de nosotros. Aquí es donde los jóvenes pueden sembrar su futuro. ¿Pero quién los va a orientar si casi no hay presupuesto para la capacitación?
Aun cuando los grandes proyectos se retrasaran, si la masa trabajadora más pobre obtuviese un precio justo por su labor, la inversión productiva de las remesas podría sustituir a la IED faltante y la economía crecería al 4%, porque hay una muchedumbre con ganas de trabajar y de alcanzar la prosperidad. No faltan dólares, faltan ideas prácticas y organización lucrativa para beneficiar a la base de la pirámide social.