Durante las campañas electorales surge siempre la oportunidad para mejorar la forma en la que hacemos las cosas. Hace unos días circulaba en el medio académico, una carta que se dirigiría a todos los candidatos presidenciales con propuestas concretas para “estimular el desarrollo científico del país”. La demanda principal podría resumirse así: menos burocracia para un uso eficiente del tiempo y los recursos económicos de los investigadores. Sin duda, tener más tiempo y dinero para dedicarte a la investigación científica es fundamental para formar más recursos humanos, divulgar la ciencia, publicar en revistas arbitradas de prestigio y pensar en hipótesis innovadoras. Sin embargo, la propuesta debe complementarse con una nueva perspectiva: los futuros investigadores deben estar en el centro de la nueva política científica.
Si hacemos un cálculo sencillo, con números redondos, en México hay unos 50 mil investigadores; mientras que hay cerca de 200 mil estudiantes de posgrado, según el Inegi y la UNESCO. Quiere decir que por lo menos hay cuatro veces más estudiantes metiendo las manos en el laboratorio o la computadora que los investigadores. Además, muchos de éstos últimos no pueden andar de bata, por así decirlo, porque deben cumplir con múltiples obligaciones, la mayoría de índole administrativa. Así, el día a día de la ciencia en cuanto a enfrentarse con los fenómenos naturales y estudiarlos, queda en manos de los técnicos académicos y los estudiantes. Por supuesto, los estudiantes están en formación y es indispensable la guía, recursos económicos y experiencia de los investigadores titulares. No obstante, es innegable el papel que juegan los futuros investigadores en el “aparato científico”. ¿Qué estamos haciendo para que su paso por el posgrado vaya más allá de publicar un artículo y darle un grado académico?
Actualmente, la mayoría de los recién graduados de un doctorado en ciencias no tienen la posibilidad de obtener un trabajo estable en algún centro de investigación del país. Algunos tomarán el sendero académico de las becas posdoctorales, en espera de una nueva beca o convocatoria para concursar por una plaza; sólo unos cuantos encontrarán un nicho científico dentro de una industria y el resto se dedicarán a otra actividad “no científica”. Ante esta crisis laboral, es ineludible la creación de más empleos permanentes para los jóvenes investigadores. Pero eso no es todo.
La formación de los futuros investigadores debe incluir el desarrollo de capacidades más allá de las meramente académicas. En la política científica nacional se deberán incluir programas de vinculación con empresas e incluso con dependencias de gobierno, el Poder Legislativo y medios de comunicación. Aunado a esto, las empresas “tradicionales” deberán transitar hacia un esquema, donde su competitividad esté basada en la innovación científica constante; ya sea incorporando a científicos en su nómina o que las empresas mismas sean creadas por jóvenes recién graduados; los medios de comunicación habrán de dedicar espacios amplios a las noticias de ciencia; y la Cámara de Diputados y la de Senadores deberán tener curules ocupadas por científicos, como ocurre en Estados Unidos y otros países desarrollados. Así, durante sus estudios de posgrado, un estudiante tendría la posibilidad de incorporarse en un ámbito de la vida pública, en la cual su capacidad de razonamiento crítico y amplios conocimientos sean de provecho para el desarrollo nacional. Hay que reconocer que un científico tiene un potencial enorme en tareas, que hasta la fecha, no se les ha dado el crédito que merecen, como la divulgación científica, el periodismo de ciencia, el emprendimiento, la consultoría en innovación y la asesoría en materia legislativa.
Esto se conseguirá no sólo facilitando las labores administrativas de los investigadores e incrementando su presupuesto cada año, sino también enriqueciendo los programas de estudio y los convenios de colaboración de las entidades educativas con otras instituciones no académicas. Apostar por un plan nacional de desarrollo científico y tecnológico a largo plazo, debe ir más allá de regalar tabletas, celulares o tener WiFi gratuito en todos los espacios públicos. Empecemos por reflexionar sobre qué papel deberán tener los científicos mexicanos del futuro en el crecimiento económico, cultural y social de México.