Hemos llegado al punto de no retorno: de cada ciudadano depende cuidar la vida de los suyos ante el avance de la epidemia de covid-19.
Es cierto que la incidencia de la enfermedad es muy baja entre la gente joven, pero eso no quiere decir que ese sector de la población esté a salvo, ya que si bien no sufrirá de manera directa, sí puede causar un enorme daño si no se cuida, pues llevaría el contagio -quizá con resultados mortales- a sus padres o abuelos.
No hay opción, el confinamiento debe aplicarse lo más estrictamente posible y aun aquellos ciudadanos que no creen en la enfermedad (a pesar de tantas evidencias) deben ser forzados a recluirse, porque lo que está en juego no son las garantías de unos individuos, sino el bienestar general.
Por lo pronto hemos sido advertidos -y sobre aviso no hay engaño- de que las camas especializadas, los respiradores e incluso el personal para dar atención a los enfermos de covid están por llegar a su saturación.
De nosotros y de nadie más depende que eso no ocurra.