El sismo ocurrido el martes 19 de septiembre de 2017 fue el cataclismo natural más fuerte que haya azotado en siglos al hoy estado de Morelos. Las decenas de víctimas mortales del primer momento han crecido con el tiempo y el daño económico y social sigue presente dos años después.
Ese lapso es el mismo que lleva desaparecido el dinero (cientos de millones de pesos) aportados por la sociedad civil para la reconstrucción que sin embargo fueron robadas por el gobernador anterior y su familia.
Aún está presente la orden de Elena Cepeda, la esposa del entonces gobernador, para desviar hacia sus bodegas la ayuda llegada de todo el país.
Sin embargo, también debe estar presente la enorme lección de solidaridad y civismo que brindaron los ciudadanos de nuestra entidad y de prácticamente todo el país que se dedicaron a ayudar casi desde el primer momento.
Los jóvenes tienen un lugar de honor en ese esfuerzo, que permitió lo mismo el rescate de heridos y de cuerpos atrapados que la remoción de escombros o la operación de centros de acopio alternos a los del gobierno.
En realidad es poco el tiempo que ha pasado, apenas dos años, casi ayer.
Hoy, en la invocación de las emociones provocadas por esos largos segundos en que la tierra se sacudió como nunca antes, tengamos presente el recuerdo de quienes perdieron la vida, pero también el de todos los hombres y mujeres que dejaron todo a un lado para ayudar incansablemente, día y noche.
Pero tampoco dejemos en el olvido a esos seres innobles que aprovecharon el dolor para robar. Lo mínimo que se merecen es guardar para ellos los motes que se ganaron a pulso, entre ellos el de “los robadespensas”. Eso, mientras les llega el momento de enfrentar a la justicia.