La revolución digital en la que vivimos ha trastocado el mundo de los medios de comunicación y diluyó la línea que separaba a los informadores del resto de la población. Hoy cualquiera puede informar a través de las redes sociales, aunque quienes se dedican a eso de manera profesional deben cumplir –no siempre lo hacen- normas mínimas que garanticen la confiabilidad de lo que comunican.
El trabajo de informar tiene ahora el añadido de la presión que ejerce la necesidad de la inmediatez, pero también las presiones que los objetos de la información producen para tratar de influir en la noticia, o incluso para anularla.
El trabajo periodístico siempre ha sido de interés público, por lo que se debe garantizar su libre ejercicio.
Vengan de donde vengan las presiones, son inaceptables y deben condenarse, e incluso sancionarse cuando los que las ejercen incurren en delitos.