Antes de la audiencia, Luigi Antonio, con la voz quebrada, levantó las palmas de ambas manos dirigiéndolas hacia la juez y muy bajo (apenas audible para él) dijo: “Mire, su señoría, cómo estoy. Estoy aislado en el área de Máxima Seguridad (en el Penal de Atlacholoaya), porque ya no quiero consumir esa maldita droga. Ahí no hay nada; entre la población sí, pero ahí nada. Lo hice por mi propia cuenta (pedir su cambio a la zona aislada), pero ya no aguanto”.
En el problema de Luigi opinaron empleados del Tribunal, fiscales y abogados, que buscaban un mecanismo alterno para que el joven de 26 años pudiera salir libre el pasado viernes por la noche.
El problema parecía sencillo, pero no había solución, porque si bien la víctima del robo aceptó la reparación del daño para que el imputado saliera bajo un mecanismo alterno, la madre del recluso, que tenía que pagar ese día 500 pesos, no llegó a la audiencia que se celebró r en la sala 6.
“Es que atropellaron a mi abuela, no camina, no se mueve, pues… y ella y mi mamá son la única familia que tengo. Mi madre no tiene dinero por el momento; tiene que pagar las medicinas”, dijo Luigi.
El joven lucía desmejorado, temeroso y tembloroso; sus marcadas ojeras eran muestra de sus noches de desvelo, además de que golpeaba su puño contra su frente como queriendo que le llegaran las ideas, y prometía cambiar, pues insistía que su relación con la heroína no le ha traído nada bueno, ya que incluso lo ha puesto al borde de la muerte.
La propuesta para él era ir a un juicio abreviado con una penalidad de dos años seis meses, pero todos los presentes coincidían en que no iba a aguantar el encarcelamiento y que era urgente mandarlo a rehabilitación. Sin embargo, quedaba el problema de que estaba relacionado con otros robos.
Tras deliberar en varias ocasiones, Luigi, ahora sí, con voz fuerte, dijo: “Ni modo, pues me voy a juicio”. Y otra vez se rompió el silencio que reinaba en la sala, porque ni la misma víctima estaba de acuerdo con que el responsable siguiera en prisión.
Otra voz fuerte se oyó, pero ahora era la víctima del robo que con su mirada buscaba a su acompañante en la zona del público, buscando su aprobación, por lo que iba a señalar:
–Su señoría, yo no vivo ya en Cuernavaca, no puedo ir y venir. Hice una excepción. A mí sólo que me regresen mis cosas (teléfonos celulares), y si me quieren dar 100, 200 o lo que sea, no me importa.
Otra vez se armó la polémica y surgió la idea de cooperar para la salida de Luigi.
El fiscal, el defensor y el secretario de acuerdos, puso cada uno de su bolsa 100 pesos, dinero que se le entregó a la víctima.
“Ah, pero eso sí, Luigi, que quede bien claro que ésta es la última vez. No vamos a cooperar más si vuelves a caer”, le dijo la defensora.
Con anterioridad Luigi fue canalizado por el juez penal del Primer Distrito Judicial Arturo Amado Ampudia a un centro de adicciones, donde le dieron un tratamiento muy costoso, pero abandonó el lugar antes de su rehabilitación porque falleció su tía, y en menos de tres días fue capturado porque se metió a un local en la avenida Domingo Diez a robar celulares.
Luigi no utilizó arma, ni violencia, pero lo hizo en un lugar abierto al público, lo que aumentaba la penalidad del delito.
Los abogados ahí presentes recurrieron a sus conocimientos legales, buscaron en la ley e invocaron tecnicismos para encontrar la manera, pero a final de cuentas se pagó el daño y Luigi quedó libre, pero con la firme advertencia de que tenía que ir a un lugar a rehabilitarse, porque su enfermedad y su adicción no son pretexto para seguir quebrantando la ley, le advirtieron.