Bajo ese panorama amenazador y nuboso, partimos hacia Xochicalco armados con una lámpara láser –de mi hijo de 12 años, que llevaba para mostrar algunas de las constelaciones que conoce- y una silla. El cielo bajo las pirámides poco cambió: las cortinas de nubes, vacilantes, se abrían y se cerraban como si titubearan en dejar despejado el Universo.
Pues con intimidación y nubes indecisas, los resueltos hombres con sus telescopios a cuestas, ¡válgame Dios, ninguna mujer manejaba un telescopio! ¿A qué se deberá? ¿Pesan demasiado?, ¿es una actividad nocturna y por lo tanto peligrosa?, ¿el homo sapiens macho opera mejor las máquinas?, ¿su voyerismo los inclina con más fuerza a espiar a los astros? Bueno, ese no es el tema. El caso es que esos decididos amantes de las estrellas, acompañados por una que otra mujer, dispusieron sus artefactos sin la menor pizca de abatimiento, confiados más en la bondad de los hombres y del viento, que de las volátiles nubes aguafiestas y el crimen organizado.
Al caer la noche, su apuesta cobró sentido. Las nubes se abrieron y la bóveda celeste apareció prendida de planetas y estrellas.
Por las amenazan que colgaban en el ambiente se esperaban pocos asistentes, sin embargo, poco antes de las nueve de la noche, los guardianes del lugar dieron paso a una multitud cercana a las cinco mil gentes que llenó la Plaza de la Estela en un brevísimo momento.
Algunos de los visitantes creían que la reunión era para observar una abundante lluvia de estrellas; otros, que verían algún fenómeno celeste exclusivo de esa fecha. La razón de los organizadores fue mucho más modesta: contemplar el cielo nocturno; quizá como una vía para hermanarnos en este pequeñísimo mundo puesto de cabeza.
Así pues, en nuestro minúsculo planeta de multitudes, acostumbrados a hacer fila desde los cuneros, los invitados hicieron hileras mientras esperaban pacientes su turno para mirar el cosmos.
Algunas de los objetos celestes que salieron al encuentro de los terrícolas fueron las constelaciones de Orión, Géminis, Canis Mayor, Canis Menor, Osa Mayor, Auriga, Tauro, Las Pléyades, Boyero, Cuervo, Leo. De los planetas, Saturno, adornado con sus deslumbrantes anillos causó fascinación. En los telescopios, las filas fueron las más largas. Junto a Marte se apreció el cúmulo abierto (agrupación de estrellas) Messier 44 –El Enjambre- en la constelación de Cáncer, que causó revuelo porque los cientos de estrellas que se alcanzaban a mirar, una verdadera colmena de astros, robaron el resuello de quienes las observaron. Aldebarán, una destacada estrella de color rojizo (1.7 veces la masa del Sol) de la constelación de Tauro, conmovió a los habitantes terrestres que embrujados por sus encantos se lanzaban a hacer de nuevo la fila para mirarla.
La Nebulosa de Orión o Messier 42 (una gran nube formada principalmente por hidrógeno, helio, oxígeno y polvo de carbono; considerado como un nido de estrellas, porque en ese tipo de atmósfera los gases se condensan para formar nuevos astros), la nebulosa más estudiada y fotografiada por los humanos, fue imposible observarla, debido, en mucho, a la contaminación lumínica de nuestras ciudades. Quizás, si implementáramos un alumbrado público menos luminoso, tuviéramos una terraza de estrellas, sin necesidad de viajar a rincones oscuros cada vez más escasos conforme las ciudades crecen.
Hacia la medianoche, la fiesta llegó a su fin. Las lámparas de mano y los faros de algún coche se encendieron para guardar los telescopios. Las estrellas siguieron cintilando, pero las nubes tan atentas a la celebración empezaron a nublar el cielo, y como el telón de un teatro que termina, cubrieron nuevamente el universo.
CREDITO: Graciela Zamora
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CREDITO: Club de Astronomía Amateur del Instituto de Ciencias Físicas, UNAM- Campus Morelos
http://www.fis.unam.mx/~trujillo/ClubAstro