El cómo llegué a vivir esto es complicado de explicar. El arte atrajo mi atención de manera consciente gracias a un gran y querido amigo: Humberto Sotomayor Terán, mi mentor. Uno transita por infinidad de situaciones, vive millones de experiencias, lee, estudia, argumenta, habla, pregunta, se equivoca, intenta, se relaciona con miles de personas, ama, escucha, reacciona; somos una maquinaria sumamente compleja. Llevo ya varios años que los libros, la música y las obras de arte son mi mejor compañía, en mi mano siempre un café expreso. Mi relación con el arte trastocó la manera de involucrarme con el mundo. Lo hice mío.
Camino, observo, indago, viajo, escudriño, veo las cosas más allá de su apariencia evidente. Imagino quién las hizo, cuándo, cómo, porqué, para que se hicieron, me hago muchas preguntas y las respuestas enriquecen mi imaginación. Me meto en cada local de antigüedades que veo. Y a pesar de que entiendo que somos finitos y que este momento que vivo es “mi tiempo”, no puedo dejar de recrear el pasado y construir futuros inverosímiles. Por eso escribo.
Cuando reviso, recabo datos, registro imágenes y valúo un acervo de obras de arte o de antigüedades mi piel se eriza, me embarga una emoción placentera. Tomo cada pieza como un bebé, la veo con detenimiento, busco la luz natural, la volteo, examino el material o soporte en que fue realizada, el bastidor o su base, descifro o identifico la firma, inspecciono su estado de salud, la disfruto. La labor que implica “valuar” no es una acción meramente técnica, uno usa la intuición, la curiosidad y la paciencia; son herramientas fundamentales.
Recorrí habitación tras habitación la casa del “Indio” Fernández; conozco a un coleccionista armenio que tiene un gran acervo de obras, la mayoría son falsas, pero el dueño cree que son originales. Estuve muchos meses en la casa de un ebanista francés que estudió en el Museo del Louvre y que fabricó muebles para varios presidentes y empresarios. Expurgué cientos de fotos, ropa, baúles y objetos de un famoso cómico mexicano; me adentré durante dos años en una vieja casona del siglo XIX con miles de obras de arte popular en la colonia San Rafael; conocí y organicé una bodega llena de objetos que heredó una mujer, hija del secretario particular de López Mateos; ordené una archivo de partituras antiguas, escuché las cintas de audio de Henrietta Yurchenko, tuve en mis manos fotografías y atrezos de artistas de la “época de oro” de la danza en México; visité una casa en Polanco de una mujer española que posee una inmensa colección de cartas, dibujos y objetos de Frida Kahlo, no todo es original; hace un par de meses estudio y valúo una colección privada de cientos de obras de arte entre pintura, gráfica y esculturas. En breve inspeccionaré la colección de miniaturas más grande de nuestro país.
Así, este trabajo arqueológico me lleva por recónditos lugares, habitaciones únicas y espacios singulares, todo lo que se cruza en mi camino me atrae. Quizá pronto tenga una “casa rodante” bien equipada para recorrer todo México, cada pueblo, ranchería y poblado; quiero descubrir lo que se esconde, todos los objetos tienen una historia, quiero oírlas y escribirlas, eso haré.