Sociedad
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¿Y tú a qué eres adicto?

TXT Blanca Estela de la Soledad Pedroza Hernández Estudiante del 5º semestre
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Nuevamente unos cuantos señores y señoras de trajes finos y camionetas caras toman decisiones que repercuten en todo el rumbo del país. Pero su México no es nuestro México: no comen tacos de cinco pesos, no viajan en el metro, no se forman en una fila larga para su ración de medicamentos. Desde sus autos con aire acondicionado y las ventanas arriba se puede ver poco. ¿Su última decisión? La regulación del consumo lúdico de la marihuana.

Se ha dicho que es una trampa: una apertura para que las grandes farmacéuticas generen más ingresos y exploten más campesinos, se habla también de la persecución a usuarios, que pueden ser procesados penalmente si exceden los gramos establecidos. Eso se verá después.

Lo cierto es que gran parte de la población lo celebra. ¿Cuántas personas la consumían cuando era ilegal? ¿Cuántas personas, de hecho, son consumidores consolidados, por no decir adictos? ¿Es México un país de adictos? ¿Todos somos adictos a algo?

Las drogas tienen dos destinos posibles. O se normalizan y se venden en las tiendas, en latadas, por litro (me refiero al alcohol), o se les condena y se les prohíbe (como la cocaína). Cualquiera de sus destinos no es impedimento, la gente las consume de todas formas. No se puede, por ejemplo, un día legalizar todas las drogas. La gente viviría intoxicada. No trabajaría y moriría muy joven ¿Pero por qué? ¿Por qué esta necesidad de consumir drogas?

Sigmund Freud ofrece una explicación bastante interesante. La plantea en su ensayo El malestar en la cultura. Básicamente apunta lo siguiente: en algún momento de nuestras vidas se nos revela el Principio de realidad. Chocamos con él y el golpe es bastante duro. Es cuando la vida se nos revela con su lado más duro: no somos los más guapos ─como nos decía nuestra mamá─, no podemos tener todo lo que deseamos, nuestros planes son difíciles de cumplir, no podré hacerme rico de la noche a la mañana, etcétera. Existir, en general, nos causa malestar, porque el placer es escaso, de difícil acceso o nos hace daño. Entonces tenemos cuatro caminos posibles, cuatro refugios. Elegimos el camino de la religión y dedicamos nuestras vidas a la oración y la ganancia del paraíso. O podemos buscar el amor, vivir en la búsqueda de él, enamorándonos. ¿O qué tal este camino? Vivir intoxicados, mitigar las penas en alcohol, marihuana, tabaco ─recordemos al mismo Freud y su adicción a fumar─. Y el último camino, quizá el más noble, sea el camino del arte y la labor científica: escribimos, pintamos, hacemos música, ecuaciones, inventamos teorías, investigamos, hacemos hipótesis.

Cobra sentido, ahora, que muchas personas elijan el camino de las drogas. De todos, tiene los efectos más inmediatos. ¿No me crees? Tómate un six de cervezas en una hora.

Cerca del súper donde compro hay un grupo de Alcohólicos Anónimos. Me gusta pasar por ahí porque me parece irónico que mientras hablan de cómo superaron su adicción estén fumando o tomando cocacolas o bebiendo café sin parar. ¿Y si nunca se recuperaron? ¿Y si sólo cambiaron su adicción por una menos destructiva?

Una buena amiga me dijo una vez que todos somos adictos a algo. Ella, por ejemplo, no puede irse a dormir si no ha leído por lo menos diez páginas. Pero a ella no le dará cirrosis hepática o cáncer de pulmón o accidentes cerebrovasculares por leer.

El chiste tal vez sea ese: ganarle al sistema desde dentro, jugando. Escoger una adicción que te mantenga productivo, que te genere ingresos extras o que por lo menos te traiga salud. Ya lo dijo nuestro viejo borracho favorito, Charles Bukowski: “encuentra aquello que amas y déjalo que te mate”.

 

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