Bajo el techo que se desmorona.
Cuando se piensa en los Balcanes, es muy probable que lo primero que llegue a la mente sean las guerras que a lo largo de los siglos han tenido lugar en esa región de Europa del Este, puntualmente la de principios de la década de los noventa del siglo XX que derivó en la desintegración de Yugoslavia.
A la fecha, los serbios cargan con el peso de ser tachados –por el fanatismo occidental– como los «malos» de esa guerra fratricida que dejó miles de muertos y vidas destrozadas, como si en una guerra hubiera buenos y malos.
De los Balcanes también podría pensarse en la música, en sus sonidos que hacen vibrar aun a aquellos ajenos a esa cultura; o el cine, con el humor no tan ajeno a nuestras costumbres.
Por citar dos ejemplos muy a la mano están los casos de Goran Bregović y su Orquesta para Bodas y Funerales, en lo referente a la música, y en cine brinca la figura de Emir Kusturica.
En literatura hay un autor actual, Goran Petrović (Kraljevo, Serbia, 1961), cuya obra goza de buena crítica en México y posee un grupo nutrido de seguidores, gracias a Sexto Piso, que ha editado las novelas La Mano de la Buena Fortuna (2006), Atlas descrito por el cielo (2008), El cerco de la iglesia de la Santa Salvación (2012) y Bajo el techo que se desmorona (2014), así como el libro de relatos Diferencias (2008), todas, traducidas al español por Dubravka Sužnjević.
En esta ocasión me voy a referir a la más reciente obra, Bajo el techo que se desmorona, que cuenta una historia que tiene lugar en una pequeña aldea serbia, en la que hay un cine llamado Uranija, cuyo techo está cubierto por un papel tapiz en el que se aprecia un cielo estrellado.
El cine antes fue el Gran Hotel Yugoslavija. Una tarde de mayo de 1980, unos treinta personajes y habitantes de la aldea se reúnen en ese espacio para ver una película. Pero ésta se ve interrumpida por un anuncio que, literalmente, en aquella fecha paralizó a Yugoslavia.
En Bajo el techo… Goran Petrović recurre a la historia, al humor, a la crítica del comunismo, de la educación y de la sociedad en general representada por esos personajes reunidos en la sala.
Es también una especie de reconocimiento al cine como espacio: hay un dejo de nostalgia por aquellos sitios en los que alguna vez nos reunimos de forma grata y que a la postre, simplemente desaparecieron.
Entre los asistentes al cine Uranija se cuentan, por ejemplo, dos gitanos. Uno es analfabeto y el otro se encarga de leer los subtítulos de las películas, no siempre fiel al diálogo real, sino a lo que el propio personaje cree que debería decir. Esta actitud irrita a un profesor, quien todo el tiempo suele reclamarle por la forma en la que el otro engaña a su compañero.
Hay también un hombre que desea ser un artista reconocido y acude en compañía de su esposa, fiel a la costumbre de llenarlo de halagos; o esa mujer que suele dormirse gran parte de la proyección y despierta para ver la cinta en turno.
¿Qué decir del comunista, acostumbrado a levantar el brazo para aprobar todo lo que le dicen? Incluso asiste un delincuente juvenil, que ocupa una fila de butacas para él solo y gusta de hacerle la vida imposible a un espectador más: cada vez que éste intenta ocupar un asiento, el joven se lo impide argumentando que está ocupado.
Personajes como éstos desfilan a través de la historia. La novela echa mano de recursos cinematográficos, incluso posee un subtítulo al respecto: Cine-relato. Hay humor y nostalgia, crítica e ironía. Se trata de un texto que además de contar con un marco histórico del siglo XX europeo, posee un aliento poético que lo convierte en un título indispensable para entender ciertos rasgos del enfrentamiento entre la sociedad que creció con el comunismo y la posterior apertura al Occidente, con todos los radicales cambios que ello conlleva.
Podría decirse que Goran Petrović es heredero directo de Milorad Pavić (1929-2009), otro serbio entrañable que hizo de la literatura un sitio habitable y del que no se quiere salir nunca.
Con Petrović acudimos a un encuentro impredecible, mágico: el autor se ha declarado admirador del realismo mágico y en su obra queda de manifiesta esa influencia.
Es, pues, un escritor prudente, altamente recomendable para aquellos lectores que, además de una lectura placentera, buscan salir de las páginas de un libro con una sonrisa y el convencimiento de que acaba de leer no una novela más, sino una a la que se volverá con cierta frecuencia.