Con las montañas a lo lejos y los carrizos que danzan con el viento, el estanque de San Agustín Etla es espejo de floripondios en silencio. Más allá, una niña baila orgullosa de sus raíces cuando trompetas y tambores son estruendo en la tarde de Macedonio Alcalá, que recibe el convite previo a la Guelaguetza con mezcal en mano. Desde una librería de viejo, Charles Baudelaire observa a otros paseantes que se maravillan con las caritas barrocas de San Domingo, los hilos mágicos de Teotitlán del Valle, las pinturas del convento de Tlacochahuaya o algún mural contestatario del colectivo Lapiztola Stencil. Tantos pueblos, oficios, virtudes, y también, contrastes sociales. Para saborear las formas, oler la fiesta, mirar la música, escuchar la historia, tocar la vida, Oaxaca es imperio de los sentidos, y los afectos.