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Jordi Muñoz: El mexicano que hackeo un Nintendo y reinventó los drones

Tras ser rechazo dos veces por el IPN, Jordi Muñoz no se rindió y buscó la manera de explotar su conocimiento y así emprender su propia compañía de drones.

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Jordi Muñoz es, a sus 27 años de edad, el fundador de 3D Robotics, una fábrica de drones que surgió luego de que sus sueños de ser piloto e ingeniero del Instituto Politécnico Nacional (IPN) se vieran frustrados. Actualmente, unos 200 empleados trabajan en la empresa que factura hasta 16 millones de euros.

Cuando tenía 18 años, Jordi se mudó de su natal Tijuana a la Ciudad de México con la esperanza de aprobar su examen para el IPN en Ingeniería aeronáutica, sin embargo, igual que el sueño que tenía de niño de ser piloto, éste se vio frustrado. El Instituto lo rechazó dos veces, por lo que volvió a Baja California para matricularse en una universidad privada.

Jordi Muñoz prefirió vivir en Estados Unidos, primero por necesidad, luego por gusto. Después del primer rechazo del IPN, vino el divorcio de sus padres y vivir con el persistente ejemplo de su padre, quien le decía todo lo que él había hecho a sus 20 años sin la ayuda de nadie. “’Y tú qué haz hecho’, me repetía”.

Sin embargo, decidió irse a vivir con su padre a Ensenada, con la convicción de que debía salir de ahí para no continuar escuchando el tan usado ejemplo de superación. Después decidió regresar a la Ciudad de México donde su primer empleo fue en el Aeropuerto capitalino donde, asegura, no trabajó por mucho tiempo.

En 2005, instalado en Tlatelolco, Jordi trabajaba como empleado en un café internet, donde asegura que se sentía a gusto y en ambiente pues desde niño le había apasionado la informática. Voilvió a quedarse sin empleo luego le de asesinaran a la dueña del negocio.

Fue hasta que contactó con uno de sus tíos, quien era abogado del hermano del empresario Carlos Peralta, de Grupo IUSA, un conglomerado en materia de telecomunicaciones, manufactura y los servicios, que Jordi tuvo otra oportunidad en la Ciudad de México. Ganaba 7 mil pesos mensuales y, a sus 20 años, se sentía listo para presentar de nueva cuenta su examen de ingreso al IPN. Fue rechazado.

Fastidiado de la vida aglomerada de la Ciudad, Jordi decidió regresar a Tijuana con su madre. “Me estanqué ahí”, asegura el joven empresario. Muñoz impulsó un puesto de mariscos del que su padre se sentía avergonzado, por lo que decidió llevárselo de nuevo a Ensenada, donde recibió la noticia de su novia, quien vivía en su ciudad natal, de que serían padres.

“Le dije a mi papá que me iba a trabajar a Estados Unidos, pero me escapé con mi novia”, cuenta Jordi en cada una de sus conferencias.

La historia de Jordi Muñoz podría, con la mezcla adecuada de ingredientes en orden melodramático, haber ido mal. Pudo haberse buscado las excusas a las que otros se agarran para justificar el derrotismo, pero no lo hizo.

En 2007  Jordi llegó a Riverside, California, donde pasó algún tiempo sin empleo Fue la época en la que salió el iPhone y también la Wii. Ambos tenían acelerómetros, que eran unos chips muy caros que las grandes multinacionales consiguen abaratar.

Su línea de producción en Tijuana. Foto: Facebook, Jordi Muñoz

Descubrió Arduino y cómo hackear el Nintendo Wii. Su madre le regaló un helicóptero de control remoto. Con las dos cosas hizo su primer dron. Un fracaso. Pero fue haciendo versiones y contando todo en internet.

Abrió una tienda online con sus pilotos automáticos de tostadora ‘hackeada’ y los vendió como churros o tostadas en un bar de Barbate en verano

Dos años más tarde se registró en una web de gente que hacía sus drones. Lo contactó Chris Anderson y le preguntó qué necesitaba para seguir creando sus instrumentos, a lo que Jordi Muñoz contestó que dinero. Enseguida recibió un cheque de 500 dólares.

Construyó un piloto automático y ganó un concurso en Boulder, Colorado, de robótica. “Un mexicano, sin carrera, rechazado por el poli” –El Instituto Politécnico–, suele explicar él, ganó en un sitio donde había gente del MIT. El siguiente paso era hacer más y para eso hackeó una tostadora comprada en Walmart, para ver si le servía igual que un horno sofisticado que costaba 30 mil dólares el más barato.

Con el dinero que iba entrando pudo ir a una casa un poco más grande y que el taller ocupara el garaje. Ya tenía a más gente ayudando, “todos cuates mexicanos”. Siguieron yendo bien las cosas y lo siguiente fue una nave y la primera máquina de ensamblaje superficial: “Pasé de 40 tarjetitas al día a 400”.

En 2012, 70 empleados y cinco millones de dólares. Jordi Muñoz seguía en contacto con Chris Anderson que, un buen día, se presentó en la empresa para ver qué tal le iban las cosas a su socio. Se quedó tan impresionado que dejó “Wired”, porque resulta que no era un tipo normal, y se puso al frente de 3D Robotics, a levantar rondas de financiación y a que la empresa creciera todavía más. Ahora, tiene casi 200 empleados y factura 16 millones de euros. Su producto estrella, el dron.

No fue un golpe de suerte lo que le sacó de aquel primer dormitorio en EU donde se pasaba horas con el ordenador. Lo dice él mismo: ”Nada más hay que tener paciencia. El 99 por ciento es paciencia y 1 por ciento es inteligencia. La vida sería muy aburrida si no tuviéramos problemas y obstáculos”.

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