Cuando Felipe VI descendió esta noche las escalerillas del Airbus 310 y tocó tierra mexicana, abrió una nueva etapa en su proyección exterior. No sólo ha empezado su primera visita de Estado a México, la mayor nación hispanohablante, sino la primera a un país de América, el continente donde España ha depositado una parte tan importante de su pasado como de su futuro. La visita de los Reyes, que termina el miércoles, tiene como primer objetivo fortalecer las relaciones comerciales y culturales con México, en un momento en que ambas economías se necesitan más que nunca. Pero más allá de la mejora bilateral, el Rey ha emitido con este viaje una señal nítida de su interés por el continente. Una línea estratégica que, siguiendo el legado de su padre, marcará con seguridad su reinado.
México y España viven horas dulces. Los antiguos focos de tensión, como la presencia de una nutrida colonia etarra, han quedado atrás y las relaciones bilaterales avanzan en línea recta. Felipe VI llega además en un momento ascendente.
Tras un año de reinado, durante el que se ha registrado un profundo cambio en el tablero político español, ha recuperado amplios espacios de apoyo para la monarquía y se ha ganado el respeto con algunas decisiones difíciles, como retirar el ducado a su hermana Cristina, implicada en un grave caso de fraude fiscal. También España, estragada por una larga recesión, ha experimentado una leve mejoría. Aunque sigue con una altísima tasa de paro y amplios sectores sociales sometidos a hibernación, los indicadores macroeconómicos han repuntado y se atisba un periodo de crecimiento sostenido.
México se enfrenta al futuro desde unas coordenadas muy distintas. Aprobadas las reformas que marcaron el arranque presidencial de Enrique Peña Nieto en 2012, el país sufre la paradoja de crecer muy por encima de la media latinoamericana, pero por debajo del umbral necesario para derrotar a su principal enemigo: la pobreza. Es por ello que, superada la última prueba electoral, el presidente ha puesto todas las energías en lograr el anhelado despegue. La cuestión es si lo conseguirá antes de finalizar el sexenio.
Ambos países están necesitados de ayuda y, al mismo tiempo, pueden brindarla.
La misma crisis que ha lastrado el crecimiento español ha impulsado a sus empresas a la búsqueda de nuevos mercados en el país norteamericano. En paralelo, España se ha convertido en una tierra de oportunidades para el dinero mexicano. En contra de lo que se suele pensar, México es un exportador neto de capital, y en 2013 invirtió en el exterior 25.500 millones de dólares, el doble de lo que recibió.
España lo sabe bien. La última gran operación en suelo ibérico, la compra de Panrico por la mexicana Bimbo, es reflejo de una presencia ya antigua, como atestiguan los nombres de Pemex, Cemex, Grupo Modelo o Televisa, pero que en los últimos tiempos se ha acelerado hasta poner en movimiento a las mismas deidades del panteón americano. Carlos Slim, la primera fortuna de México y la segunda del mundo, se ha situado como el principal accionista de la constructora FCC y ha hecho temblar al universo inmobiliario al lanzar una oferta pública de adquisición de acciones sobre Realia.
Alberto Baillères, el tercer hombre más rico de México y dueño de las fabulosas minas de plata de El Fresnillo, va camino de convertirse en el primer empresario taurino, y la conocida familia Del Valle ha entrado en el capital del Banco Popular. A este creciente ritmo inversor se suma una balanza comercial favorable a México (2.900 millones de dólares), gracias a las importaciones españolas de combustibles fósiles.
No menos potente es la penetración peninsular en México. Más de 5.000 empresas con capital ibérico operan en el país norteamericano. Un buen puñado de ellas en las primeras posiciones, como BBVA-Bancomer, Santander, Movistar, Gas Natural, Iberdrola, Isolux… El resultado de este despliegue es que México, con 43.000 millones de dólares de 2000 a 2013, se sitúa como el tercer destino inversor de España, sólo por detrás de Estados Unidos y Brasil.
El camino por recorrer, según los expertos, es aún muy largo y provechoso. A este objetivo sirve la ausencia de fricciones y, sobre todo, una cultura común. El español se ha convertido en un arma estratégica para ambos países, líderes de una comunidad de casi 500 millones de hispanohablantes. De ahí que el viaje de Felipe VI otorgue una especial importancia al acto que el martes presentará el Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española. Una iniciativa en la que han trabajado la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Cervantes y la Universidad de Salamanca, y que permitirá contar con un examen similar a los que ya existen para el inglés o el francés, y que acredite el dominio del idioma.
Este acto constituye uno de los momentos cumbre de la visita, en la que se combina la institucionalidad pura, como la sesión solemne el martes en la Asamblea legislativa, y otros sectoriales, como el encuentro con la cúpula empresarial. Una apretada agenda que arranca hoy con una ceremonia oficial de bienvenida en el Campo de Marte de la Ciudad de México y una cena en el Palacio Nacional con una nutrida representación social y económica. Serán tres días intensos en los que los Reyes consolidarán los lazos bilaterales y pondrán un mojón histórico a su relación con América. | Con Información de El País