La primera explosión causó una columna de humo y destellos que parecían fuegos artificiales. La segunda, mucho más energética, provocó una gigantesca nube en forma de hongo, levantó una columna de polvo roja y generó una brutal onda expansiva que causó daños en un radio de varios kilómetros, llegando a sentirse en Chipre, a 240 kilómetros de distancia.
Según Al Jazeera, funcionarios del gobierno vincularon las explosiones a un almacén donde se guardaba desde hacía seis años un cargamento confiscado de 2700 toneladas de nitrato de amonio, un químico industrial que se usa principalmente como fertilizante porque es una buena fuente de nitrógeno para las plantas. También es uno de los componentes principales de los explosivos mineros, ya que explota si se descompone a más de 185 ºC. En este caso, un incendio habría servido como detonante.
“Esto es como un Hiroshima o un Nagasaki en el Líbano”, dijo entre lágrimas el gobernador de Beirut, Marvan Abbud. “Nunca hemos visto tal destrucción, o a esta escala. Esto es un desastre nacional”.
Las imágenes hablan por sí solas. Los alrededores del puerto quedaron devastados y hay fragmentos de vidrio por toda la ciudad. Pero la comparación con Hiroshima y Nagasaki fue desafortunada porque dio alas a los que especulaban que una bomba atómica había causado la explosión.
Esta hipótesis ganó fuerza después de que los primeros vídeos compartidos en redes sociales revelaran que una nube similar a la de los ensayos nucleares había aparecido de forma efímera sobre el puerto en el momento de la segunda explosión.
Como explica en Twitter el físico teórico Jorge Díaz, la esfera que se expande rápidamente tras la explosión es una nube de Wilson, una nube de condensación que puede observarse tanto al detonar un arma nuclear como en una gran explosión química, siempre que el aire esté lo suficientemente húmedo. Es la onda de choque de la explosión la que hace que el vapor de agua contenido en el aire se condense, formando una nube visible de microscópicas gotas de agua (que luego se evaporan por efecto térmico de la propia explosión).
En cuanto al anillo y la nube con forma de hongo que vemos justo después, tampoco son fenómenos exclusivos de las explosiones nucleares. Se producen cuando de la nada aparece una gran masa de gases de baja densidad a escasa altura, por ejemplo en erupciones volcánicas.
“El gas menos denso se eleva formando una columna o ‘tallo’ y el espacio que deja es ocupado por gases más densos, empujando todavía más a los gases menos densos”, explica Díaz. “Esto se conoce como inestabilidad de Rayleigh-Taylor: al subir, los gases se enfrían y expanden, formando la cabeza del hongo”.
Si lo de Beirut hubiera sido una bomba atómica, probablemente no habríamos alcanzado a ver tantos vídeos de la explosión. Pero si algún vídeo hubiera llegado a nosotros, seguramente habría registrado el potente destello luminoso que anticipa una explosión nuclear. La columna de polvo rojiza que se vio desde distintos puntos de la ciudad delata que fue una explosión química que liberó óxido de nitrógeno en el aire.
Beirut parece haber retrocedido en el tiempo tras la explosión. Kilómetros de edificios destruidos y calles cubiertas de escombros rodean ahora lo que queda del puerto, como si la ciudad siguiera en guerra. Hay coches y camiones aplastados en la autopista. Los diez bomberos que habían ido a extinguir el incendio que precedió a las explosiones desaparecieron sin dejar rastro.
La gente deambulaba por la calle cubierta de polvo y sangre, cuentan los reporteros. Los sismógrafos detectaron ondas sísmicas equivalentes a un terremoto de magnitud 3,3. Uno de los hospitales más grandes de la ciudad quedó tan gravemente dañado que tuvo que cerrar y derivar a sus pacientes a otros hospitales, ahora saturados. Y el aire se volvió tóxico durante un rato, pero la recomendación de no respirarlo confundió aún más a aquellos que se habían quedado sin ventanas.