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El día que todos fuimos coreanos

Cuando el mexicano aficionado al futbol comenzaba a imaginarse zar, cuando se veía conquistando Rusia y ya se saboreaba la miel de nueve puntos, de pronto la tragedia se asomó a la puerta azteca… pero pasó de largo…

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Haberle ganado al campeón del mundo con una exhibición que asombró al medio futbolístico internacional y la victoria contra Corea del Sur con momentos de buen trato de balón habían dado suficientes motivos a los mexicanos para atreverse a imaginarse cosas que hasta hace un par de semanas eran impensables.

Sin embargo, la realidad (tan terca) siempre sabe cuándo destilar su dosis de amargura en los momentos precisos. Ayer se plantó con pies firmes frente a la esperanza de unos millones de aficionados que no imaginaban lo que estaba por ocurrir cuando inició el partido.

Un susto. Los seguidores del deporte más popular del mundo tuvieron que lidiar con un susto del tamaño del país eslavo al ver que la nave vikinga proveniente de Suecia poco a poco parecía hundir los sueños de un país experto en sufrimientos.

No fue un buen augurio la amonestación más rápida en la historia de los mundiales para Gallardo, ni la aparente ansiedad de Ochoa al tomar el balón con las manos afuera del área –aunque fue en la línea, pero el árbitro marcó mano–. Mucho menos el hecho de que el Himno Nacional no enchinara la piel como en otros escenarios. Algo había en el aire de Ekaterimburgo que teñía de cenizo el cielo mexicano y le pintaba nubarrones.

Durante los primeros minutos del partido de este miércoles, Suecia se vio veloz y con la disposición de ganar el encuentro sin necesidad de depender de otros resultados. México, por su parte, había lucido para la prensa internacional y llegaba con seis puntos al encuentro sin la calificación amarrada: solo una tragedia podía dejar fuera al combinado azteca.

Ochoa fue héroe en el primer tiempo. Si tu portero es la figura del equipo no hay mucho a lo que se pueda aspirar. Con el Chucky guardado en su caja, Chicharito reposando en la vaina y Vela sin encenderse, la primera mitad del partido culminó sin goles…

El desastre fue aplazado para el segundo tiempo. Apenas a los cinco minutos, Ludwig Augustinsson marcó el primer tanto después de que uno de sus compañeros rebanó el balón y este fue caer a su pie izquierdo, con el que soltó un zapatazo que alcanzó a ser desviado por Ochoa, pero no lo suficiente como para impedir la caída de su arco.

1-0 y todos a mirar de reojo a Kazán, donde Alemania y Corea del Sur jugaban el otro partido del Grupo F, a la misma hora, con la esperanza de colarse a la siguiente fase.

México se sintió nervioso, intentaba construir, pero la fortaleza escandinava era infranqueable. Los suecos taladraban la paciencia mexicana con un juego poco vistoso, pero muy efectivo y que por varios lapsos exhibió las falencias de los dirigidos por Juan Carlos Osorio.

A unos instantes de cumplirse el minuto 60, el árbitro argentino Néstor Pitana marcó un penal tras una barrida de Moreno dentro del área. Ante la duda, la jugada fue revisada a través del VAR. Nada que hacer: penalti a favor de Suecia. El veterano y capitán Andreas Granqvist cobró de forma perfecta al palo derecho de Memo Ochoa, cuya estirada de nada sirvió.

De los nervios se pasó a la tensión. Los fantasmas del fracaso cimbraban puertas y ventanas en casas, negocios y demás lugares donde el televisor mostraba lo impensable para esas alturas del partido. Sudor frío, manos inquietas, mirada esquiva y acuosa a punto del desbordamiento, el grito resquebrajándose en la garganta, seca de goles.

Mientras tanto, el hombre que narraba el acontecer del duelo se desentendía y daba cuenta de lo que acontecía en Kazán: que no gane Alemania porque la pesadilla se cumplirá. Que aguante Corea del Sur para que salve del hundimiento la trajinera disfrazada de Titanic

Por si faltara más drama, al minuto 74 una infortunada jugada terminó con autogol de Édson Álvarez. ¿Qué hacer ahora? Cambiar de canal o sintonizar la radio o algún dispositivo para ver o escuchar qué pasaba en Kazán.

Con el corazón en un puño y la desesperanza enfundada como un jersey, los seguidores escuchaban cómo Alemania y Corea del Sur seguían sin goles en el otro encuentro. Para entonces, una anotación de los teutones sepultaría no nada más la ilusión del quinto partido sino jugar el cuarto, tan habitual en los últimos veinticuatro años.

México estaba derrotado. ¿Cómo mirar al amigo o familiar de al lado?, ¿qué decirle al vecino que detesta el futbol y estaba convencidísimo de que México no avanzaría de ronda? Era inimaginable que Alemania no venciera a Corea del Sur.

Sin embargo, en tiempo de reposición se rompió el grito que estaba congestionado entre el pecho y la garganta: hubo gol coreano. Sí. México ya estaba del otro lado. Pero antes la jugada sería revisada mediante el VAR. Qué silencio siguió entonces. Un desayuno de angustia. ¡Sí fue gol! Corea del Sur estaba derrotando a Alemania, a la temible Alemania.

Mientras tanto, en el centro del campo de Ekaterimburgo, la selección mexicana estaba concentrada en círculo, en espera de saber si habría partido en Samara o llegaría a su fin la aventura rusa. Ahí mismo, Édson Álvarez lloraba de forma inconsolable por el autogol.

Con la tensión disminuida, hubo otro grito lejano: el segundo tanto de los sudcoreanos había caído. ¡Viva Corea del Sur! Alemania estaba derrotada, se había consumado su propio fracaso: de campeón del mundo a último lugar de su grupo. Por primera vez en su historia se quedaba en la primera fase de un Mundial. Nunca como antes México se hermanó con el país asiático.

Repentinamente, una tragedia en la tierra de Dostoyevski adoptaba un tinte humorístico de Gógol: había que lanzar lejos la angustia y el sufrimiento para carcajearse de sí mismo.

Más tarde supimos que el próximo rival sería Brasil.

El día que todos fuimos coreanos hubo que esperar varias horas para que llegara la noche y, con ello, ocultar entre las sombras la necesidad de soñar que tiene el mexicano.

 

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Jorge Arturo Hernández

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