Y llegado el día el balón rodó…
A las 17:30 horas (nueve y media del centro de México) la señal internacional emitió las primeras imágenes: un niño ruso con un balón al pie inicia un recorrido por Moscú.
Moscú no es como la pintan. Imperial y majestuosa, la ciudad no es la mancha gris que nos decía Occidente; es una monumental urbe donde late el corazón de Rusia y el sitio mismo en el que se concentraron las emociones iniciales del Mundial, que por primera vez se celebra en un país de la Europa oriental.
El niño avanza con el balón pegado al pie para mostrar la belleza de su tierra, acompañado por las notas de Tchaikovsky y su Piano Concerto 1, pieza conmovedora que sobrevuela una ciudad en la que hoy en día conviven las edificaciones zaristas, las monumentales construcciones comunistas y las obras capitalistas.
Luego se abrió una toma en el estadio Luzhnikí. El británico Robbie Williams saltó al terreno de juego, acompañado de un ballet. Interpretó un tema. Después hizo su aparición la soprano rusa Aida Garifullina, montada en un ave gigante. Hizo un dueto con el cantante inglés, ante la algarabía de los 81 mil aficionados que ocuparon las gradas del inmueble: un mosaico multicultural que lo mismo mostró banderas rusas, costarricenses y argentinas que saudíes y de otras naciones.
Acabado el espectáculo musical, una cámara mostró a las selecciones encargadas de inaugurar el evento deportivo en las entrañas del estadio: Rusia por un lado, con seleccionados de rostros serios, acaso tensos, pero incapaces de ocultar la emoción de lo que se venía; Arabia Saudí por el otro, con sus jugadores esperanzados en opacar la fiesta de los locales.
Los 22 futbolistas, acompañados de 22 niños, hicieron su aparición en la cancha y en seguida las ovaciones se deslizaron por la tribuna, rociaron el césped y se adhirieron a la piel de los protagonistas. La piel erizada del primer momento de la sensación mundialista.
La toma enfocó el palco principal. Vladímir Putin, en su calidad de presidente de la Federación Rusa, dio el mensaje de bienvenida. “Sin importar dónde vivamos y qué tradiciones sigamos, el amor por el futbol nos une a todos nosotros en un solo equipo”, fueron parte de sus palabras.
Seguido de Putin apareció Gianni Infantino, el presidente de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), quien dirigió freses mínimas.
La ceremonia protocolaria de la FIFA para juegos oficiales comprende hacer sonar su himno mientras las selecciones y el cuerpo arbitral se instala en formación lineal para escuchar los himnos nacionales.
Así, el saudí fue entonado con cierto ímpetu por los jugadores: barbados casi todos, la piel marrón y un semblante entre la alegría y el nerviosismo. «¡Larga vida al Rey!», cantaron los saudíes, ante la mirada de Salmán bin Abdulaziz, que seguía cada detalle desde el palco, junto a Infantino y Putin.
Después sonaron las imponentes notas del himno ruso. La música, autoría de Aleksandr Aleksándrov, es la misma de la URSS, pero con diferente letra. La afición formó un mosaico imponente de la bandera tricolor del país eslavo y se llenó el pecho con su himno, mientras la toma televisiva enfocaba los rostros casi ecuánimes de los futbolistas locales.
Acabada la música, los 11 protagonistas de playera roja, short blanco y medias tricolores –blanco, azul y rojo– y los 11 de uniforme verde de pies a cabeza se desparramaron por el terreno de juego, en espera del primer silbatazo arbitral de Rusia 2018.
¡90 minutos y que siga la fiesta!
Arabia Saudí fue el encargado de iniciar las acciones. En un principio intentó tocar el esférico a pases cortos, penetrar la defensa rusa en busca de hacer daño. Pero no le alcanzó el futbol a la escuadra asiática para inquietar a Ígor Akinfeev, un guardameta de contrastes que este jueves salió con guantes negros, tal como lo hacía su compatriota Lev Yashin, el ídolo que defendió el marco soviético durante tantos años y que se ganó el respeto y la admiración de su pueblo.
Muy poco duró la resistencia saudí, cuyo entusiasmo era inyectado desde la tribuna por sus seguidores, que se sumaron a la fiesta. Apenas al minuto 12, el marcador fue inaugurado por Rusia. Aleksandr Golovin tomó el esférico por la banda izquierda, a unos metros de fuera de una esquina del área grande lanzó un centro que halló la cabeza de Yuri Gazinski, quien mandó el balón al fondo de la red, sin dejar oportunidad al arquero rival, Abdullah Almuaiouf, que fue sorprendido a contrapié.
Al minuto 23 se encendieron las alarmas para Rusia. Alan Dzagoev se llevó la mano izquierda a la parte anterior de la pierna del mismo lado, se dobló arrodillado y cayó al césped. Uno de los jugadores más talentosos del conjunto local ya no estaba en condiciones de continuar. Lo sustituyó Denís Cheryshev, que a la postre se convertiría en figura.
Los siguientes minutos fueron carentes de intensidad y juego deslucido. El mayor ímpetu bajaba de las gradas, donde la fiesta tomó más fuerza ante las pocas emociones que surgían del terreno de juego. Entre intentos poco fructuosos llegó la recta final del primer tiempo.
Entrado el minuto 43, Rusia se lanzó en busca de perforar el arco rival. Varios jugadores de ambas escuadras se amontonaron dentro del área. Aleksandr Golovin, el distinto, tomó el balón a la altura del manchón penal, miró el panorama y entregó un pase a Denís Cheryshev, que recibió de izquierda con la punta del zapato para levantar el esférico. Este movimiento sacó del juego a dos defensas contrarios, que se barrieron en un mismo tiempo y se fueron de frente. Cheryshev controló la bola y de un zurdazo la mandó al fondo para aumentar la ventaja. Cuatro minutos después, el árbitro argentino Néstor Pitana finalizó la primera parte.
Para el inicio del segundo tiempo los árabes quisieron empujar, ante unos rusos casi apáticos y contemplativos que no parecían ambicionar más anotaciones sino quedarse con esa ventaja. Ante ello, los saudíes intentaron crear llegadas para hacerse presentes en el marcador, pero una vez más quedó en evidencia su limitado nivel de juego.
El 3-0 llegó al minuto 71. Una vez más, Golovin sacó el genio de sus botines y mandó un centro por una banda que ahora fue rematado por el gigantón Artom Dzyuba con un cabezazo que entró por el rincón inferior del marco árabe.
Con el juego sentenciado bajaron las pulsaciones. Pero Cheryshev quería lucir. Al minuto 90+1, un trazo de aproximadamente 60 metros encontró una cabeza rusa entre la banda izquierda y el área grande que dejó un pase para Cheryshev. Éste hizo una recepción dirigida, con la pierna izquierda, entró al área y definió con tres dedos. El balón cruzó para marcar el cuarto de la tarde y el segundo a su cuenta personal. Un gol que seguramente estará en la lista de los mejores de este Mundial.
No conformes con el resultado, todavía al minuto 90+4 atacaron a su adversario. Una falta afuera del área. Aleksandr Golovin se hizo del balón, y cobró. Nada que hacer para el guardameta, que fue vencido por una parábola que superó la barrera y cayó pegada a su poste más lejano.
Rusia tuvo un debut de ensueño, pero los siguientes rivales serán de mayor exigencia: Egipto y Uruguay, que hoy se verán las caras. Por su parte, Arabia Saudí demostró que no está para competir. Si el seleccionado saca un punto de la competición será un logro que no ha conseguido desde 1994, cuando les ganaron a Marruecos y a Bélgica.
El 11 inicial de Rusia estuvo conformado por Ígor Akafeev, Mario Fernandes, Ilya Kutepov, Sergey Ignashevich, Yuri Gazinski, Alan Dzagoev, Roman Zobnin, Aleksandr Golovin, Yuri Zhirkov, Aleksandr Samedov y Fedor Smolov, bajo la dirección técnica de Stanislav Cherchesov.
Por Arabia Saudí alinearon Abdullah Almuaiouf, Osama Hawsawi, Omar Hawsawi, Mohammed Alburayk, Yasser Alshahrani, Salman Alfaraj, Yahia Alshehri, Abdullah Otayf, Taiseer Aljassam, Salem Aldawsari y Mohammed Alsahlawi, al mando de Juan Antonio Pizzi.
El cuerpo arbitral estuvo integrado por los argentinos Néstor Pitana, Juan Pablo Belatti y Hernán Maidana. El cuarto árbitro fue el brasileño Sandro Ricci.