Los operarios bajan de la carroza el cuerpo, envuelto en una bolsa azul y lo conducen al horno. En tres horas quedará reducido a cenizas y ampliará la saga de muerte del coronavirus, en México.
Tras desinfectar la funda, los trabajadores con monos blancos ruedan el cuerpo en una camilla metálica.
En el breve camino al gigantesco horno pasan junto a una pila de ataúdes vacíos con etiquetas que detallan la causa del fallecimiento de quienes los ocuparon por primera vez. "Infarto al miocardio", se lee en muchos.
En un rincón oscuro, tres obreros pasan el cuerpo a una tabla y empujan el cadáver hacia el fondo del horno. La puerta se cierra y otro hombre gradúa la temperatura.
"¿Es COVID?"
Durante la jornada llegaron varios cadáveres. Con cada arribo los obreros se preguntan: "¿Es COVID?".
Todos los ingresos se coordinan con las funerarias y, si son casos clasificados como COVID-19 o neumonía atípica, deben entrar en una bolsa séptica directo al horno.
"Les pedimos el número de folio del certificado [de defunción] para garantizar que ese cuerpo que está agendado es el que va a llegar", explica Óscar Palacios coordinador de un crematorio.
Durante la emergencia, los trabajadores han tenido largas jornadas en que incineran cuerpos hasta la madrugada. Con 127 millones de habitantes, México contabiliza 17 mil 580 fallecimientos y 150 mil 264 casos positivos de COVID-19.
"Eso sería todo"
En el caso persona que fallece por COVID, no hay dudas. En ese punto, los encargados retiran las cenizas con una especie de rastrillo y les echan agua para que no quemen la bolsa que las va a contener en la urna.
Después las aplastan en el piso con una herramienta metálica y las terminan de triturar con una máquina similar a las picadoras de papel, luego de lo cual las colocan de a poco en el cofre de madera que atornillan y desinfectan.
Horas después de un largo proceso finalmente las cenizas son entregadas a los familiares del fallecido.