La última de estas investigaciones nos llega desde la Seton Hall University (Nueva Jersey), donde se hizo un estudio sobre 3.200 estudiantes de secundaria. El 62% de ellos utilizaba sus teléfonos después de acostarse, el 21% se despertaba durante la noche por el sonido de entrada de un mensaje y el 57% whatsappeaba de madrugada. Vicent DeBari, coautor del estudio, advierte de que esta actividad, mantenida noche tras noche, “no sólo afecta a la calidad y cantidad del sueño de los adolescentes, sino que también parece tener un impacto negativo en su nivel de alerta durante el día y en las notas que obtienen en la escuela”.
En lo que se refiere a la calidad del sueño, el problema surge –asegura otro de los autores del estudio, el doctor Peter Polos–, porque los adolescentes se sienten obligados a responder de forma inmediata a los mensajes, y así pueden estar durante horas. “Estos intercambios provocan una excesiva estimulación cerebral durante la noche; además, la luz procedente del teléfono puede inhibir la secreción de melatonina, una hormona que se segrega durante la noche y fomenta el sueño”. El cansancio acumulado puede terminar propiciando conductas depresivas, trastornos de ansiedad y problemas de déficit de atención.
El estudio, publicado en la edición de octubre de Journal of Adolescence, concluye con la recomendación de que los padres y tutores tomen conciencia del problema y establezcan “límites razonables” al uso de los smartphones. Y la medida más eficaz parece ser obligar a los chavales a dejar el móvil fuera de la habitación. | TLife