Berenice Muñoz trabaja en una empresa de ventas de muebles y otros artículos de hogar. Cuando ingresó se dedicaba a buscar los mejores proveedores y a negociar con ellos la adquisición de sus productos. Sin embargo, al poco tiempo de comenzar y ver que no lograba los acuerdos que esperaba, comenzó a sentirse frustrada.
“Me sentía obligada a realizar mi trabajo. Ya no me esforzaba en cerrar tratos, sólo esperaba a que fuera mi hora de salida. Cada vez que mi jefe me llamaba a reunión me molestaba e iba con la peor cara a hablarle de mis malos resultados”, explica.
Cinco meses después, fue trasladada al área de ventas. El trato directo con los clientes tampoco resultó efectivo. “El cambio me parecía negativo. Culpaba a la empresa por haberme puesto en una posición que me parecía incómoda. Como antes había tenido una mala experiencia interactuando con las personas, en las ventas esperaba algo peor”, agrega Muñoz.
Poco después, decidió acudir a una consultoría en productividad y comprendió algo: necesitaba desarrollar su inteligencia emocional.
“Es la habilidad para manejar mis propias emociones y mis relaciones con los demás, basado en las emociones que puedo notar en ellos. Es decir, cómo están reaccionando cuando interactúa conmigo”, explica Agustín Bravo, director de Enfoque Visionario, empresa de consultoría y coaching en liderazgo. Esta es útil en el ámbito laboral, ya que ayuda a tomar decisiones de manera más consciente, evitar conflictos, reducir el estrés y crear un ambiente de confianza.
Rosa María MacFarland Ávila, directora de MDO Consultores en Recursos Humanos, agrega que implica ser empático. “Es la capacidad para identificar, entender y manejar las emociones correctamente”, agrega.