Es posible que en más de una ocasión hayas oído el término "mamitis" asociado a un niño o niña pequeños a los que se considera muy mimados, consentidos y que son poco capaces de valerse por sí mismos, cuando otros adultos esperarían un comportamiento más autónomo e independiente.
Tras el "diagnóstico" llegan los consejos: "No le hagas tanto caso cuando llore", "Déjalo solo/a aunque te llame", "Déjanoslo una tarde y te vas un rato para que aprenda a estar sin ti", etc. Consejos que tienen como finalidad solucionar un problema que no es tal, a menos que el menor tenga, pongamos, 5 o 6 años, y entonces pueda ser necesaria ayuda profesional.
Y digo que no es tal, porque si hablamos de bebés o niños pequeños, tener "mamitis" no solo es normal, sino que es lo deseable.
¿Cómo va a ser lo deseable que dependa tanto de su madre?
Quizás es la pregunta que se han pasado por la mente tras leer la frase anterior. Lo que quiero decir, en realidad, es que lo deseable es que todo niño y toda niña tenga un vínculo sólido y firme con la madre, que puede ser también con el padre o con otro adulto.
Este vínculo será con una u otra persona según sea quien le haya cuidado durante más tiempo, aunque dicen las cifras que en el 93% de las ocasiones, la cuidadora principal es la madre.
Por eso se suele hablar de "mamitis" y no de "papitis" ni "abuelitis", aunque el concepto sería el mismo: es muy positivo que los bebés tengan una de estas "adultitis" con una persona en concreto, porque esa relación de apego es la que le ayuda, en realidad, a ser más independiente.
Para ser independiente, hay que ser primero dependiente
Un niño pequeño sabe muchas cosas, pero desconoce la mayoría y, en realidad, las más importantes. Aún tiene que aprenderlas porque alguien se las enseñe, o aprenderlas por sí mismo, y es mucho más fácil para ellos hacerlo al lado de quien se las puede enseñar, que en la soledad de la exploración.
Dicen que son como esponjas, y que en los primeros años aprenden a un ritmo vertiginoso. Es así, precisamente para que puedan adaptarse cuanto antes al mundo en el que viven, y aun así, no es una cuestión de meses, sino de años.
En ese proceso, necesitan tener al lado a las personas en quien más confía para que le den la seguridad necesaria para poder afrontar los aprendizajes desde la confianza y no desde el miedo.
Así, en contacto con las personas que le cuidan, puede fijarse, puede imitar y puede así aprender para, poco a poco, hacerse cada vez más independiente, desde la dependencia.
Si un bebé o niño no quisiera estar con su madre o su padre todo el día, ¡qué poco aprendería de ellos! (y qué difícil tendría la adaptación a la sociedad, porque en realidad aprendería muy pocas cosas).
Y es que por más que mucha gente espera que los niños jueguen solos (incluso se le dice a los padres que tienen que acostumbrar a sus hijos a jugar solos, porque si no los necesitará siempre), es todo lo contrario: lo esperable y lo ideal es que no quieran jugar solos.
Recordad, lo importante no es el juguete, sino el juego. Y es mucho más estimulante y divertido jugar con alguien (haya juguete de por medio o no), que jugar solo.
Por qué un vínculo sólido ayuda a los niños a desarrollarse mejor
Los bebés y niños necesitan vivir en un ambiente cariñoso y confortable, con padres atentos y dispuestos a reaccionar ante sus demandas, para que su máxima preocupación sea crecer, desarrollarse y aprender.
Si la respuesta de su cuidador principal (normalmente la madre) no es adecuada: a veces responde a las demandas, a veces lo deja llorar, a veces lo atiende pero sin dar muestras de afecto, a veces simplemente no está... el bebé puede perder el control de la situación y no llegar a crear un vínculo adecuado con la madre, por no saber bien cómo conseguir lo que necesita, que ella esté por él (repito que digo madre por ser la que se convierte con mayor frecuencia en la referente principal del bebé), y puede empezar a mostrar rasgos de una relación de apego inseguro.
El apego seguro, que es lo deseable, lo definimos como una relación en que el bebé se siente querido, seguro y con confianza, y desde ahí se atreve a aprender y explorar, porque sabe que tiene una red de seguridad, que es su madre (en caso de que algo vaya mal y se haga daño, en caso de que tenga miedo, en caso de que se sienta solo, sabe que llorando obtiene sus cuidados, su atención y su cariño).
El apego inseguro, en consecuencia, es la relación en la que el bebé o niño no tiene claro que su referente vaya a responder correctamente a sus necesidades. En esa situación, puede no atreverse a intentar aprender algo por propia iniciativa ("como no sé si mi madre me va a ayudar en caso de tener problemas, prefiero no intentarlo"), a hacerse cada vez más dependiente (y no menos), e incluso a seguir a la madre allí donde vaya desde el temor y la ansiedad de creer que estando solo, corre peligro.