Sí, puede que leer los manuales ayude a hacerse una idea aproximada del tipo de madre que queremos ser, pero una cosa es la teoría y otra bien distinta la práctica. Y todas esas cosas que nos prometemos ahora que no vamos a hacer, que no caeremos ni muertas en tal o cual error, tienen todas las papeletas para ser las primeras a las que acabemos sucumbiendo en el futuro.
Vivir en el Caos Más Absoluto (o tener el salón lleno de trastos del niño, ¡con lo que lo odias!)
Los propósitos de enseñarle desde pequeños a que los juguetes sólo pueden estar en su habitación y a ser ordenados y a respetar la zona de los adultos serán sustituidos por dos cajas inmensas de IKEA que ocupan medio salón y que, por supuesto, no hacen juego con ninguno de los muebles de diseño de tu etapa A.B. (Antes del Bebé).
Te lo advertimos: te dará igual si no pegan. Al menos cada noche los podrás usar para esconder un poco el caos y no parecerá que alguien se ha corrido una juerga en un escenario apocalíptico (o en el resultado de explosionar una juguetería con petardos).
Hablar del bebé -monotema- a todas horas
Cualquier madre te lo reconocerá: es difícil no hablar de los niños todo el día. Al fin y al cabo se comen su tiempo, sus ahorros y, especialmente, las pocas neuronas que les funcionan (después de haber destruido unos cuantos millones “gracias” a esas noches sin poder dormir dos horas seguidas).
Pero una cosa es comentar algo sobre los peques y otra bien distinta, acabar hablando de pañales, colecho y lo último en papillas ecológicas non-stop. ¡Con lo mal que nos caía la gente que lo hacía cuando nosotros no teníamos niños!
Sobreprotegerles a lo bestia
La maternidad neurótica tiene un montón de obligaciones y ningún beneficio. Ni para nosotros ni para los pequeños y lo peor de todo es que lo sabemos de sobra. Pero por mucho que te propongas no sobreproteger a tus hijos en un futuro y tener la cabeza bien fría es difícil no llevarse por la histeria, por el último rumor por las redes sociales o por una abuela que se ha pegado una panzada el fin de semana anterior de ver Sucedió en… (pon aquí tu ciudad de origen).
Intentarás relajarte, darles más libertad y enseñarles a ser seres humanos libres e independientes, que se valen por sí solos y que se convertirán en maravillosos adultos, pero tu cerebro, en plan Perro del Hortelano, ni disfruta ni te dejará disfrutar y te hará caer en absurdas neurosis sobre lo que le puede pasar si le dejas subir a ese tobogán solo.
Caer en el “porque lo digo yo”
Cuántos de nosotros nos hemos prometido que seremos padres lógicos, que tendremos paciencia y explicaciones para todo, que no les regañaremos sin antes explicarles el por qué, que trataremos a nuestros hijos como adultos y no nos convertiremos en tiranos bananeros a la menor ocasión.
Ay, pero es que a veces es más fácil razonar con un mono borracho que con una criatura que no supera el metro de altura (mis investigaciones personales afirman que también sucede con alturas superiores al metro ochenta y seis) y tras lo que parecen horas encerrados en un callejón sin salida de discusiones de repente te descubrirás pronunciado las fatídicas palabras: "porque lo digo yo". Y entonces te acordarás de tu madre, snif, snif.
Darles chatarra para comer
Libros, manuales de todo tipo, pediatras, enfermeras, los medios de comunicación… hoy en día tenemos mucha información sobre lo que deberían comer nuestros hijos para crecer más sanos y felices que nunca. Otra cosa es conseguir que se coman toda esa cantidad de cosas insípidas y con texturas de lo más raras nada parecidas a los espaguetis con tomate, los helados de chocolate o los gusanitos.
Ya lo dicen las madres de toda la vida: rebozado sabe mejor. Y cuando nos enfrentemos a un niño que come como un pajarito y estemos al borde de los Acantilados de la Desesperación será muy fácil caer en picado y rendirse. Y, por supuesto, enarbolar un nuggets de pollo como si fuera una bandera blanca. Todo por la paz.
Rosa al poder... o azul si es chico
No, tus hijos jamás caerán en los estereotipos de género, te dices a ti misma. Da igual si son niños o niñas, tú intentarás darles libertad para que elijan su ropa y desarrollen su personalidad sin la presión de su género.
Pero, ay, amiga, por ponerte un ejemplo, resulta que a muchas niñas si les das a elegir se vestirían de la cabeza a los pies como si se fueran a presentar a un casting de Princesas Disney y no hay un límite sobre la cantidad de purpurina que pueden llevar en un solo vestido. Así que da igual si tu intención era huir de la ropa para niña o de la ropa para niños: acabarás con el armario lleno de justo lo contrario de lo que pretendías.