Rodrigo Flores Reséndiz
Profesor invitado
Escuela de Turismo UAEM
La mayor parte del territorio nacional cuenta con una riqueza patrimonial que lo hace atractivo turísticamente; en definición, lo patrimonial tiene que ver con la existencia de ciertas cualidades identitarias heredadas del pasado, que pueden ser tangibles por sus edificaciones o intangibles por su cultura y tradición. Sin embargo, cuando se revisan los determinantes del mercado turístico existen factores más allá de lo patrimonial puramente; esto significa que la oferta de servicios básicos por ejemplo, puede modificar su atractivo, pero no por ello, su importancia. Habría que dar cuenta de algunos casos para hablar de esto; visitar Teotihuacán o Chichén Itza, implica observar una oferta de servicios útiles para acoger dicho mercado, los cuales incluyen accesibilidad, hoteles, comercio, todos ellos supeditados de alguna forma a la existencia o no de ámbitos urbanos relativamente consolidados o con cierto grado de proximidad. La expansión urbana requiere ciertas condiciones que no están determinadas por la existencia de patrimonio cultural, sino por un proceso económico principalmente; cuando este no se localiza próximo a algún sitio patrimonial, entonces es posible observar un mercado de visitantes limitado a la población de la región, es decir, un mercado turístico local.
Sin embargo, la ciudad puede resultar en una espacialidad con múltiples defectos que afectan la operación de sitios con menor relevancia para el mercado turístico, por lo cual esta representa una presión en la conservación de la biodiversidad, la contribución al estrés hídrico, los cambios de uso de suelo, la privatización de los servicios y equipamientos, e incluso tiene un efecto directo en comunidades donde es posible promover turismo local de menor escala, volviéndose en realidad un virus urbano. En este sentido, sería útil comentar que aquellos sitios con una relación directa a la oferta de servicios de las ciudades, asegura un mercado turístico constante registrando visitantes ajenos al sitio, pero de igual forma, habría que pensar en consolidar la oferta de servicios desde las posibilidades locales, para sostener un mercado con menores dimensiones, más bien de orden local regional, y con ello impulsar la conservación del patrimonio cultural mismo, no por su proximidad a la ciudad, sino por su valor intrínseco.
Al pensar en esto, valdría la pena observar ¿Cuáles son las diferencias de un sitio arqueológico como Coatetelco en Miacatlán con un valor patrimonial igualmente importante, respecto al Tepozteco en Tepoztlán?. Un motivo inicial es que la oferta de servicios y la accesibilidad a las ciudades de Cuernavaca y Cuautla, hacen las veces de proveedores asociados al turismo, consiguiendo mayores registros de visitantes anualmente en casos como Tepoztlán y Tlayacapan, los cuales se han vuelto atractivos turísticamente por arriba de otros con menor grado de interrelación con lo urbano como la zona arqueológica de Coatetelco.
Esta lógica también se ve reflejada en el número de visitantes a otras zonas arqueológicas de Morelos; los totales registrados a las Zonas Arqueológicas de la Entidad por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) demuestran que en 2016, Las Pilas en Jonacatepec localizada en la zona oriente de Morelos, alcanzo 1,710 o el caso de otra localidad rural de importancia como Coatetelco, cuya zona arqueológica que además cuenta con un museo de sitio, tuvo 1,834. Estos dos ejemplos son inferiores a aquellas zonas arqueológicas próximas a áreas urbanas como el caso de Tepozteco en la parte Norte de la entidad, el cual recibió en el mismo año 280,752.
El turismo generado en las comunidades sin duda es menor en términos de la capacidad económica respecto a aquellas próximas a las zonas urbanas; la comprensión de la importancia del patrimonio y de su valor para estas poblaciones debiera estar en el centro de las políticas de impulso al turismo para evitar ampliar las disparidades en la generación de ingresos, los cuales en última instancia, son útiles para mitigar las necesidades de la población local. Por tanto, esta estrategia debería ir en el sentido de promover el patrimonio cultural existente no tan próximo a las concentraciones urbanas e incluir la participación de población local, así como el impulso a las actividades de protección y la conservación del patrimonio cultural; es decir, equilibrando la importancia del turismo poco conocido con aquel considerado en un estatus de mercado, pero por ello mismo, monótono y excluyente.