Los Juegos Olímpicos no sólo se tratan de que los países se reúnan, de celebrar la habilidad deportiva y de ver la televisión en la oficina sin que sea profesionalmente incómodo. Se tratan también de tener la sensación de ser una persona de bajo rendimiento y de estar viejo al hacer comparaciones entre uno mismo y los atletas. “Yo gruño simplemente al levantarme de una silla”, comentó acertadamente un comentarista en el foro en línea Reddit después de ver pasar a un gimnasta de 22 años de edad haciendo piruetas. “Es como un ‘nerrrghh’ que termina con un buen suspiro. Tengo 32 años. No me gusta la gente joven”.
Antes de que comenzaran las Olimpiadas de Río, yo ya estaba sumida en pensamientos relacionados con las recientes señales del avance de mi propia edad. Un amigo a cuya boda yo acudí ahora está divorciado, lo cual representa algo que ha ocurrido por primera vez en mi círculo social. A los 35 años, miro con nostalgia la categoría de 25-34 años en las preguntas de las encuestas antes de marcar la casilla que me agrupa con los cuarentones. Como están las cosas, yo ya creo que ir de compras al supermercado un sábado por la noche es una excelente manera de usar mi tiempo, y discutir la planificación de pensiones anima mis oídos igual que a un desatendido perro que por casualidad oye la palabra “caminar”.
Todo lo cual es tan inevitable como que el estadounidense Michael Phelps haga que la natación se vuelva relativamente aburrida ganando muchas medallas. De nuevo.
Sin embargo, es la regresión en cuestión de hábitos de tecnología que me ha tomado por sorpresa. El hardware y el software que anteriormente utilizaba con entusiasmo se han convertido en una molestia. Las nuevas aplicaciones me están dejando de lado. Y no se trata solamente de no descargar Pokémon Go, perdiéndome así de los placeres de caminar directamente contra un poste de luz mientras se intenta atrapar a un Pikachu (que es, me apresuro a añadir, el único nombre de uno de los personajes del juego que conozco).
Por consiguiente, estoy empezando a sospechar que, como un niño que cuenta sus años con muescas en la pared que marcan su altura, yo voy a contar los míos cada vez con más frecuencia por el número de redes de medios sociales que no entiendo. Hace ya un par de años, una muchacha a quien le servía de tutora intentó hablarme sobre el sitio web “ask.fm”. La explicación era tan ardua para mí como sospecho le era a ella mi tutoría en ecuaciones simultáneas. Yo todavía no lo entiendo por completo. Más recientemente, mis torpes intentos de comprender y utilizar Snapchat terminaron en un total desconcierto. Ni siquiera pude encontrar la manera de agregar mis contactos y, sin embargo, casi 50 millones de personas han visto los Juegos Olímpicos en la aplicación.
(En EU, por cierto, la aplicación alcanza a 41 por ciento de ese grupo que me produce una crisis existencial, el de los 18-34 años de edad).
Esta recién descubierta ineptitud tecnológica es especialmente preocupante para alguien que es, por lo general, una colega que sirve de soporte técnico informal en la oficina. ¿Tienes un problema con una hoja de cálculo? ¿Necesitas conectar tu computadora a una impresora? ¿Quieres saber la mejor manera de cómo incorporar capturas de pantalla en tus presentaciones? Entonces lo más probable es que me hayas enviado un correo electrónico.
Sin embargo, durante los últimos cuatro meses ese correo electrónico se habría ido a la solitaria pantalla de la computadora en mi escritorio.
Habíase una vez en la que pensaba que tener seis monitores, como un operador de un banco, era la cosa más increíble. Ahora una segunda pantalla sin usar está relegada a un lado. Incluso he vuelto a tener una lista de tareas pendientes en papel, cuando alguna vez en el pasado estaba todo en línea. “¡Cuando tenía tu edad yo solía utilizar TweetDeck!”, quiero gritarles a todos los usuarios de Snapchat que posan constantemente para sus “selfies”. Porque entonces se darían cuenta de que alguna una vez fui como ellos. ¿Cierto?
Los únicos consuelos que me quedan son mis pensamientos y los sueños acerca de la próxima etapa de regresión técnica: la negligencia estratégica. | El Financiero